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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Manuel Lloris, escritor

La rara pieza de la generación perdida valenciana

Miquel Alberola

El profesor Manuel Lloris murió ayer en Valencia tras un largo internamiento hospitalario. Fue quizá la más rara pieza del complicado mosaico de la llamada generación perdida valenciana, a la que pertenecieron Joan Fuster, Vicent Ventura o Tomás Llorens. En los últimos años, con la salud muy deteriorada por la diabetes, tenía centrada su actividad en las clases de literatura americana e inglesa que impartía en la UNED y sus habituales colaboraciones en EL PAÍS en su edición de la Comunidad Valenciana, donde publicó tribunas de gran altura intelectual.

Hijo de un suboficial de caballería, se trasladó con su familia desde Barcelona, donde había nacido en 1928, a Alcoy, cuya atmósfera de rebeldía obrera y ámbito derrotado en la Guerra Civil le formateó el carácter. Estudió primero en los Salesianos, donde sorprendió con sus intensivas lecturas del Quijote, y luego se trasladó a Valencia para seguir la carrera de Filosofía y Letras. Su afilada inteligencia y su conocimiento de la literatura francesa le hicieron despuntar enseguida en el más inquieto círculo intelectual valenciano de la posguerra.

Después emigró a Alemania a trabajar en una fábrica, y allí aprendió alemán y profundizó en los filósofos alemanes. Fue el primero en hablar con conocimiento de causa de Kant y Hegel en Valencia, pero esta ciudad atascada en el pantano del franquismo se le había vuelto insufrible.

Lloris marchó a Estados Unidos para ejercer de profesor de literatura en la Universidad de Temple, en Búfalo (Filadelfia), y en la City University de Nueva York. En esos años, Lloris desparramó su talento como negro escribiendo tesis doctorales para otros, incluso novelas policiacas con seudónimos que nunca quiso reconocer en público. A finales de los setenta, con algo más de 50 años, la vida americana se le hizo muy dura y logró una jubilación anticipada para regresar a Valencia, donde tenía a su mujer y su hijo. Entonces escribió Aproximación a Joan Fuster, un libro crítico en el que trataba de desbaratar las tesis nacionalistas del ensayista, al que consideraba "un carlista". Como traductor, en sus últimos años publicó Hannah Arendt, de Elisabeth Young-Bruehl, y Ribalta y los ribaltescos: la evolución del estilo barroco en Valencia, de David Martin Kowal.

La potencia del euro frente al dólar, moneda con la que cobraba su jubilación de Estados Unidos, le complicó económicamente sus últimos años, en los que era inseparable de una caja de puros de 25 cedros de Álvaro que le hacía de cartera y en la que llevaba cosas que acaso no fueran sino una extrapolación metafísica de sí mismo.

Manuel Lloris no se consideraba norteamericano, ni español, ni valenciano. Ni mucho menos de Alcoy, donde pasó sus días más felices. Tenía algunas aficiones, pero ninguna convicción. Le gustaba el ajedrez, juego en el que alcanzó algunos títulos, y el fútbol, sobre el que realizó abundantes crónicas en sus días de periodista en el diario alcoyano Ciudad. Hubo un tiempo en que fue guapo como Montgomery Clift, y siempre llevaba una fotografía en el bolsillo para constatarlo empíricamente. Quería morir incinerado por temor a que la muerte sólo fuera una condena a la conciencia eterna. Pensaba que si la materia se transformaba en otra cosa y no tenía conciencia de ella misma, sería como estar en el cielo. Hoy lo despejará.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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