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¿Qué Irak ante las elecciones?

Irak celebra hoy la tercera convocatoria electoral del año en un contexto que en nada anima al optimismo. Es muy difícil imaginar una salida positiva a un proceso de reconstrucción política que por el momento sólo ha reemplazado a una terrible dictadura por la más incierta de las situaciones, incluida la posibilidad de una guerra civil. Asimismo, dicho proceso político se está llevando a cabo en el marco de una ocupación extranjera cuyos errores estratégicos no cesan de multiplicar los riesgos y enardecer la resistencia iraquí. Y esos errores están relacionados con la pésima gestión que los estadounidenses han hecho de la cuestión de las identidades étnicas y confesionales presentes en este país.

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El primer error estratégico ha sido identificar colectivamente a los árabes suníes con la representación global del baazismo, haciendo recaer sobre ellos lo fundamental de la represión militar. Es más, existe una política estadounidense de destrucción del tejido urbano suní que va mucho más allá del objetivo oficial de perseguir a la llamada insurgencia. Este contexto es el que ha originado que la resistencia sea básicamente árabe suní. Pero catalogarla entre baazista y al-qaedista es no querer reconocer que su verdadera naturaleza muestra una nueva realidad política y sociológica iraquí.

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Al margen de los reductos baazistas, la mayor parte de los actores de la resistencia tienen entre 16 y 25 años y están motivados por una nueva ideología de tipo nacionalista-islámico que poco comparte con el baazismo. Se trata de una nueva generación de iraquíes muy radicalizados por la experiencia de la ocupación. Y su juventud es un factor que hace aún más difícil su derrota porque se renueva constantemente. Con respecto a los sectores vinculados a Al Qaeda y compuestos por no-iraquíes, éstos constituyen un minoritario sector que está sobredimensionado por la maquinaria propagandística estadounidense para ocultar la verdadera naturaleza del problema interno iraquí que ellos han creado y presentar la situación en este país como un eslabón de la guerra internacional contra el terrorismo. Pero el principal nexo entre Irak y Al Qaeda consiste en que la radicalización de esa nueva resistencia iraquí se identifica no con sus grupos, sino con sus modos de acción, es decir, el uso del terrorismo como instrumento de lucha frente al enemigo.

Paralelamente, el desastroso proceso de reconstrucción política que los norteamericanos están liderando ha ido también transmitiendo a los árabes suníes que eran los grandes perdedores en la nueva remodelación del Estado. Aunque tortuoso y poco transparente, el proceso de elaboración de la Constitución entre agosto y septiembre era la ocasión para que tanto Washington como el Gobierno afín iraquí (de predominio chií y kurdo) mostrasen su habilidad para debilitar a la resistencia a través de una estrategia política de inclusión árabe suní. Sin embargo, prevalecieron los intereses federalistas particulares de los líderes chiíes y kurdos en el Gobierno. Los suníes aceptaban ciertos niveles de descentralización y la existencia de una región kurda, dado que es un hecho consumado desde 1991, pero en los límites geográficos actuales, sin incluir Kirkuk. Pero los kurdos están llevando a cabo impunemente una limpieza étnica de árabes y turcomanos en esa rica zona petrolífera, así como inflando el censo electoral kurdo de cara a las elecciones, lo que vaticina su intención anexionista y un conflicto muy virulento. Los líderes chiíes en el Gobierno pretendían crear una enorme región federal en el sur, agrupando los yacimientos petrolíferos, a lo que los árabes suníes se oponían radicalmente. Esto ha exacerbado el enfrentamiento entre unos y otros. Ante la falta de consenso en todas estas cuestiones fundamentales, cumplir la agenda se convirtió en el mejor signo del éxito desde la perspectiva estadounidense, aunque éste ocultase un enorme fracaso: finalmente, la Constitución es una chapuza político-jurídica, que se ahoga en la ambigüedad al establecer un sistema federal en el que ni se define su esencia ni su estructura, dejando esa tarea para el futuro Parlamento y Gobierno que han de salir de las elecciones de hoy. Es decir, el proceso constitucional no ha resuelto nada, pero ha abierto las puertas a una mayor discordia y ha agudizado la afirmación de identidades aisladas y enfrentadas que sólo se rigen por intereses de grupo.

