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Reportaje:

Felipe de Bélgica, príncipe en apuros

Los nacionalistas de Flandes acusan al heredero de entrometerse en la vida política por su defensa de la unidad del país

El príncipe Felipe, duque de Brabante y heredero al trono belga, acaba de cumplir 46 años rodeado de la polémica. Educado por su tío Balduino con la idea de que le sucediera, lo hubiese hecho, según el ex primer ministro Wilfried Martens, si Balduino, fallecido repentinamente en 1993, hubiera vivido una década más. En vez de reinar, Felipe aún espera su momento entre turbulencias, dudas públicas sobre su idoneidad y continuos ataques. Los flamencos de habla neerlandesa, crecientemente distanciados de la monarquía y deseosos de poner distancia con respecto a los valones francohablantes del sur, le lanzan los dardos más acerbos. Sintiéndose el último baluarte contra la amenaza secesionista norteña, Felipe ha dicho: "Hay personas que quieren destruir nuestro país. Tendrán que vérselas conmigo".

Nunca ha brillado por sus luces, pero destaca por su concienzuda entrega al cargo
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A Felipe le persigue la polémica desde hace lustros. Ya en 1991, quien fuera gran mariscal de la corte, Herman Liebaers, emitió la frase letal: "No está capacitado". Su tío, el rey, se había dado cuenta de lo deficitario de su educación 10 años antes. Alberto y Paola habían sido unos padres desastrosos, olvidadizos de sus tres hijos y al borde del divorcio. Alberto, con una hija bastarda a la que sigue sin reconocer, y la "Dulce Paola", cantada por Adamo haciendo de chica yeyé por playas y salones europeos. Balduino tomó al príncipe bajo su tutela, "obstinadamente decidido a prepararle para el oficio de rey", como se ha recordado ahora. Tío y sobrino eran almas gemelas, con personalidades parecidas: taciturnos, tímidos, formalistas, distantes, muy imbuidos de su posición en la historia. Felipe nunca había brillado por sus luces, ni en el colegio ni en sus posteriores estudios, carencias compensadas con una concienzuda entrega a la responsabilidad del cargo, a la que traiciona su manifiesta incapacidad para expresarse de forma convincente en público.

Cuando su padre accedió al trono en 1993, por la unánime consideración de la clase política de que el príncipe, de 33 años, no estaba maduro, Alberto le cedió la presidencia de honor de la activa Oficina Belga de Comercio Exterior, que cada año realiza alrededor de cuatro misiones viajeras con Felipe como estandarte. La última fue el mes pasado a Suráfrica, y al regreso de ella, empresarios flamencos amparados en el anonimato se despacharon en la prensa y la televisión del norte contra el príncipe, al que dijeron haber visto en su periplo africano distanciado y desinteresado, "cerrando más que abriendo puertas". En conversación privada con un periodista, Alberto se confesó "apenado" por el trato dado a su hijo, confidencia inmediatamente aireada por la prensa flamenca. El palacio real urdió una estrategia y acordó que Felipe concediera una entrevista a dos periódicos, el flamenco Standaard y el valón La Libre Belgique. "En respuesta a los nuevos ataques, el príncipe Felipe sale de la sombra", se leía en el rotativo valón. La entrevista, plana, institucional y plagada de lugares comunes, fue sometida voluntariamente al visado del primer ministro, Guy Verhofstadt, quien en dos ocasiones había tenido que llamar la atención a Felipe.

La primera fue con motivo de otro viaje de promoción exportadora, cuando declaró a finales de 2004: "En nuestro país hay personas y partidos, como el Vlaams Belang, que están contra Bélgica, que quieren destruir nuestro país. Le puedo asegurar que se las tendrán que ver conmigo". El Vlaams Belang (Interés Flamenco), que hubo de cambiar su nombre histórico de Vlaams Blok tras ser condenado por racista, es un partido republicano, de extrema derecha y secesionista. Su líder, Filip Dewinter, replicó que el príncipe había ofendido a un millón de flamencos.

