Camus, el argelino
Pasan cosas extrañas. Una de ellas la contó el lunes en Madrid Jean Daniel, el director de Le Nouvel Observateur, que fue amigo y camarada de oficio de Albert Camus. El presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika, le descifró el significado de una sentencia famosa, la más famosa de todas, del Premio Nobel de Literatura de 1957: "Si tuviera que escoger entre la justicia y mi madre, escogería a mi madre". Para Buteflika, esta frase permite reconocer a Camus como un escritor argelino, una deducción difícil de entender. El presidente argelino trataba con su ocurrencia de convencer a Jean Daniel para que participara en el acontecimiento insólito de un congreso dedicado a Camus en la tierra que le vio nacer y que le expulsó física y sobre todo ideológicamente durante 50 años.
La controversia sobre esta frase polémica y un algo enigmática, pronunciada en un diálogo con los estudiantes de Upsala en 1957, empezó en aquel mismo momento. Eran los días del Nobel, la batalla de Argel se hallaba en su momento álgido y los jóvenes suecos se interesaron por su actitud ante el terrorismo del Frente de Liberación Nacional, el partido del que Buteflika era precisamente uno de los dirigentes. Camus sintetizó de forma lapidaria su pensamiento: nada diría que pudiera alentar a quienes ponían bombas y mataban a civiles en nombre de la causa, que se suponía justa, de la liberación nacional de Argelia. Desde la izquierda anticolonialista quedó marcada, para decirlo en lenguaje de la época, como la expresión del moralismo pequeñoburgués de un pied-noir (así se les llamaba a los argelinos de origen europeo).
En el coloquio argelino, celebrado hace quince días, no ha faltado la polémica sobre la frase célebre. Tampoco en la presentación de su obra completa en Madrid, con Jean Daniel, Fernando Savater y su hija Catherine Camus. Extrañas son las ideas de Buteflika, pero también extraña y a la vez alentadora es la pasión camusiana que ha prendido en Argelia, en tiempos de arabización e islamización intensas, poco propicias para su reivindicación como escritor argelino. Leo en Le Monde des Livres lo que dice Nourredine Saadi: "Nos pertenece porque dice cosas que nos gustan y nos ilustran sobre este país que es el nuestro". Karima Aït Dahmane: "Inmenso escritor mediterráneo, que forma parte de nuestro patrimonio cultural". O los organizadores del coloquio, que hablan de "redescubrimiento argelino", "reivindicación de su memoria" y "parte del patrimonio argelino".
El próximo año se cumplirá medio siglo de la concesión del premio, y ya hay argelinos que quieren festejarlo como el primer Nobel africano. Todo realmente muy extraño, y a la vez familiar. Como los argumentos del viejo rencor y del nuevo etnicismo que también florecen estos días. Leo en La Tribune de Argel frases en las que se le tacha de "autor francés colonial", y se denuncia a los organizadores del coloquio por "reformular la aproximación a la identidad nacional bajo el ángulo de un derecho de los pied-noirs a compartirla con nosotros" y "recusar las otras componentes históricas de nuestra identidad, el islam y lo árabe, mitificando nuestros orígenes bereberes y los aportes mediterráneos".
El congreso argelino se clausuró con la representación de Los justos, la pieza teatral sobre un grupo de socialrevolucionarios rusos de principios del siglo XX que atentan contra la vida de un príncipe imperial. El ejecutor del atentado espera a que su víctima esté sola, porque no quiere matar a inocentes. Y una vez cometido el crimen, rechaza la oportunidad de eludir la pena de muerte, porque sin expiación su acción se convertiría en un vulgar e inmoral asesinato sin sentido. De esta pieza teatral surge la matriz de la frase famosa, en boca del personaje femenino, Dora, interpretada por María Casares en su estreno en 1949: "El amor antes que la justicia".
La historia no cesa de darle la razón a Camus. En 1989, en su combate contra todos los totalitarismos. En 2001, contra toda forma de terrorismo. Y habrá que regresar algún día a su estrecha relación con la República Española y sus exilados, con los que quiso celebrar la concesión del Nobel y a quienes dirigió un texto célebre, Lo que yo debo a España, al que pertenecen estas frases: "La España del exilio me ha mostrado con frecuencia una gratitud desproporcionada. Los exilados españoles han combatido durante años y luego han aceptado con coraje el dolor interminable del exilio. Yo sólo he escrito que ellos tenían razón. Y sólo por eso he recibido durante años, y todavía esta tarde en las miradas que encuentro, la fiel y leal amistad española, que me ha ayudado a vivir. Esta amistad, aunque sea inmerecida, es el orgullo de mi vida".
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