Una relevante excepción en este marco de división sectaria es la representada por el movimiento chií que lidera Múqtada al Sáder, quien mantiene buenas relaciones, incluso alianzas, con representativos grupos políticos árabes suníes. Múqtada al Sáder es un actor de peso que cuenta con amplia popularidad entre chiíes y suníes y cuyo liderazgo se va a reforzar en el futuro tablero político iraquí. Al Sáder no es un líder religioso sino político, y su popularidad viene tanto del apoyo que su movimiento aporta a los sectores chiíes más desprotegidos como del hecho fundamental de que no pertenece ni al dominante liderazgo político que ocupan los iraquíes exiliados llegados al país con la invasión estadounidense (que no enlaza con el sentimiento popular), ni al liderazgo chií exiliado en Irán y llegado de Teherán tras la ocupación, como es el caso del principal movimiento en el Gobierno actual que lidera Abdelaziz al Hakim (el Consejo de la Revolución Islámica en Irak, CRII), tachado por muchos de "persa" y no iraquí. Es decir, Múqtada al Sáder es un nacionalista visto como verdaderamente del interior del país, y eso hoy día es muy importante en Irak. Entre los suníes es popular porque, como ellos, exige un calendario de salida de las tropas estadounidenses y porque ha sido el único líder chií que denunció el asalto brutal de las tropas estadounidenses contra Faluya en noviembre de 2004, convertido en un símbolo del "martirologio" suní y que fue silenciosamente asumido por los otros líderes chiíes. Así, se da la circunstancia de que es un actor central por su capacidad de mediación para evitar derivas de enfrentamiento civil entre suníes y chiíes, pero su independencia y exigencia de un calendario de salida de las tropas extranjeras le han convertido en un actor marginado, acosado y catalogado como radical por los estadounidenses.

Ante las elecciones que se celebran hoy, lo primero que hay que decir es que, como las de enero pasado, están expuestas a todas las anomalías imaginables por el marco de ocupación y violencia en que se desarrollan. Sin embargo, el escenario político ha experimentado cambios. La ley electoral se ha modificado, corrigiendo la sobrerrepresentación nada democrática de los kurdos y equilibrando las posibilidades de escaños para los árabes suníes. Éstos han modificado su posición y ahora se presentan. Incluso la influyente Asociación de Ulemas, si bien no participa, tampoco defiende el boicot, sino la libertad de decisión.

Por otro lado, también se va a reforzar la participación de candidatos procedentes del movimiento de Múqtada al Sáder, lo que integraría una mayor y más real diversidad entre los grupos chiíes si el fraude no lo remedia (además, en este caso, Alí Sistani apoya el voto chií, pero a ninguna lista concreta). Sin embargo, se trata de un cambio estratégico y no político. Desean estar presentes en el próximo Parlamento para impedir que las leyes sobre el federalismo que se habrán de aprobar supongan una amenaza de disolución del país y para presionar sobre lo que es un objetivo prioritario: un calendario de salida de las tropas estadounidenses.

Washington desea que la influencia chií del CRII disminuya en el próximo Gobierno (por eso días antes de las elecciones están "descubriendo" las cárceles donde se tortura a árabes suníes en el Ministerio del Interior gobernado por el CRII), y en estas elecciones su candidato es el que siempre ha sido, Ayad Alaui, a pesar de su inmenso descrédito entre los iraquíes. Si obtuviese buenos resultados electorales, difícilmente éstos podrían ser creíbles. Así, EE UU se encuentra en otro de los atolladeros que él mismo ha contribuido a crear. Por un lado, ha hecho todo lo necesario para radicalizar a los suníes y el enfrentamiento sectario. Por otro, se ha visto en la necesidad de integrarlos en el proceso político a fin de que éste pueda tener algo de credibilidad y tratar de distanciar a las fuerzas políticas de las de la resistencia. Ha acabado construyendo el caballo de Troya. Todo ello vaticina una enorme discordia, tensión y conflicto que en nada van a contribuir a la estabilidad del Estado.

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

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