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Que nadie se llame a engaño

Mientras que productos típicos catalanes, como el cava entre otros, continúan siendo boicoteados, vía Internet sobre todo, por sectores excluyentes del nacionalismo español -que es un nacionalismo que existe, aunque algunos de sus patrocinadores se empeñen en negarlo-, Ciutadans-Partido de la Ciudadanía (C-PC) se ha convertido en la pubilla de moda, querida y admirada por cuantos se llenan la boca con España, España, eso sí, la ñ muy sonora, muy recia y muy viril.

Antes, en la época del tardofranquismo y de la transición, lo catalán -así, en genérico- estaba por lo general altamente valorado en el conjunto de España. Incluso fascinaba a no pocos intelectuales, periodistas y políticos entonces emergentes. Luego, y por muchas y diversas razones, se instaló el desamor o el prejuicio, que a veces es hasta peor, con la salvedad hermosa de aquel admirable periodo olímpico maragalliano. La catalanofobia no es un invento ni un ingrediente más del victimismo, tan característico, por otra parte, del nacionalismo catalán en sus diversas modalidades. La catalanofobia es real, como se ha podido comprobar de forma meridiana en estos últimos dos años largos. Sin este componente tan perverso, aquella campaña contra la OPA de Gas Natural a Endesa o contra el proceso del Estatuto, por ejemplo, no habría llegado a los niveles de agresividad y casi de enfrentamiento civil, sólo dialéctico, por fortuna.

La catalanofobia es real, como se ha podido comprobar de forma meridiana en estos últimos dos años largos

A la catalanofobia también contribuyeron, y siguen contribuyendo, no pocos catalanes -mayoritariamente nacionalistas o independentistas- que a menudo practican, con entusiasmo incontenible, la hispanofobia. Los nacionalismos más radicalizados, de un lado y otro, tienden, pues, a retroalimentarse. Resulta lamentable, pero así son las cosas. Sin estas circunstancias, nunca hubiera aparecido el C-PC, cuyos antecedentes se remontan a los años del Foro Babel. O sea, el preludio de lo que ha venido más tarde.

Este partido, el de los Ciutadans, es consecuencia de ciertos excesos del anterior Gobierno tripartito, cometidos por acción o por omisión, da lo mismo, fruto de una siembra perseverante y eficaz, llevada a cabo durante los más de 20 años de pujolismo. C-CP ha contado ahora con el apoyo logístico de la derecha política, sociológica y mediática, radicada en la capital de España. Pero hay que añadir que de nada habrían servido tales ayudas, perfectamente cuantificables en el ámbito del periodismo afín al PP -sin menospreciar gestos explícitos de Esperanza Aguirre y de otros conspicuos dirigentes conservadores-, si la izquierda gobernante no hubiera caído en la tentación de transmitir mensajes más propios de la política nacionalista de CiU que de un Ejecutivo progresista.

Son conocidos determinados atenuantes que explicarían, de modo parcial al menos, el rumbo errático del Gobierno de Maragall. Por ello, a pesar de la gran abstención registrada tanto en el referéndum del Estatuto como en las elecciones del pasado 1 de noviembre -un dato que conviene interpretar en clave de severo castigo-, la ciudadanía se limitó a enseñar al PSC y a ERC la tarjeta amarilla. La mayoría de los votantes han concedido a la izquierda catalana -en sus tres dimensiones- una segunda oportunidad. Si no enmiendan el trayecto, la próxima tarjeta será roja, y la sanción podría prolongarse una eternidad.

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El Gobierno de la Entesa tiene que potenciar el entendimiento básico -sin organizar escandaleras de patio de colegio- entre los tres partidos que lo integran. Debe entenderse asimismo con una ciudadanía, que es la catalana, más bien harta de debates identitarios y deseosa, en cambio, de una gestión que mantenga el crecimiento económico conjugándolo con apuestas socialdemócratas no de salón, ni de pacotilla o pitiminí. Y ha de entenderse además con el resto de España. El Gobierno de Montilla tiene que conseguir por todos los medios que las antiguas lanzas se vuelvan cañas y que Cataluña reviva sus etapas de esplendor en España.

Uno de los indicadores que revelarán si el nuevo Gobierno catalán avanza o no por el buen camino pasa por los Ciutadans, un inédito conglomerado fluctuante entre derechistas vergonzantes, diletantes y meros oportunistas, además de gentes de segura buena fe. Si no se consolida, querrá decir que las cosas le van bien al renovado tripartito. Si se robustece y crece, querrá decir que el Gobierno ha vuelto a las andadas, y en ese supuesto no habrá una tercera oportunidad. Que nadie se llame a engaño.

Enric Sopena es director del periódico digital elplural.com.

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