_
_
_
_
_
Reportaje:

Oasis de literatura

Punta Umbría instala por décimo año consecutivo bibliotecas en las playas

Dejar que la brisa del mar pase las páginas. Saltar de palabra en palabra al son de las olas. Huir del griterío infantil o de los transistores vecinos perdiéndose entre párrafos plagados de policías, criminales, orcos nauseabundos, planetas lejanos o personajes históricos. ¿Quién no ha leído en la playa? Quizás, no es el lugar más cómodo para hacerlo: tumbonas rotas; bañistas empapados que salpican su pasión por el agua con cualquier desconocido; pelotas, cubos, palas y rastrillos de colores imposibles que a veces caen del cielo sin motivo aparente y reparten arena por entre las páginas.

Para fomentar la lectura, el Ayuntamiento de Punta Umbría (Huelva) ha instalado, por décimo verano consecutivo, bibliotecas a lo largo de su costa. Con aspecto de chiringuito cuidado -la madera de la que están hechos ayuda a que se las vea como bibliotecas-, hay tres repartidas por la playa. Más de 600 volúmenes dormirán en estos establecimientos a la espera de algún lector que se acerque a intercambiarlo por su DNI, que sólo recuperará cuando concluya la lectura, que no el libro.

El año pasado y el anterior se realizaron una 2.000 consultas frente a las poco más de 1.800 del verano de 2003 y 2002. Por sexos, nuevamente las mujeres superaron a los hombres y supusieron el 56% de los usuarios. En cuanto a la participación por edades, los más menudos son los más lectores. "Los mayores preguntan, en su mayoría, por la prensa y los sudokus o crucigramas", afirma Marta Alfonso, empleada en una de las bibliotecas. Más de la mitad de los que utilizaron el servicio en 2005 fueron menores. Por ello, se da especial importancia a este público.

El pasado viernes, una decena de ellos, de entre cinco y 12 años sitiaban en la arena a Angelina Delgado, animadora a la lectura. Sus miradas se posaban fijas en el libro que ella les contaba, Mi vida con ola, una adaptación para niños de un relato de Octavio Paz. "¿Qué harías si pudieseis llevaros una ola del mar?", les preguntó. Y el ritmo de muchas de ellas acompañó las respuestas de los pequeños. Antes de este cuento, Angelina había utilizado otro libro, Pregúntame, para romper la timidez inicial de su audiencia a través de actividades que les ayudase a hablar de sí mismos. Y lo consiguió. Tras la lectura, los chavales rompen a jugar como si no lo hubiesen hecho nunca, controlados por las reglas de la monitora. Momento de cazar a alguno de ellos.

A Celia, de diez años, hay que pillarla literalmente al vuelo, porque está demostrando sus habilidades haciendo el pino. ¿Has cogido algún libro de estas bibliotecas este verano? "Pues sí. El otro día cogí La vuelta al mundo en 80 días", responde después de coger aire. ¡Ah!, de Julio Verne. "¿De quién?", pregunta curiosa.

A su alrededor, sus compañeros juegan a construir minúsculos barquitos de vela a base de chapas de refresco, palillos, plastelina y cartulina de colores que ha traído Angelina. El resultado se parece mucho a la pasión que persigue a los protagonistas del último cuento que va a leerles: Donde brillan las chalupas, de Jutta Bücker y Neele Most. La historia que dos amigos que vencen sus miedos a lo desconocido y emprenden un viaje para ver las chalupas, barquitos de vela como los que sostienen los niños, medio hipnotizados con los dibujos del libro que señala Angelina al avanzar el relato. Al acabar, dice: "Hemos terminado, ¿quién quiere leer el libro un rato?" Y casi todos los brazos se alzan y las voces de todos gritan: "¡Yo!".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_