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Crónica:BARCELONA MUSEO SECRETO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Títeres y hombres

Desde hace 25 años el titiritero chileno Daniel Loeza monta su teatrillo en Las Ramblas o en alguna otra calle de las rutas y vomitorium turísticos, repitiendo el mismo número de la rana que toca el piano. Desde hace 25 años, cada día, la rana toca el piano, y como en esto el titiritero ha llegado a niveles de excelencia, no es extraño que a veces se le acerque alguien con la intención de contratarle para algún espectáculo en algún teatro, o en un centro parroquial o moral, a veces le ofrecen una representación privada, familiar, una fiesta infantil, pero Loeza siempre dice no. No a todo. Y probablemente también diría no al Liceo o el Palacio de la Música, pues tiene un carácter independiente y en la calle se gana la vida sin necesidad de pactar con gestores de ninguna clase, empresarios o intermediarios, ni escribir su nombre en ninguna línea de puntos. Yo me había fijado alguna vez en él, en Loeza, y desviaba la vista de inmediato como ante una escena morbosa, porque pensaba que el hombre y la rana encarnaban una excepción, un caso penúltimo de agónica pervivencia, en el casco urbano, de un tipo de representación popular que se remonta por lo menos a la Edad Media y de la que encontramos una hilarante descripción en el Quijote, II, 25-26, o sea el episodio del retablo de maese Pedro, retablo que el ingenioso hidalgo desbarata a mandobles para evitar que el títere Almanzor, rey moro de Sansueña o Zaragoza, dé alcance a don Gaiferos y Melisendra, que huyen camino a Francia. Habilitado en un sótano medieval del pueblo de Cesky Krumlov, en el sur de Bohemia, junto a la mazmorra del castillo de los Rozemberg donde penó cautivo el rey Wenceslao IV, he visto una de las más fantásticas colecciones de marionetas del mundo, pues es en Bohemia -patria de los autómatas, de los golems, de los robots, de las linternas mágicas, como expuso Ripellino en su libro de gran erudición- donde se modelan los mejores títeres. Magníficamente articulados, vestidos y pintados, en madera y en cartón, brujas y diablos, doncellas y caballeros, arlequines y turcos con alfanje tienen allí un mundo paralelo, quién sabe si de noche cuando están solos no estornudan o hablan... Por cierto que de Cesky Krumlov procedía, y volvía en verano para pintar sus famosos óleos de las casas junto al río, el vienés Egon Schiele, al que le han dedicado un modesto museo; sus dibujos de jóvenes desnudas, y sus autorretratos en posturas forzadas, artificiosas, descoyuntadas, cargadas de toda la neurastenia fin de siglo, me hacen pensar siempre en marionetas, como también los personajes de Beckman, o los de... Pero volvamos a Barcelona: de mundo agónico, nada. En los años setenta un ingeniero inglés llamado Tozer (véase la crónica Hilos, de Arcadi Espada, publicada el 21 de marzo de 2005) impartió clases en el Institut del Teatre y era un maestro tan exquisito y generoso que dejó huella. Tozer tenía cara de marioneta, llevaba pajarita y a las cinco detenía el mundo para tomar el té. Ahora resulta que la ciudad bulle de alumnos suyos, titiriteros y marionetas y fantoches (¡no va por ti, Josep!). En el Portal de l'Àngel un inglés que se llama Clemenci hace moverse a una orquesta de muñecos en frac al son de Yesterday y otras canciones de los Beatles. En el Tibidabo, Ferran y Pilar llevan el Marionetarium, sala de exposición de magníficas marionetas, taller de reparaciones y teatrillo donde representan historias fantasiosas que dejan a los niños boquiabiertos; allí además se exhiben las estupendas marionetas que les legó en testamento su jefa, la famosa Herta Frankel, personaje conspicuo en la televisión en blanco y negro junto con Gustav Re, Franz Johan, Arthur Kaps y demás miembros de la Compañía de los Vieneses. Pepe Otal, director del Grupo Taller de marionetas, tiene escuela y taller en la calle de la Guàrdia, en el Raval, donde organiza cada mes una velada de poetas y titiriteros, "los últimos artistas marginales que quedamos", dice. Estas veladas se prolongan hasta bien entrada la madrugada, se llena de bote en bote el misterioso local, de cuyas paredes cuelgan las marionetas como ahorcados de todos los tamaños, los machos cabríos de cartón, los diablos y los esqueletos de madera, las mujeres con miriñaque y los hombres de sable y casacón, un delirante repertorio de homúnculos. Sobre la tarima del teatrillo se alternan los poetas que recitan sus composiciones con los titiriteros que manejan sus muñecos, y así hasta las del alba. La próxima cita es el día 30, y allí estarán quizá otros colegas, como Jordi Bertran, los de la compañía Rocamora, Toni Zafra, y quizás Manel Tirado baje de Moià, donde tiene su tinglado móvil (www.ninusteatre.com). Hay en Barcelona una veintena de profesionales que se dedican a esto y un número indeterminado de aficionados, entre ellos algunos con local estable, como Eugenio Navarro, que preside La Puntual en la calle Allada Vermell, en la puerta de al lado del Espai Brossa. En cambio la programación del bar Tacatá acaba de cerrar por orden consistorial, parece que se armaba allí demasiado jaleo. Mundos en miniatura, muñecos de hilos: metáfora tan obvia que se la ahorro, querido lector.

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