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CÁMARA OCULTA
Columna
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El dios de dos caras

No se deberían hacer 150 películas españolas cada año. Es imposible que todas sean buenas, ni hay mercado donde presentarlas ni público suficiente para transformarlas en éxitos. Lo dijo esta semana José Luis Borau en la Biblioteca Nacional durante una conferencia sobre el guión cinematográfico. La falta de oportunidades en un mercado colonizado es un hecho objetivo, pero también, dijo, la ausencia de talento, algo común en este momento a las cinematografías de todo el mundo. Esta opinión de Borau se contradice con la que expuso el director de programas de TVE Salvador Augusti en un programa de la tele, donde consideró que sólo podrían surgir unas cuantas películas buenas al año si se rodaban muchas más. A menor producción, menos posibilidades de aciertos.

¿Pero qué ocurre cuando las películas son realmente buenas si el público no se entera? La producción suele dar su misión por concluida cuando la película ya está terminada, dejando en manos de la rutina cuanto se refiere a publicidad y promoción. Si Borau dice que hay pocas ideas en los guiones, no hay muchas más en la mayoría de los carteles publicitarios actuales, parecidos entre sí, y obligados por exigencias sindicales, en imitación de Hollywood, a incluir en letras pequeñitas un montón de nombres que al público le importan poco.

Esta semana, la entidad Egeda, que defiende los derechos audiovisuales de los productores, ha hecho un homenaje al dibujante Jano con la publicación de un libro que recoge algunos de sus retratos y caricaturas de estrellas legendarias y recientes del cine español. Jano, fallecido hace 13 años, fue un gran cartelista, hasta el punto de que Terenci Moix le echaba la culpa de haber visto unas cuantas películas malas subyugado por el magnetismo de sus carteles.

Jano, que en realidad se llamaba Francisco Fernández-Zarza Pérez, adoptó ese seudónimo por su propio signo del Zodíaco, Géminis; quizás también porque el nombre de ese dios de dos caras significa puerta, algo que abre los ojos del mundo, una invitación a ir más allá. En los carteles de Jano se sabía de inmediato a qué género pertenecía la película y cuáles eran sus méritos principales. Eran otros tiempos, otros modos, pero él lograba que lo malo fascinara y que lo tibio ardiera, a pesar de la censura, tan atenta en aquellos tiempos a los escotes demasiado abiertos o a las faldas demasiado cortas. Lamentablemente, el libro de Egeda no está a la venta, pero su presidente, Enrique Cerezo, anunció en el acto de presentación que se están preparando varios volúmenes con todos los carteles habidos hasta ahora sobre películas españolas, naturalmente no sólo de Jano. Será ése un buen momento para comparar estilos publicitarios.

Borau se lamentaba de que el oficio de guionista no esté suficientemente valorado, ni respetado ni bien pagado. Él sabe bien de qué habla. Y si bien las deficiencias de algunas películas comienzan por los guiones, culminan con su campaña publicitaria. No sólo el cartel, por cierto.

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