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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Abolir la publicidad

Mientras la política oficial, la de los medios, nos abruma con el Estatut y la tregua permanente de ETA, otra política más sutil, con un poder de control más eficaz sobre nuestros cuerpos y mentes, más cotidiano, se nos cuela insidiosamente por los mismos medios: la publicidad. Ella da mejor que nadie el pulso de la realidad.

Domingo tarde, inevitables y prolongados cortes publicitarios en la programación televisiva. La mitad de los anuncios son de coches, dirigidos a él. La promesa implícita: ante una masculinidad insuficiente, basta un coche bien grande (potente). La otra mitad, dirigidos a ella, anuncia productos o tratamientos adelgazantes: cuanto más delgada, más deseable. En el primer caso no nos informan de que los coches son los principales responsables de la emisión de CO2 (y luego criminalizan el tabaco o se disparan las alergias y le echan la culpa al polen que siempre estuvo ahí), o de que su fabricación requiere 500.000 litros de agua (así, con cinco ceros), y luego hablan de sequía o de trasvases. Algún esporádico anuncio de bienintencionada campaña de educación cívica nos exhorta a ahorrar agua al lavarnos los dientes, trasladándonos así la responsabilidad de su uso y de su escasez. Los de adelgazar no nos hablan de anorexia, de la eterna cosificación del cuerpo de la mujer ni de violencia doméstica. Ello queda para los telediarios, que, anquilosados en la misma estructura a través del tiempo y del espacio, nos aburren, angustian o resbalan.

La publicidad, sin embargo, cala en todos. Realizada por expertos, a veces muy buenos, está dirigida a crear consumidores. Sitúa en el tener, en el tener más, el sumum de la felicidad. Alimenta nuestro deseo pero el objeto nunca colma las expectativas creadas. Da igual, pues ella está ahí para proponernos un nuevo objeto, y así sin fin.

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Estamos contra la guerra de Irak, pero no estamos dispuestos a renunciar a nuestro consumo energético basado en combustibles fósiles, y así, tontamente, nos estamos cargando el planeta. Se dictan leyes contra la violencia de género, pero perpetuamos los esquemas sexistas en lo cotidiano.

Quizá en estos momentos el ser realistas, conservar el planeta, racionalizar y suavizar las relaciones y conflictos humanos, pase por pedir lo imposible: abolir la publicidad.

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