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Columna
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Subjetivismos políticos y judiciales

Los actos de corrupción son de quiénes los realizan. Responsabilizar al grupo o familia a la que estén unidos sus autores no solo es un acto de desvergüenza y de cinismo, sino un ataque a los principios constitucionales y a las reglas de convivencia. Esto no quiere decir, y no estoy diciendo, que conocidas unas actuaciones contrarias al derecho se haga subordinar la exigencia de su responsabilidad a la decisión del grupo por entender que, de esta forma, quedan mejor salvados sus intereses. Al contrario, si se produce esta subordinación, lo que se ocasiona es un perjuicio a los intereses de todos, amén de favorecer otros comportamientos pues el silencio y la protección son caldo de cultivo para otros aún por venir.

En política, pues, como en justicia no cabe la identificación personal. Política es el servicio a un ideal, a los intereses generales. Justicia, en lo que aquí estoy reflexionando, es una de las cuatro virtudes cardinales y, desde un punto de vista teleológico, un atributo de dios. Desde estos conceptos puede decir que no se sirve a los intereses generales cuando se oscurecen actuaciones vergonzosas por razones públicas ni cuando se ataca a un grupo por actuaciones personales. Tampoco se sirve a la Justicia, la humana y constitucional, cuando su aplicación se subjetiviza.

Las razones son fáciles de comprender. Las primeras ya se han avanzado y, en cuanto a la justicia, por cuanto la Constitución somete a los jueces al imperio de la ley en su interpretación y aplicación. Los jueces no están sometidos a la justicia subjetiva y teleológica. Están sometidos a la Ley; a lo que el pueblo dice en el Parlamento. No a lo que cada juez considere en particular. En fin, que ni los políticos, por el hecho de serlo, se convierten en el ideal al que deben servir, ni los jueces son, en si mismos, dioses que poseen la virtud de la justicia.

Es verdad que justicia y política no son impersonales. Una y otra, en su acción, tienen un componente subjetivo que cada persona, sea político o juez, imprime a sus decisiones. Sin embargo este subjetivismo no debe llevarles al extremo de creer que sus actos son obras que, al igual que los artistas, les pertenece sin asumir ninguna responsabilidad. En suma que la acción de gobierno y la de oposición están al servicio de los intereses generales y quienes la actúan no se convierten en inmunes cuando sus actos se apartan de su finalidad.

Hace unos días en una entrevista que se hacía a un magistrado decía que lo fácil era ser buena persona y lo difícil era ser justo. Lo difícil, incluso lo conveniente, es buscar la máxima imparcialidad para interpretar y aplicar la Ley de acuerdo con la voluntad parlamentaria y no la personal, de forma que sea la más uniforme en todo el Estado. Lo mismo puede decirse de la acción política.

Hoy, cuando estas reflexiones salgan, se sabe que la Audiencia de Sevilla en el caso Farruquito ha revocado la sentencia de instancia y ha impuesto unas condenas más acordes con la interpretación de la legalidad vigente. Algunos han dicho que esta superior interpretación de la legalidad es un triunfo de la presión de los medios de comunicación. No es así. Me niego a pensar que los jueces se hayan sentido presionados por un sector de opinión y, por el contrario, si pienso que la sentencia se ha dictado desde la interpretación y aplicación de la Ley. Ahora, cuando escribo, se está debatiendo en el Parlamento de Andalucía si el trabajo de unos hermanos estaba contaminado y, de estar contaminado, si sus actuaciones podrían alcanzar al Presidente de esta Comunidad.

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Confío, al igual que en Justicia, que el debate y su resultado discurra al servicio de la política, de los ideales y de la sociedad. No de quiénes, desde su subjetivismo, se creen, al igual que los dioses, que toda la virtud recae en ellos mismos; tienen la potestad de decidir sobre el cielo y la tierra y esperan que la fragilidad de sus instituciones y la credulidad de la sociedad les permita imponer y practicar sus virtudes. Una fragilidad y una credulidad que no se da. Es lo que nos salva.

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