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Columna
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Tránsfugas

El tránsfuga parece, en principio, una persona bastante inaceptable, un individuo que huye, deserta y cambia de bando hacia la parte más ventajosa: un oportunista que abandona a los suyos, desleal. Javier Pérez Royo, mi vecino de página, el otro día juzgaba repulsivo el transfuguismo y, como todo lo repugnante, resistente, imposible de atajar.

Pero el ejemplo más antiguo de la palabra tránsfuga que encuentro en el diccionario de Seco, Andrés y Ramos, es una cita del diario ABC, del 9 febrero de 1975, cuando los tránsfugas eran los que, al final del franquismo, se aliaban con los demócratas. ¿Eran héroes? Hoy los tránsfugas suenan a venalidad, cohecho, prevaricación y cambios de gobierno antinaturales en ayuntamientos donde prospera la especulación inmobiliaria. Propician mociones de censura, derriban y entronizan alcaldes, actúan como encubiertos promotores de la construcción y participan en alianzas monstruosas y aparentemente felices con enemigos de toda la vida.

Los ayuntamientos son una oportunidad de corrupción. Una concejal del PP en la provincia sevillana, en Camas exactamente, ha contado cómo un empresario le ofreció vivir eternamente rica si apoyaba cierta operación inmobiliaria. Sólo tenía que votar con su partido. El empresario desplegó ante la concejal los planos de la futura expansión urbanística en la comarca, igual que, en el evangelio de San Mateo, el diablo tentó a Cristo subiéndolo al monte más alto y mostrándole todos los reinos del mundo y su gloria: "Todo esto te daré si me adoras". Es la misma historia sagrada que viviría otra concejal del mismo ayuntamiento, pero relacionada con IU, que tampoco vota con su partido de origen.

El neoalcalde por transfuguismo de un pueblo de Huelva, Gibraleón, llevó el jueves al juez siete bolsas de documentos municipales que, según afirma, fueron triturados para "borrar cualquier evidencia de asuntos turbios que pudieran ser delictivos". Es muy perspicaz el nuevo alcalde de Gibraleón en su rápida lectura de papel machacado supuestamente por el alcalde antiguo, y así alcanzan dimensiones casi legendarias asuntos de una turbiedad muy doméstica, municipal. Estoy pensando en esas oficinas de Berlín donde los especialistas en códigos secretos tardarán cientos de años en reconstruir los archivos triturados de la policía política de la Alemania comunista.

El transfuguismo es turbio porque los ayuntamientos parecen turbios o abiertamente delictivos. ¿Puede haber, activo o pasivo, un transfuguismo legítimo y recomendable? ¿Son tránsfugas las concejales incorruptibles de Camas? Los concejales no pueden ser propiedad moral de sus partidos. El votante, en las elecciones municipales, elige su lista por relaciones de familia, gremio y sentimientos de todo tipo con los candidatos, y yo creo que los elegidos, una vez en el cargo, deberían actuar en conciencia, incluso por encima de sus partidos. Algún concejal se venderá, y algún partido. Pero, en caso de cohecho, el asunto atañerá a la policía, aparte de ser un problema político y moral que no puede servir de justificación para aumentar las ventajas de los partidos sobre los ciudadanos.

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