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Columna
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Una palabra

Manuel Rivas

La palabra esperanza suena bien en todas las lenguas, pero nunca me pareció periodística. El miedo, sí. Ahora hay que anotar una excepción. El término esperanza es periodístico cuando se publica a toda página y en primera plana, como se atrevió a hacer El Periódico de Catalunya con motivo del anuncio del alto el fuego permanente de ETA.

Hay escépticos necesarios. Sólo con esperanza no sobreviviríamos. Es esa clase de escepticismo inteligente que debe contrarrestar lo que Raymond Chandler llamaba "la excitación espuria" de la actualidad. Es esperanzador, no obstante, comprobar la resistencia fonética que presenta la palabra esperanza frente a la corrosión del miedo. El miedo siempre está de moda, pero de vez en cuando baja por la calle la esperanza como una costurera con una máquina portátil de coser encima de la cabeza. Quizás la razón de que la esperanza no sucumba a la producción tóxica de miedo es esa capacidad de hilvanar otros jirones del lenguaje. Así, abrigamos la esperanza, acariciamos esperanzas y sabemos que hay que alimentar la esperanza para que no se apague. El miedo cierra y la esperanza abre. Es erótica. La mirada de la esperanza cambia el paisaje mental, como un súbito deshielo.

Hay una Euskadi y también una España por descubrir, como bien saben los estudiantes de Erasmus de toda Europa que eligen este país por primer destino a gran distancia de Alemania o Francia. ¿Por qué negarnos nosotros esa geo-alternativa? ¿Por qué no darle de una vez un corte de mangas a la historia de expulsiones, uniformidades y fanatismos? En algunos nuevos derechos de ciudadanía, España es ya un referente. ¿Por qué no aspirar a ser modelo de una convivencia plurinacional orientada no sólo por el interés, sino también por el placer de esa unión?

Hay otro tipo de escéptico y es el ególatra impenetrable a la esperanza. Incluso hay gente que rabia con la esperanza de los demás. La esperanza ajena la ofusca. En la memoria de la adolescencia veo uno de esos personajes, apostado con siniestra puntualidad en la puerta para vernos pasar el domingo camino de la playa. Cantábamos en pandilla Gira il mondo gira, y él refunfuñaba: ¡Ya llegará el invierno! Tenía razón, el muy cabrón, pero no era una profecía necesaria. Ya sabíamos que el mundo giraba.

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