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TIROS LIBRES | BALONCESTO | NBA
Columna
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Siguiendo a los Pistons

La NBA está ofreciendo en su sesión de esta temporada una misión imposible. La protagonizan unos tipos de Detroit, de aire inconfundiblemente callejero y que para nada concuerdan con la imagen habitual de héroes, sino más bien lo contrario. Cuestiones estéticas aparte, los Pistons están desenfrenados y desde hace ya más de un mes juegan contra la historia. Ausente en estos momentos un rival a su altura, han decidido luchar contra un número. El 72, guarismo mítico que marcó el total de victorias conseguidas en temporada regular 95-96 por los Bulls de Jordan, Pippen, Rodman, Kukoc y Phil Jackson levitando en la banda. A día de hoy su velocidad de crucero se ajusta al milímetro gracias a que parecen haber encontrado la conjunción perfecta. Primero se convirtieron en una pared y de la confianza surgida desde atrás y el mejor aprovechamiento del talento ofensivo que poseen han terminado por conformar un colectivo despiadado. Su última victima han sido los Grizzlies de Gasol, en un partido que supuso una inmejorable ocasión para observar las diferencias entre un equipo ganador y otro que aspira a serlo. Se cifra fundamentalmente en saber qué, cómo y quién tiene que hacer las cosas en los dos últimos minutos. Llegado el punto, Detroit resolvió de una forma contundente, expeditiva, sin mayor esfuerzo del necesario, con ese punto de rutina que parecen emanar los equipos que son capaces de irse a la ducha contentos nueve de cada diez partidos. Sólo con esta capacidad llevada hasta el extremo es posible plantearse un objetivo de tal calado: intentar desbancar de uno de sus pedestales a Jordan.

Aquellos maravillosos Bulls y estos demoledores Pistons tienen una cosa en común, probablemente la única. Son hijos de su tiempo, máximos exponentes del estilo de juego dominante en cada respectiva época. Bajo este punto de vista el presente sale perdiendo, pues en cuestiones de divertimento, belleza, glamour y encanto, la comparación resulta oidosa, sobre todo para los Pistons. En diez años se ha pasado de la era Chicago, Utah, Phoenix, Orlando, Seattle o Indiana, todos con la canasta metida en la entreceja, al reinado de San Antonio y Detroit, que se reparten títulos y dominio en sus conferencias. Pero hay que reconocer que quizás porque Larry Brown, de profesión entrenador victorioso a cambio de bostezos del personal, ha emigrado a Nueva York, o porque están alcanzando el cenit de su potencial como colectivo, Detroit está mostrando unos encantos hasta ahora en paradero desconocido. Hablamos de un equipo que mete 100 puntos por partido (5º de la liga) y permite 90 (3º).

La perfecta dualidad que provoca esta diferencia, tope de la NBA, está resultando infranqueable para todos, incluidos los Spurs. No es que se hayan convertido en la alegría de la huerta, pero como que te lo pasas mejor observando una maquinaria en perfecto estado de engrase y con la dureza mental necesaria para convertir los 82 partidos de la temporada regular en 82 finales.

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