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Reportaje:

El samurái dormido de Sevilla

Un filme de dibujos animados sobre una embajada japonesa que llegó a Andalucía en 1614 se estrenará en primavera

El 5 de octubre de 1614 llegó al puerto de Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz, el barco San Juan Bautista, procedente de Acapulco, México, y antes de la ciudad de Sendai, en Japón. A bordo viajaba una embajada de japoneses enviada por un poderoso señor feudal o shogun, del noroeste del Japón llamado Date Masamune. Al mando de la expedición, el samurái Hasekura Tsunenaga, veterano de las guerras de su señor en Corea. Su objetivo era entablar relaciones comerciales con el imperio español, bajo el cetro de Felipe III.

Esta historia la recogen las crónicas de la época. Lo que éstas no contaron fue que en ese grupo de nipones viajaba alguien con una misión secreta. Un guerrero llamado Yohei, de quien dependía algo mucho más importante que el comercio. Yohei pertenecía a una orden secreta de samuráis que mantenía alejadas a las fuerzas del mal de nuestro mundo mediante armas mágicas. Es lógico que tal episodio no lo registrasen los historiadores. Se trata del argumento de una película de dibujos animados española cuyo estreno está programado para la próxima primavera. Su título es Gisaku.

"Yohei es el guardián de una llave que es básica para mantener el equilibrio del universo. Y sabe que dentro de 400 años, es decir, en nuestra actualidad, la puerta a la dimensión de los demonios se abrirá en España. Por eso viene con la embajada nipona", explica Baltasar Pedrosa, director de la película. "El guerrero tiene el poder de hibernar y lo hace en una cueva, bajo el Monasterio de la Cartuja de Sevilla. En 2005, por un accidente Yohei despierta y se une a dos niños en la búsqueda, por toda España, de esa puerta", explica Pedrosa. Lo que el samurái encuentra al despertar le sorprende y le choca. Así, en Sevilla, cuando descubre el AVE lo toma como un dragón legendario y se dispone a enfrentarse con él.

La película está realizada siguiendo el estilo anime, el de los dibujos animados japoneses. Y no es casualidad. La cinta está coproducida por Filmax Animación y la Sociedad Estatal para Exposiciones Universales. Esta última, presentó la obra en la pasada Exposición Universal de Aichi, en Japón. "La acogida del público allí fue bastante buena. Ése era nuestro objetivo, llegar a ellos de una forma atractiva. Por eso escogimos el estilo anime. En especial, la ciudad de Sendai, de donde salió la verdadera embajada, se volcó con nosotros", explica el director.

Durante la realización, Baltasar Pedrosa visitó brevemente el pueblo sevillano de Coria del Río. Allí, en una de sus plazas, se levanta una estatua en honor a Hasekura Tsunenaga, que fue regalada por las autoridades de Sendai hace casi dos décadas. "Antes de hacer la película no conocía la historia de los japoneses de Coria", dice. Pedrosa se refiere al hecho de que parte de los emisarios nipones no terminaron regresando a su isla, sino que permanecieron viviendo en Andalucía, y en concreto, en Coria del Río. "Me fijé en la estatua de Hasekura y me recordó a la imagen que sale de él en la película. A como lo dibujamos. Así, con ropa de diario, sin armadura. Y con bigote", dice Pedrosa.

La historia de un apellido ilustre

En el censo de Coria del Río realizado en 2002, vivían en la localidad sevillana 333 corianos con el nombre de Japón como primer apellido, 295 como segundo apellido y ocho con los dos. Los principales estudios han tratado de averiguar su procedencia. Y la respuesta está en la llegada de la embajada de Hasekura Tsunenaga en 1614

El inicio de las relaciones hispano-japonesas se remonta al año 1549, cuando el jesuita San Francisco Javier llegó a Kagoshima para evangelizar el sur de Japón. A él le siguieron numerosos religiosos católicos de la península Ibérica que consiguieron convertir a algunos señores feudales del sur del país. Uno de éstos fue el shogun Date Masamune, el señor deTsunenaga.

Una de las principales intenciones de los señores feudales del sur de Japón era iniciar relaciones comerciales con España y Portugal a través del comercio exterior de Japón con las Islas Filipinas y México. Ésta es la razón de la llegada a España de la embajada nipona de 1614.

Poco después de llegar a la Península, y en su trayecto hacia Madrid, la embajada fue recibida en el pueblo sevillano de Coria del Río, donde se les agasajó de forma espléndida, según rezan las crónicas. Un año después, en el momento de la vuelta a su tierra, una serie de accidentes fueron demorando la partida de la comitiva japonesa. Un tercio de los 30 vasallos que arribaron a Europa decidió, por una razón u otra, quedarse en España. Todos se habían convertido al cristianismo, como Hasekura, que se bautizó en Madrid. Así que terminaron recluyéndose en el monasterio de Loreto, en el Aljarafe sevillano.

No sería descabellado pensar que algunos de los japoneses supieron integrarse en aquella sociedad hispalense. Es casi seguro que algunos de los japoneses se instalaron en Coria, donde siempre tendrían la posibilidad de embarcarse a Indias. Eso explicaría la existencia en ese pueblo del apellido Japón. Estudiosos del tema como Víctor Valencia Japón han podido comprobar documentalmente que el topónimo Japón se añadía inmediatamente detrás del nombre cristiano que adoptaron estas personas.

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