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Verhofstadt también saltó a la palestra para poner a Felipe en su sitio. "Aunque puedo imaginar que el príncipe se refiere a algunos partidos que defienden la escisión del país, eso no se corresponde con su actual y, sobre todo, futuro papel constitucional", advirtió el jefe de Gobierno, un liberal flamenco. "Su papel requiere una cierta reserva en las manifestaciones, en especial las referidas a partidos políticos, incluso cuando esos partidos no quieren el bien de nuestro país". Ideas rebatidas vigorosamente por el líder socialista Elio di Rupo, hoy ministro principal de Valonia: "Apoyo al príncipe porque ha tenido el valor de decir lo que numerosos demócratas piensan. Comprendo muy bien que se oponga a un partido que dice '¡Que reviente Bélgica!'. Es normal que un miembro de la familia real, institución vertebradora del país, esté preocupado".

En editoriales en la prensa flamenca, como el titulado "El Príncipe que quería ser político" en Het Laatste Nieuws, se advierte: "Nunca hay que incitar al príncipe a la acción, sino frenarlo. (...) El príncipe Felipe tiene ambiciones para su país, pero debe saber que el país no necesita un rey político. Si sigue así, algún incidente podría resultarle fatal. La monarquía no es la forma natural de dirigir una democracia. El pueblo soberano le ha delegado una misión y podría querer retirársela si el jefe del Estado no cumple su función. Hay reglas que el rey y el príncipe deben respetar: discreción sobre la política".

Alberto II también suscitó polémica con su mensaje de Año Nuevo, leído en palacio ante las autoridades del país, cuando criticó a los "subnacionalismos" y al "separatismo explícito o acolchado" que toma cuerpo en el norte, "un separatismo nefasto y anacrónico". Yves Leterme, ministro principal de Flandes, correligionario de Verhofstadt, no se amedrentó e insistió en que los flamencos exigen una reforma constitucional en 2007 que dé más poderes a las regiones. "Quien se oponga a ello, tenga o no cabeza coronada, presta un mal servicio al país", dijo desafiante. Aquello pasó sin mayores consecuencias porque el rey es inamovible, pero el príncipe no deja de ser un futurible.

"¿Está Felipe preparado para reinar?", se pregunta en primera página el moderado La Libre Belgique (dentro concluye que sí). Los sondeos dibujan a una opinión pública en plena y rápida evolución. El 60% de los belgas se siente hoy cómodo con la monarquía, pero eran el 80% en 2003. Y no es que sólo la mitad del país crea que Felipe no está preparado para ceñirse la corona: de ellos, el 65% de los flamencos y el 30% de los valones. Por primera vez en la historia belga, son mayoría los flamencos (53%) que se desentienden de la monarquía. Los valones, que como Felipe ven en la corona la última defensa contra el secesionismo del norte, se decantan mayoritariamente (70%) por ella.

La alternativa que se plantea a la progresiva disgregación de un país artificial es una reducción de los poderes del monarca en la reforma prevista el año que viene, camino de lo que se ha dado en llamar una monarquía protocolaria, vacía de contenido: una monarquía republicana a la sueca. Felipe, celoso de sus prerrogativas y admirador del modo de reinar de un Balduino siempre dispuesto a ejercer su influencia, se muerde esta vez la lengua ante la idea de la monarquía protocolaria. "Eso corresponde decidirlo a los políticos", declara en su última entrevista, dando muestras de haber aprendido y de saber lo que se juega. Preguntado el ex primer ministro Martens, uno de los encargados de la formación de Felipe, sobre si cree que el duque de Brabante está preparado para reinar, responde: "Sí. Le falta llegar a su punto. Pero llegará".

El príncipe Felipe de Bélgica, con su esposa, Matilde, y su hija, Isabel, en 2002.
El príncipe Felipe de Bélgica, con su esposa, Matilde, y su hija, Isabel, en 2002.REUTERS

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