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Regímenes "de partido único"

De una forma muy resumida, podríamos definir la "no ideología" del "pensamiento único" como la aceptación -la resignación interiorizada, más bien- de que no hay alternativa posible al sistema económico neoliberal y, por tanto, tampoco hay alternativas a sus "consecuencias" sociales. Al mismo tiempo se enfatiza el hecho de que al sistema económico le corresponde necesariamente un determinado sistema político: la democracia liberal.

La asunción acrítica de esta premisa conduce a un original nuevo sistema "político" que, no sin sarcasmo, designaremos "de partido único", donde las diferencias interpartidarias quedan reducidas al mínimo. La estructura organizativa y los vicios de los partidos son fruto de la manera en que se condiciona la participación del pueblo en la acción política. La falsa división entre clase política y sociedad civil es asumida, así, por la inmensa mayoría de la ciudadanía.

Los partidos políticos, cada vez más centralizados y burocratizados, se han convertido en instrumentos destinados a crear consenso alrededor del programa de una elite y han perdido buena parte de sus funciones de socialización política. La pérdida de coherencia ideológica para ajustarse al mercado político hace que falten proyectos movilizadores y lleva a una excesiva uniformidad de la "clase" política, en contraste con el pluralismo social existente. Como consecuencia, la vida política no es un reflejo de los conflictos sociales, sino de los conflictos entre elites dirigentes de los propios partidos, que se distancian de las bases.

Por otra parte, la imparable mercantilización de la actividad de los partidos (en buena medida dependientes de los créditos bancarios privados y / o de la financiación estatal) es otro factor que contribuye a "demediar" más todavía las democracias realmente existentes. De esta forma, el sistema político que hemos llamado provocadoramente "de partido único" conduce, al menos, a una oligarquización y a un monolitismo crecientes. En todo caso, aparta al pueblo del poder real.

La democracia se edifica, pues, sobre la negación efectiva de los mismos valores que proclama, impidiendo la participación y la organización populares, generando apatía y bloqueando las iniciativas que puedan poner trabas a la impunidad de los grandes grupos de presión, sobre todo económicos. La soberanía popular, fundamento de la democracia, resulta, así, escamoteada, pero todo esto no es sólo una tesis.

Pese a la comedia a la que nos hacen asistir cada día los dos grandes partidos estatales de España -más bien tragicomedia-, donde el rugido de la cruenta batalla parece apuntar que nos estamos jugando dos modelos de sociedad completamente diferentes, por lo que en la victoria de unos u otros nos iría la vida, lo bien cierto es que el PP y el PSOE en el País Valenciano han sabido ponerse de acuerdo en las cuestiones que les resultan fundamentales.

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Veamos, si no, tres casos bien recientes y llamativos, como han sido las reclasificaciones urbanísticas en la ciudad de Alicante y la costa de Oropesa, y el más importante, el nuevo Estatut d'Autonomia para el País Valenciano. He aquí la demostración de la tesis del "sistema de partido único". Estamos abordando dos de los aspectos más fundamentales sobre los que funciona el sistema. Por una parte, el uso de las instituciones como instrumentos para facilitar los negocios de las grandes empresas: las administraciones no sirven para defender el bien público, es decir el bien de la mayoría, sino para someter cualquier tipo de obstáculo a la lógica del sistema de libre mercado y, por tanto, a la lógica de la acumulación de capital, aunque ello signifique echar a perder el patrimonio natural de hoy y el de las futuras generaciones. Por otra parte, y en relación con el debate sobre el nuevo Estatut d'Autonomia, los actores del sistema "de partido único" no abren resquicio alguno a la posibilidad de avanzar en la democratización, de avanzar en el fomento de la participación popular para que los ciudadanos asumamos nuestro papel de "animales políticos" implicándonos en la reflexión de lo público. Las contradicciones sociales seguirán escondiéndose bajo el mantel espeso del fomento de lo privado y del consumo.

El peligro que este estado de cosas comporta, de continua degradación de la vida y de la dignidad, impone una reflexión a todos aquellos que somos conscientes de lo que está en juego. Impone la generosidad y el olvido de "patriotismos de organización" estériles y suicidas. Implica la voluntad de comenzar a crear redes de acción comunes en todo lo que es político -incluso, y sobre todo, más allá de lo electoral e institucional- para contraponer la lógica de la vida, de la justicia, de la solidaridad y de la libertad a los fundamentalismos del mercado. Convoquémonos, pues, por el País Valenciano y por la humanidad.

Juli Just es miembro del Bloc d'Esquerres i Sobiranista, corriente de opinión del Bloc Nacionalista Valencià.

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