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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Invasión china y proteccionismo

Joaquín Estefanía

EL PASADO 1 DE ENERO se produjo una revolución en el sector textil: a partir de dicha fecha se liberalizó su comercio mundial, acabando con el sistema de cuotas que había estado vigente hasta entonces. Ya no habrá contingentes y cualquier país podrá exportar sus productos, sin limitaciones, dentro de un acuerdo tomado en la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Poco más de un trimestre después se empiezan a conocer las consecuencias de esa decisión. Millones de pantalones, camisetas y ropa interior chinos penetran en los mercados europeo y norteamericano a precios inferiores a los de los productos autóctonos, arrasando la industria textil de estas zonas. ¿Beneficiarios?: en primera instancia, los consumidores, que disponen de más productos, más baratos. ¿Perjudicados?: los empresarios textiles y los trabajadores de ese sector, que ven amenazadas sus plantas y sus empleos. Veamos algunos datos: durante ese primer trimestre, las importaciones chinas introdujeron en el mercado de EE UU 84,8 millones de camisetas de algodón, lo que representa un incremento del 1.258% respecto al mismo periodo del año anterior; el incremento de los pantalones chinos fue del 1.521%, y el de ropa interior, del 200%. Los porcentajes en Europa también son exponenciales. Algunos analistas han previsto que de aquí a dos años los exportadores chinos se habrán apoderado de hasta el 70% del mercado textil americano, cuando antes de levantarse el sistema de cuotas, sólo el 16% de la ropa vendida en EE UU era de origen chino.

La llegada masiva de productos textiles chinos a los mercados europeo y norteamericano, a partir del 1 de enero, ha encendido las luces de alarma de la industria del sector. ¿Cómo competir en condiciones desiguales?

La reacción no se ha hecho esperar: patronales, sindicatos y Gobiernos piden que se activen medidas de protección en forma de cláusulas de salvaguardia que están contempladas en los acuerdos de la OMC. Muchos de los que hasta ese momento se habían manifestado, en teoría, favorables al librecambismo industrial reclaman la atención de las autoridades para no morir en la competencia. El pasado 1 de abril, el ministro de Industria español, José Montilla, escribió al comisario de Comercio europeo, el británico Peter Mandelson, pidiendo que se publiquen las directrices para frenar las importaciones textiles chinas y dándole cuenta de la alarma social que se extiende en el sector ante lo que podría calificarse como pasividad del Ejecutivo europeo. Mandelson comunicará esta semana esas medidas de salvaguardia posibles para acudir en socorro del sector textil europeo.

Esta casuística nos remite de nuevo a las consecuencias de un mundo en cambio permanente de reglas del juego, y a las diferencias que existen entre el discurso librecambista de muchos países en el seno de la OMC y su realidad cuando los afectados son ciudadanos y empresas de esas zonas campeonas del liberalismo. Europeos y americanos acusan a los chinos de mantener artificialmente baja la cotización de su moneda, el yuan, para que sus productos sean aún más baratos en el mercado internacional. Pero ¿no es esto lo mismo que hace la Administración de Bush con su política del dólar débil? Los exportadores chinos son denunciados por su política de dumping laboral y de continuas violaciones de los derechos de propiedad intelectual. En circunstancias tan diferentes es difícil hablar de igualdad de oportunidades a la hora de competir.

Stiglitz ha escrito sobre la distinta vara de medir de los países ricos en cuestión de comercio internacional. Hace poco recordaba las subvenciones estadounidenses al algodón, "que son ciertamente emblemáticas de la mala fe de este país". Eliminar dicha subvención ayudaría a 10 millones de productores de algodón pobres en el África subsahariana; los contribuyentes de EE UU también se beneficiarían. Los únicos que saldrían perdiendo serían los 25.000 agricultores ricos que actualmente se reparten entre 3.000 y 4.000 millones de dólares en subvenciones cada año.

El caso del textil reabre la hipocresía del doble discurso de aquellos que son partidarios de la libertad económica siempre que no les perjudique a ellos.

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