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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La 'marcha' marroquí

Hace treinta años, unos 350.000 marroquíes iniciaban una marcha que se dijo pacífica, verde, para ocupar unos kilómetros del Sáhara Occidental y forzar la mano de Madrid para su retirada de lo que era todavía una colonia. La jugada que el propio Hassan II, entonces reinante y padre del actual soberano, Mohamed VI, calificó de chantaje lícito salió como preveía Rabat cuando Franco yacía en su lecho de muerte. España se resignó a entregar el territorio -275.000 kilómetros cuadrados, habitado por unas 300.000 personas- a Marruecos y Mauritania.

Retirada rápidamente Mauritania del contencioso, y tras una guerra de Marruecos con la insurrección independentista del Sáhara que culminó con el alto el fuego de 1991, se eterniza hoy una negociación que no conduce a ninguna parte. En teoría, sigue vigente el plan Baker, según el cual el Sáhara disfrutaría de una autonomía auspiciada por la ONU durante cinco años, al término de los cuales se celebraría un referéndum para que los saharauis votaran independencia o pertenencia a Marruecos.

La República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y su valedor, Argelia, aceptan la fórmula, pero Marruecos se niega, sin duda poco convencido del favorable resultado de la consulta. El Gobierno de Zapatero -como los precedentes del PP y del PSOE- ha intentado desbloquear la situación, pero sin éxito. El referéndum, instrumento más propio para ratificar un acuerdo que para decidir el futuro, parece hoy por hoy impracticable.

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La comunidad internacional podría aceptar una fórmula transaccional que pasara por una amplia autonomía del Sáhara bajo soberanía marroquí, pero es una solución peliaguda, puesto que no hay auténtica autonomía sin auténtica democracia y a Marruecos le falta bastante para obtener esa licenciatura. Tampoco Argelia y el Frente Polisario aplauden la idea. Por todo ello, a los 30 años de la marcha, la situación actual de ni paz ni guerra puede parecer la menos mala. Pero la lamentable inmovilidad puede agravar la situación si el contencioso se mezcla con el integrismo musulmán o un terrorismo que han estado ausentes de este conflicto en unos campos de refugiados necesitados de un horizonte de esperanza.

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