Los ayatolás pierden peso en el Irán de Ahmadineyad
El presidente prefiere rodearse de expertos civiles y militares
Ahmadineyad no lleva turbante. Lariyaní tampoco. Pero más allá de su carácter seglar, los nuevos dirigentes iraníes están dejando a los clérigos en un segundo plano político. Por un lado, los ayatolás han quedado marginados del debate nuclear frente a ingenieros atómicos, negociadores internacionales y planificadores militares. Por otro, está resurgiendo una vieja corriente de pensamiento que cuestiona la conveniencia de que los hombres de religión gobiernen directamente, tal como instauró la República Islámica.
"A diferencia del cristianismo después del Renacimiento, en el islam creemos que religión y política no pueden ir por separado", aclara de antemano el ayatolá Masud Aghai, director del Instituto para el Futuro Prometedor (futureisbright.net), en Qom, la sede escolástica chií de Irán. Este centro, fundado en 2004, se dedica a difundir el mahdismo, la creencia en el regreso del Mahdi, el duodécimo imán del islam chií que se ocultó en el siglo IX y volverá para traer la justicia a la tierra. "El velayat-e faqih es la persona enviada por el imán Mahdi para preparar la tierra para su regreso", explica en referencia al principio que da a los clérigos el gobierno de la nación.
Por primera vez, ningún delegado iraní en las negociaciones nucleares lleva turbante
Nadie se atreve a cuestionar en alto el velayat-e faqih, una ofensa que ha llevado a algunos críticos a la cárcel. Sin embargo, poco a poco parece estar avanzando la convicción de que estar en la primera línea política está desgastando la confianza en los clérigos y en la religión. Convendría pasar a un segundo plano para salvaguardar su influencia. Algunos analistas ven cambios en ese sentido en la actuación política del presidente, Mahmud Ahmadineyad.
Desde su llegada al Gobierno el año pasado, ayatolás y otros clérigos de menor rango, que constituyen la materia gris del régimen islámico, han visto cómo sus opiniones legales y teológicas perdían el peso que alcanzaron cuando el debate político se centraba en el enfrentamiento entre conservadores y reformistas. Por supuesto, el líder supremo, ayatolá Alí Jamenei, sigue teniendo la última palabra en las decisiones importantes, como la cuestión nuclear.
"La ciencia no es sólo para Occidente y en consecuencia nosotros también tenemos derecho a la energía nuclear", defiende el ayatolá Abbas Ali Barati, responsable de derechos humanos de la Asamblea Mundial Ahl-ul-Bayt (ahl-ul-bayt.org). "No queremos tener la bomba porque es haram [prohibido por el islam], entonces ¿por qué se nos trata de forma diferente a países vecinos de Irán como Pakistán, Israel o India?".
Pero por primera vez, ninguno de los representantes iraníes en las negociaciones nucleares lleva turbante y los líderes de la República Islámica no han pedido consejo a los clérigos en la crisis. "El presidente siempre consulta con sus consejeros políticos, científicos y religiosos, y aprobamos sus decisiones", defiende Barati quitando hierro al supuesto distanciamiento. "Sus decisiones están basadas en sus creencias, y Ahmadineyad cree que el Mahdi va a venir a la tierra para acabar con las injusticias, por eso si alguien quiere imponernos condiciones injustas, las rechaza", apunta por su parte Aghai, convencido de que Irán dará la respuesta adecuada a la oferta nuclear que le ha ofrecido Occidente.
"Tradicionalmente eran los clérigos reformistas los que estaban en contra del velayat-e faqih, pero ahora las voces vienen de los sectores más conservadores, de los hoyyatieh", señala un observador europeo. Hoyyat es uno de los nombres con que se conoce al Mahdi y hoyyatieh son los seguidores más radicales de esa creencia mesiánica. Éstos, que surgieron como asociación antibahai (minoría religiosa considerada herética en Irán) antes de la Revolución Islámica, no apoyaban la idea del velayat defendida por Jomeini y poco a poco perdieron relevancia. No se había vuelto a hablar de ellos hasta la elección de Ahmadineyad, cuyas alusiones al Mahdi han llevado a algunos comentaristas a asociarle con ese grupo.
Los clérigos entrevistados evitaron pronunciarse sobre el velayat-e faqih. Tampoco quiso hacerlo un portavoz del Centro de Información Aalulbayt (al-shia.com), una de las instituciones auspiciadas por el gran ayatolá Alí Sistani, que siempre se ha mostrado muy crítico con ese principio.
El pozo de los desheredados
Mandy no cree en milagros, pero deposita una nota pidiendo salud y prosperidad para sus padres en el pozo de la mezquita de Yamkarán, a las afueras de Qom. Poco después un grupo de mujeres con los coloridos vestidos tribales llegan con peticiones más concretas: una casa decente para la familia, un trabajo para el marido, que se cure un hijo enfermo... El Mahdi, el imán oculto, anima las esperanzas de los desheredados.
"Es una superstición", explica Alí Pour Tabatabaie, el director de la agencia de noticias BFN, en referencia a esta costumbre parecida a la de los turistas que arrojan una moneda en la Fontana de Trevi de Roma. No es si quiera el mismo el pozo en el que desapareció el Mahdi en el siglo IX (que se encuentra en Samarra, Irak), sino una recreación de aquel en el lugar en el que el imán se le apareció al piadoso Hasan bin Mathleh Yamkarani dos siglos después. Pese a ello, los clérigos que guardan la mezquita no desaniman esta práctica. Tal vez porque como dice el hoyatoleslam Said Avai, "tener esperanza es un factor clave en la vida y la creencia en el imán Mahdi da esa esperanza".
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