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Columna
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Las croquetas de los Ondas

No hay nada más bello que una boda, aseguraban los clásicos, y debía ser por eso que se respiraba un ambiente relajado, como si lo que estaba cayendo en el duro asfalto no fuera una furibunda tormenta sino, (Josep Cuní dixit), el anticipo de un calmo anticiclón. Jesús Vázquez, de quien se podría afirmar lo que ya se dijo de la mítica Marilyn, "el animal más bello jamás creado", acababa de casarse con su novio de casi toda la vida, y todo el personal que inundaba la platea del Liceo, enamorados hasta los tuétanos de su cuerpo serrano, nos quedamos con esa sonrisa bobalicona que te dibuja la felicidad de la gente que quieres. Si añadimos a ello el humor agudo y demoledor de Juan Carlos Ortega, que iba entrando en pantalla para cachondearse de toda alma viviente (¿quién no habrá soñado, esta noche, con el cuerpo desnudo de Carles Francino repleto de nata, tal cual nos lo dibujó, en nuestras calenturientas mentes, el malvado Ortega?), la excelencia de croquetas que nos zampamos y la buena compañía que nos permitimos, podríamos decir que fue una noche bastante redonda. Y en esa noche plácida, el mundo parecía normal. Moncho nos recordaba lo grande que es el bolero, retornándonos a la verdad de las cosas. Pavlovsky iba tan guapo que parecía el excelso amigo del novio. La gente amable de Hospital Central se paseaba con ese aire de médicos simpáticos que les ha quedado en la sonrisa, Lluís Marco capitaneaba el ejército de los viejos rockeros del 68 que nunca mueren, Mercedes Milá reinaba en la noche como sólo ella sabe hacerlo, magnífica, y Josep Ramoneda imprimía el puntito francés que tan bien le sienta al planeta intelectual. Por esas, Xavier Solà y Josep Cuní, con sus merecidos, luchados y flamantes Ondas, recordaban al mundanal ruido que hay espacios de libertad donde los boicoteos nunca llegan. Es decir, que uno puede ganar un Ondas y cometer la indelicadeza de ser y trabajar en catalán. Y para acabarnos de embobar, ahí estaban los dos Amaral, paseando su belleza de canto bello, dejándonos huérfanos del deseo de darles un abrazo espontáneo. La más guapa de la noche, sin duda, Helena García Melero, porque esta mujer es guapa sin necesidad de vestirse de guapa. Y así, perdónenme ustedes, algunos culminamos una semanita de "vaya semanita" con mucho más buen rollo del que habríamos sospechado. Mirando ese paisaje de gente diversa encontrándose, respetándose y hasta escuchándose, el mundo parecía normal y la España del abuelo poeta Maragall parecía la otra, la que no desprecia cuanto ignora. Si el miércoles tuvimos un momento de orgullo catalán, viendo a nuestros tres haciendo los deberes con infinita paciencia y prudencia, la noche del jueves culminamos la sensación de relajo. ¿Será que a poco que una huya de la COPE encuentra la felicidad?

Será, y por ello este artículo tiene vocación de elogio desmesurado, a la manera de los viejos elogios épicos que convertían a los emperadores en dioses. A fuerza de hablar de la España que no escucha, de la que vocifera, de la que dibuja grafitos catalanofobos en los instintos básicos del personal, no hablamos suficientemente de la otra España, la que siempre estuvo ahí, en nuestras vidas compartidas, y siempre escuchó. La que nos gustó, incluso cuando soñábamos míticos horizontes. La que nunca, en el fondo, nos molestó. Ya sé que el signo de los tiempos es de ruido y trueno, y que el ruido hace más ruido que el sentido común. Pero tendríamos que moderar nuestra atención integral al pensamiento de los malos, porque la obsesión no nos permite recordar que existen los buenos. Necesitados de la autodefensa que exige el violento ataque de micrófonos que padecemos, estamos descuidando el flanco de las amistades. Y con ello cometeríamos el peor de los errores: le regalaríamos a los voceros del enfrentamiento la propiedad de España. No. No me refiero a la esfera política, porque en esa ya hemos entendido que Zapatero no es lo mismo que Rajoy, y que, como dice el Presidente Maragall, con tamaño interlocutor, el momento puede ser histórico. Pero más allá de los debates parlamentarios y de las actitudes políticas, es absolutamente obligatorio recordar que hay españoles sentimentalmente españoles, cuyos sentimientos no necesitan de enfrentamientos territoriales. Y aún más: recordar que también hay catalanes, sentimentalmente catalanes, que gustan de alimentarse del enfrentamiento. Por ambos dos, para rescatar a los primeros del olvido, y para situar a los segundos en su nivel de irresponsabilidad, es importante recordar y amar a esa España que habla y nos habla.

Esa España, la otra, la que no menta a Dios para darnos en el cogote, la que toma cava catalán con deleite madrileño, la que siempre estuvo ahí, estaba el jueves en el Liceo. Con sus acentos de cantante coplera revelación -¡qué maravilla Diana Navarro!-, con sus años de buena radio en su sólida biografía, con sus series "de provincias" que llenan de profesionalidad el sur televisivo, estaba ahí con sus acentos, sus manías y sus cosas, recordándonos que Machado siempre tuvo razón. Una de las dos Españas nunca nos heló el corazón. Por eso, porque disfruté de una noche tranquila, con campanas de boda rompiendo el grito huraño de los tiempos del cólera, con sonrisas de gente amable que vive y deja vivir, con la diferencia disfrutando de la convivencia, por todo ello me zampé las croquetas con recuperada paz. A veces, en momentos privilegiados, España parece tan normal...

www.pilarrahola.com

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