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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El otro Belén

Por esas casualidades de la vida me he encontrado en mi habitación con EL PAÍS del miércoles día 20 de diciembre. No soy un lector habitual de este periódico ni de ningún otro. Desde mi observatorio polaco de Varsovia, en donde permanezco viligante más de 12 años, miro con una cierta distancia a lo que ocurre en las Españas. Como lector desacostumbrado, echo una leve ojeada a la primera página: política interior, la foto de Annan, y las pobres enfermeras búlgaras; todo sin mayor trascendencia, y paso inmediatamente a la última página: se amplía la lista de los reyes godos (¡lo que nos faltaba!) y el artículo de Elvira Lindo, El Belén. Esto último es lo único que capta mi atención. Lo leo y mi impresión inmediata: una visión humana cultural familiar de la Navidad. Lo leo por segunda vez, para confirmarme en mi juicio, pero descubro algo distinto: esa mujer tiene razón en lo que afirma, la Navidad también es para los no creyentes.

Nadie es dueño de la Navidad. Los siglos junto con la vivencia de una fe cristiana han impregnado las costumbres de pueblos muy diferentes. El modo propio de vivir estas fiestas viene de una tradición, de un legado cultural que pertenece a todos. Por otra parte, sería absurdo querer negar el origen de estas fiestas: celebramos, se quiera o no, el nacimiento de alguien que sigue siendo un signo de contradicción, alguien que divide a los hombres, o conmigo o contra mí. Ante el nacimiento de Cristo no caben indiferencias: o es Dios o es un impostor.

Si es Dios, es alguien que no quiere imponerse por la fuerza. No quiere vencer, sino convencer. Sus primeras palabras: el llanto de un niño pobre y desvalido. Entonces la Navidad no es un cuento, sino una realidad. Enmanuel, y podemos afirmar con Pablo de Tarso: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito". Entonces la Navidad es la afirmación de la vida, porque cada niño que nace es un bien inmenso que enriquece el universo: en él está la imagen del Niño de Belén.

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Si es un impostor, me pregunto qué hago yo en este mundo. Qué sentido tiene la vida y la muerte, el dolor y la enfermedad, el trabajo y los días, la familia y los hijos. No hay más verdad que el aquí y el ahora. ¿Qué fundamento encontramos para hacer el bien y evitar el mal? Si es un impostor, su resurrección es una farsa, su Iglesia, una banda de estafadores y todos sus sacramentos una magia increíble.

Algo me dice muy dentro de mí que no puede ser. La razón, el logos que todo lo conduce, me lleva a la fe. Lo más irracional de esta vida es vivir la Navidad sin fe. Por eso creo que la Navidad es también para los no creyentes, especialmente para ellos, para que vuelvan a descubrir la luz, la seguridad, la alegría y paz que da la estrella de Belén. Si supiéramos volver a la inocencia de la infancia, a la fe de nuestra niñez, ¡qué feliz sería este mundo nuestro.

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