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Columna
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Máscaras y cuevas

La escultora navarra, Dora Salazar (Alsasua, 1963), ha querido dejar atrás aquellos tiempos en los que su arte vivía suspendido de indagaciones atrabiliarias. Lo que muestra en la galería Windsor (Bilbao) son propuestas ortodoxas, sumamente formalistas. Los modelos humanos ya no están copados por el ser femenino. Ahora aparece el hombre, en la diversidad de tres edades: adolescencia, juventud y madurez. Para trabajar ese mundo antropomórfico de las tres dimensiones se sirve de numerosos materiales, como alambres de cobre, aluminio, cuero, estaño, porcelana, escayola, pan de oro, además de lienzos y grandes cartulinas, en cuanto refiere a la fase dibujística, con el anexo de fotografías donde aparecen modelos desnudos portando en sus manos máscaras. "Todo lo que es profundo ama la máscara", señalaba Nietzsche.

Dos figuras -hombre y mujer-, trenzados a tamaño natural por alambre de cobre mediante un sinnúmero de puntos de soldadura de estaño, poseen una sutil atracción. Mención especial merecen las dos máscaras hechas con lienzos superpuestos, y dibujados encima con lápices de colores y carboncillo, por su potencia enigmática, muy cercanas en espíritu a las esculturas momificadas del británico John Davies. La diferencia que separa a Dora de Davies estriba en que para éste sus figuras inertes devienen en intentos por luchar contra la idea de su propia muerte, en tanto para la escultora navarra las figuras representadas son fuente de conocimiento, aunque en el caso concreto del mundo femenino se halla inscrita una idea motivadora de posesión.

En la nueva domiciliación de la galería Epelde & Mardaras (Bilbao), muestra varios óleos y, en especial, un gran número de obras sobre papel el pintor guipuzcoano Juan Luis Goenaga (San Sebastián, 1950). Ahí está representado su mundo de siempre. Maleza disfrazada de pintura. Barro mojado o seco en forma de líneas como zarzas, o helechos descabezados. Cuando surgen los acentos eróticos, en el fondo se trata de un informalismo en forma de desnudos. Como cada vez que nos enfrentamos a sus obras, nos damos cuenta que no quiere tratos con la belleza. En su actitud más íntima no existe la pretensión de saber si su obras se venden , ni siquiera si las van a ver muchos o pocos espectadores. Lo sustancial para él es la necesidad compulsiva de trazar líneas a diestro y siniestro para el bien de su propia mano y/o satisfacción espiritual interior. De nuevo Goenaga sigue pareciéndose a aquellos que dejaron huellas gráficas de su arte en las cuevas de Santimamiñe, Altamira, y Ekain...

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