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Crítica:DANZA | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La Giselle roja

El Ballet Teatro de San Petersburgo, que dirige Boris Eifman, ha sido el encargado de poner fin a Los Veranos de La Villa en el Teatro del Matadero con la obra Giselle rouge, una creación de 1997. Trata del aciago destino de la bailarina Olga Spessítseva, atrapada entre dos siglos (el XIX y el XX), en la encrucijada de la Revolución de Octubre y sus éxitos ya en Occidente con los Ballets Russes de Diaghilev. Ella era una Giselle maravillosa (hay un filme de Antón Dolin de 1979 donde se ve su variación del primer acto y después, ya anciana, en un manicomio: enloqueció como su Gisell). Eifman, con mano maestra, recrea esa vida: el teatro Marinskii, los ballets imperiales, un maestro que puede ser Cecchetti, unos partenaires que pueden ser Serge Lifar y Balanchine; Olga se fue a América, pero volvió en 1918 a Petrogrado ya como una diva (aquí se recrean Las cuatro estaciones de Glazunov, su variación de Esmeralda, su escena de la locura en Giselle), y se volvió a ir a París, a vagar en casi la miseria. Con la música de Chaicovski y Schnitke maravillosamente imbricadas, la narración se hace comprensible y dramática. Vera Arburova es una buena bailarina, sensible y dúctil encarnando ese desvarío sobre las zapatillas de punta; los trajes y la escenografía de Viacheslav Okunev son atinados y eficaces y Eifman demuestra dominar el arte de la coreografía, tanto en los grandes conjuntos como en las partes solistas.

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