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Frente al espejo

Eduardo Madina

Cuando ETA declaró el alto el fuego permanente, las sensaciones de alegría tiñeron de esperanza el estado de ánimo de toda la sociedad. Fue una sensación que dura todavía y que se quedará con nosotros por largo tiempo. En nuestros deseos más profundos, queremos que se quede para siempre y no volver a vivir más episodios de violencia. Alcanzar este objetivo es la guía de ruta que está en la base de cualquier estrategia que el Gobierno pueda tener en mente en estos momentos.

Llegan, por lo tanto, tiempos de intenso trabajo que deben servir para la conversión de un alto el fuego permanente en una desactivación definitiva del entramado terrorista. Ese será el día en que tengamos ya todas las razones para celebrar que el tiempo de las bombas ya pasó, que el miedo a la muerte pertenece a los libros de Historia y que por fin somos personas libres, conformadas en ciudadanos normales.

Mientras tanto tenemos algunas razones para la esperanza. En primer lugar, las repetidas hasta la saciedad: presión policial y judicial, coordinación internacional, aceptación por parte de ETA de que no hay objetivos políticos tras la práctica terrorista y la situación interna de la banda. Además, algunas otras: pérdida de apoyo social de lo que se denomina izquierda abertzale y deseo por parte de los líderes de Batasuna de volver a las instituciones. Ese es el escenario visible. Se pone a prueba, por lo tanto, nuestra capacidad de conducir a buen puerto esta oportunidad. Llegó el momento de la política, de la unidad de acción para avanzar todos juntos en una misma dirección: la de la paz definitiva, estable y duradera, conseguida y aceptada por todas las fuerzas políticas. Debemos buscar un escenario de paz reconocido por todas las sensibilidades políticas para que no haya quienes no asuman la validez o la legitimidad de la situación resultante.

Por eso, quizá resulte oportuno comenzar el debate sobre el marco estatutario entre partidos políticos, cuando la paz ya sea una realidad concreta, definitiva y sin posibilidad de vuelta atrás. De lo contrario, los abismos ideológicos (lo ideológico es el único campo en el que saben moverse algunos) que separan a las fuerzas políticas vascas podrían dificultar la estabilización y, sobre todo, la narración de la paz. Las prisas que algunos tienen provienen de las tentaciones de buscar, al calor del fin de ETA, reformas de nuestro marco político en una dirección determinada. Buscar definiciones de nuestro Estatuto en los últimos momentos de actuación de esos que tanto han matado para la demostración de la existencia de un único y exclusivo conflicto político e histórico. Y con el final de ese conflicto, casi mil veces demostrado, conseguir nuevas definiciones de lo que somos los vascos desde una perspectiva nacionalista y, por lo tanto, no incluyente.

Por eso, creo que puede ser un elemento de seguridad en la finalización del terrorismo condicionar el inicio del debate estatutario al fin definitivo de la violencia, para así poder movernos en un campo de juego justo, más relajado, vaciado de presiones terroristas y de tentaciones políticas.

El tiempo que tenemos por delante es el momento estelar de toda una generación de líderes políticos y sociales vascos que deben conseguir pasar la página más negra de la historia democrática de este país. Lo tienen que hacer todos juntos. Para ello, deben facilitar todo lo posible el trabajo del Gobierno porque es a éste a quien le corresponde guiar la política antiterrorista; deben evitar buscar protagonismos de partido con prisa, como las que tiene, por ejemplo, Ibarretxe por salir en alguna fotografía, y deben evitar concebir este episodio desde una perspectiva electoral.

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Los años de trabajo, el esfuerzo realizado, el recuerdo de los ausentes, los miles y miles de días de resistencia silenciosa, la lucha interior contra el miedo y la colectiva contra el silencio y el olvido, exigen de todos los ciudadanos un último esfuerzo para sumarlo al Gobierno y a los partidos políticos, a los sindicatos, los empresarios, los grupos pacifistas y la sociedad civil organizada en general. Este es un reto de todos, porque de todos exige y para todos lo es.

Tenemos la oportunidad de demostrar el tamaño de nuestro compromiso y la capacidad de equilibrar nuestra esperanza con esa prudencia siempre recomendable en estos casos. Llega un nuevo instante a la política vasca para que todos demostremos de qué estamos hechos, para retratarnos y dejar clara la lista de nuestras prioridades. Y el resultado nos pondrá a todos, irremediablemente, frente a nuestro propio espejo. En algunos casos aparecerán las lágrimas y las bombas pasadas, las emociones por el tiempo, vivido y muerto, y el esfuerzo realizado. Los precios ya pagados. Otros reflejarán la indiferencia en la que han vivido en estos años y otros proyectarán las privatizaciones que pretendieron, a veces de la guerra, otras veces del análisis político y casi siempre de la identidad. Y tras los reflejos, quizá menos de lo que pensamos. Si todo sale bien, ciudadanos y punto. Ciudadanos normales.

Eduardo Madina es secretario de Estudios Políticos del PSE-EE y diputado del PSOE.

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