El dandi en su paraíso
"Los verdaderos paraísos son los paraísos que hemos perdido", dejó dicho Proust en El tiempo recobrado. Manuel Mujica Láinez (Buenos Aires, 1910-1984) suscribió esas palabras en cada párrafo de una abultada obra en cuyas páginas se empecinó en recobrar y enjaular el tiempo pasado que hubiera querido vivir y que conforma su genuino paraíso: el Siglo de Oro español, idealizado y estilizado, la decadente nobleza porteña de los albores del XX, de la que él mismo no es sino un superviviente, y los capítulos centrales de la historia de la civilización, del Egipto de Nefertari a las Cruzadas, del Renacimiento de Miguel Ángel a la Conquista. Los dominios de la belleza, esta antología que proporciona una aproximación cabal a la obra de Mujica, agavilla los textos de acuerdo con un criterio temático que revela hasta qué punto Mujica fue siempre un extemporáneo extravagante y viscontiano, un diletante confeso, convencido de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
LOS DOMINIOS DE LA BELLEZA. Antología de relatos y crónicas
Manuel Mujica Láinez
Selección de Alejandra Laera
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires/Madrid, 2005
487 páginas. 22 euros
Se le ofreció el cesto con las
frutas frescas de la vanguardia deshumanizada que sedujo a Borges y su círculo, pero prefirió el casticismo arcaizante que dio lugar a textos como 'El hombrecito del azulejo', de Misteriosa Buenos Aires o 'Tormenta en el río', cuadros de costumbres en toda regla. No mordió tampoco el anzuelo de una narrativa social crítica en la que anduvieron autores como Sábato y que acusó de prosaica, consagrándose en cambio a la tarea de conjurar el tiempo y, por medio de las resurrecciones de la memoria, lograr que perdure la vida decadente y fantasmal de una aristocracia argentina que sólo vive ya, como anota la editora del volumen, entre ruinas y memorabilia como las que el lector encuentra en el neomodernismo de 'El coleccionista', 'La mesa estilo Imperio' o 'El salón dorado', apuntes y esbozos para su novela La casa (1954). De la fantasía de su realismo maravilloso son una muestra 'El pasajero' o 'El retrato', y el joven trotamundos que se educó en París y tomó notas de cuanto vio en sus viajes está en los textos de Placeres y fatigas de los viajes (1984), algunos de los cuales se dirían desgajados de un libro de Claudio Magris, y entre los que se encuentra una crónica mordaz titulada 'Observaciones sobre el turismo y los turistas'. Al exquisito diletante que ejerció la crítica de arte en La Nación lo encontramos en 'La corona' -irónico ejercicio de prosopopeya acerca del ángel que desaparece de un lienzo de Tiépolo-, en 'El Tiziano perdido', un relato convertido en pinacoteca de papel y trufado de culturalismo, en 'Carnet de París' o en 'El llanto y los remedios', una fábula en torno al Museo del Prado que entronca con su devoción por la España aurisecular, exhibida de forma esplendorosa en relatos como 'La crónica del bufón de Carlos Quinto', de Glosas castellanas (1936), suerte de bodegón verbal en el que se disponen las viandas del Siglo de Oro ("orifrés barrocos de reinas y de meninas, con los delgadísimos primores de Góngora y con el mirar dulzón de las vírgenes de Murillo") o en la espléndida reescritura satírica de la Corte que lleva a cabo en 'El rey artificial', de Crónicas reales (1967), situándonos nuevamente en una encrucijada a un tiempo histórica y ficcional de la que su prosa plástica nos hace sentir protagonistas. Manuel Mujica es, como escribió Bécquer, yedra de las ruinas, pues envuelve el pasado con la frondosidad de la memoria nostálgica y se apodera de la Historia reescribiéndola, embalsamándola con los afeites de esa prosa suya tan afín a la de Lezama, almidonada y prístina, de la que nace el concierto barroco en que acaba convertida su narrativa entera. Manuel Mujica, un nuevo, apolíneo y decadente Marqués de Bradomín, el dandi en su paraíso anacrónico de Historia, belleza y palabras, el dandi Manucho en su Paradiso.
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