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Columna
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Espanto

LAS PALABRAS tienen un haz y un envés, un exterior y un interior, una superficie y una profundidad. Las dos caras son imprescindibles, pero no intercambiables, como no lo es, si nos vale un símil vegetal, la raíz y la floración de una planta. Lo más hondo y crucial en la vida o en la historia de una palabra es el origen de la misma, que atesora la memoria de su significado o significados, su etimología, una ciencia ésta, por fuerza, de lo más conjetural, porque obtiene sus frutos de forma indirecta y actúa mediante un sistema de excavación vertical, pero horadando un pozo, nunca mejor dicho, sin fondo. Esta inmersión en estratos cada vez más tenebrosos e inaccesibles tiene, no obstante, un imperioso acicate: en el fondo del fondo ha de encontrarse no sólo el tesoro oculto del genuino significado que ilumina un término, sino la revelación de la identidad del hombre, ese peculiar animal parlante. En relación con esta cuestión, creo que se puede aplicar a la etimología la misma metáfora que Ortega y Gasset usó para explicar el difícil acceso al misterio de la pintura de Velázquez y, en puridad, de la pintura en general: que su signo es evidente, pero su significado, recóndito. Por eso es sobremanera estúpido calificar al griego y al latín como "lenguas muertas", porque no sólo originan todas las lenguas romance de Occidente y, entre ellas, todas las de nuestro país, excepto el euskera, sino que, por tanto, guardan la llave de nuestro decir y nuestro pensar, se aplique a lo que se aplique.

Una cabal muestra de lo que acabo de sugerir es el contenido del libro titulado El sexo y el espanto (Minúscula), de Pascal Quignard, un escritor francés actual, que alcanzó nombradía internacional gracias a sus novelas, pero que, además, es un filósofo clásico de excelente formación, lo cual enriquece de forma extraordinaria su importante labor como ensayista. Lo formidable del libro que acabamos de citar es que aborda el tema del sexo en Occidente prácticamente sólo con su saber filológico, rebuscando el origen grecolatino de las palabras y, a través de su etimología, dándonos explicaciones al respecto mucho más certeras, verosímiles y brillantes que la mayoría de tratados antropológicos, sociológicos y psicológicos hoy al uso. Más: como, en realidad, no hay una perspectiva más general, ni, por supuesto, más profunda que la indagación de la raíz de las palabras, Quignard, de forma espontánea, extiende su red de implicaciones y correspondencias a un sinfín de temas apasionantes, entre los que están, entre otros muchos, además de obviamente la literatura, las artes plásticas y la arquitectura.

La especialización funcionalista y pragmática que se impone hoy en el sistema educativo, no sólo cierra toda senda a la sabiduría y el conocimiento, sino, lo que es peor, yugula la memoria, que es el único nutriente de ambas. De esta manera, actualmente confundimos ciencia con técnica, información con formación y, en el terreno concreto de las lenguas, estamos a punto de crear una generación de analfabetos que hablan comercialmente mil idiomas "vivos" sin comprender nada en ninguno. ¡Qué asexuado espanto!

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