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Columna
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Tiempos

Aquí, en Euskoland, tenemos la sensación de vivir un tiempo varado, fijo como un remolino que da vueltas sobre sí mismo, un tiempo estancado. Durante años, nos bastaba con salir una temporada de vacaciones para lamentarnos al regreso de que todo seguía igual, de que el primer titular de prensa con el que nos topábamos al llegar era idéntico al último titular que habíamos leído al salir un mes antes. Nuestro tiempo vacacional, que habitualmente suele ser un tiempo lento, casi nulo, había corrido más rápido que nuestro insaciable marasmo, tan trepidante él, tan tormentoso, sí, pero como una tormenta detenida para un paisaje inamovible. Nuestro euskotiempo se convertía en paisaje, y éste, como para el paisano que aparece en la instantánea, se constituía en plasma de un estado mental. Es lo que descubríamos cuando salíamos de vacaciones. En el tiempo amodorrado de nuestro alejamiento, percibíamos otra mente, dispuesta a emprender su andadura con percepciones y estímulos distintos, andadura que el retorno interrumpía con una ducha de agua fría. El euskotiempo era más una disposición perceptiva, un estado de ánimo, que tiempo real y volandero. Era un cierre mental que nos absorbía sin que pudiéramos escapar de su dramático maelström. Queríamos huir de él, pero no podíamos.

Sobra señalar al principal agente de este estancamiento fatal, pero lo haremos. Eran ETA y su entorno quienes fijaban tiempo, paisaje y paisanaje, abocándonos a un estado mental carcelario de esperanzas siempre pospuestas. Vivíamos en su tiempo, deseosos de salir de él, si bien incapaces de hacerlo por la tiranía de su empantanada sangría. Nuestra mente estaba secuestrada, impedida para emprender cualquier andadura que le diera la ilusión de percibir su segundero en marcha. Estábamos inmersos en ellos, en aquel círculo detenido que tanto nos hastiaba. Pues bien, esa inmersión se ha acabado. Ha bastado con que ETA y su mundo nos mostraran su manifiesta debilidad para que nuestro particular segundero se pusiera en marcha y nos situáramos fuera, para que la imposible distancia de antes se hiciera real y nos liberáramos del euskotiempo con la misma ligereza con la que se liberaban nuestro estado de ánimo y nuestras mentes.

Hoy, ETA y su mundo nos vuelven a pedir tiempo, su tiempo. Es ya un tiempo retrasado, que se demanda para poder incorporarse al tiempo de los demás y seguir influyendo en éste. De esa concesión nuestra se hace depender nuestro futuro, el fin de nuestros problemas, pero hay un reconocimiento implícito de dependencia en esa demanda: quienes dominan el tiempo ya no son ellos, quienes lo conceden son los demás. Ellos necesitan tiempo para mentalizar a sus bases, para asumir nuevos postulados que supongan el abandono de los viejos, revistiéndolos del disfraz adecuado para que resulten aceptables. Necesitan tiempo, en realidad, para asumir su derrota, que es otra de las cosas que también va implícita en su demanda. Acogerse al tiempo de los demás significa reconocer la derrota, una de las palabras clave de los nuevos tiempos que ya están en marcha. Ahora se trata de alcanzar la paz, nuevo cambio de frente ideológico, una paz de la que se nos presentan como principales agentes, como antes lo fueron de la guerra. Se olvidan, sin embargo, de que para muchísima gente la paz no consiste en otra cosa que en la oportunidad de poder olvidarse al fin de ellos: tiempo ganado y recuperado, que no está dispuesta a perder.

La distancia permite dinámicas autónomas. Era difícil liberarse del maelström reciente; sin embargo, una vez que se sale de él, y en esas estamos, resulta también difícil demorarse y poner frenos a una marcha que tanto habíamos ansiado emprender. Los titulares de nuestros periódicos siguen hablando de lo mismo, aunque lo hacen de una forma distinta y, sobre todo, uno los lee de una forma muy distinta. Los lee con desapego; iba a decir que lo hace como si estuviera de vacaciones, pero he de ir más allá y reconocer que lo hace como un natural de los lugares o países a los que iba de vacaciones. ¿De qué va todo este jolgorio, este decir y desdecir?, ¿de qué hablan?, llega a preguntarse a veces ante el aluvión de titulares que empiezan a parecerle extemporáneos. Nuestra disposición mental ha roto con el tiempo estancado. Para los más benévolos, éste se ha convertido en un tiempo para el olvido. Para otros, para muchos, sólo podrá ser el tiempo de la derrota. En torno a ésta se lucha ya.

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