La revolución de los cedros
Walib Jumblat, el líder druso del Partido Socialista Progresista (PSP), que fundara su padre, Kamal, parece apesadumbrado por la responsabilidad. Fue en diciembre pasado, junto al ex primer ministro Rafiq Hariri, el gran artífice de la "unidad en la pluralidad" de la oposición libanesa. El terrible asesinato de Hariri, el 14 de febrero, le ha dejado como la única cabeza visible de este movimiento. Jumblat sólo se siente seguro en su castillo montañero y no osa bajar a Beirut por miedo a un atentado contra su persona. Se le siente como encerrado, pero a la vez hace gala de un enorme realismo: ninguna mala palabra contra Siria ni contra Hezbolá. La oposición ya ha logrado que Siria, sin armar demasiado ruido, se haya comprometido a sacar sus tropas y temidos servicios de inteligencia de Líbano para el 30 de abril, y que avance la idea de una investigación internacional sobre la muerte de Hariri.
Simultáneamente, hoy Líbano se enfrenta a cuatro transiciones, además de a una difícil situación económica
Falta lo principal: que se convoquen elecciones generales, ya retrasadas, y con supervisión internacional. ¿Y después? Se verá. El objetivo, hoy por hoy, es que estos comicios se celebren, lo más tarde, a finales de mayo. Si se demoran una o dos semanas más, no es grave. Pero si el poder (Siria y el régimen actual) las aplaza para después del verano -y lo puede conseguir si sigue retrasando la formación de Gobierno-, Jumblat teme que la gente se desmovilice, pues no se puede estar durante meses sacando centenares de miles de personas a las calles. El poder tambiénn lo sabe.
Apoyo internacional
En esta fase resulta crucial toda la ayuda, apoyo y solidaridad internacional que pueda recibir este proceso. Y por eso la reciente reunión, el pasado lunes en Beiteddine, a 70 kilómetros de Beirut, del Comité del Mediterráneo de la Internacional Socialista, presidido por la española Trinidad Jiménez, tuvo una gran repercusión local que recuerda los tiempos de los esenciales apoyos internacionales a la transición española. No se trató de una mera reunión de partidos de una misma familia política, pues Jumblat consiguió llevar a representantes de casi toda la oposición, excluido el partido comunista. También la resolución 1.559 de la ONU ha contribuido a esta dinámica, así como la posterior visita de un delegado de Kofi Annan, o los apoyos que se puedan impulsar desde Europa. Desde luego, las cosas están cambiando en Líbano y en otros lugares. El Consejo de la Internacional Socialista, con sus máximos dirigentes, tiene previsto reunirse el 23 y 24 de mayo en Israel y en Palestina, algo que antes nunca había sido posible.
Lo que ocurra en Líbano con lo que unos llaman la Revolución de los cedros, y otros la Intifada de la independencia, es clave para el conjunto de la región. Este país llegó a ser el más avanzado de los árabes en su pluralismo, democracia, rico y vivo. Quiere recuperar la unidad en su arabidad, y no en su confesionalidad, pues en su seno conviven distintas confesiones recogidas de forma estricta en la Constitución y en el reparto de los cargos en el Estado.
Hoy, Líbano se enfrenta a cuatro transiciones simultáneamente, además de a una difícil situación económica: la de la independencia y recuperación de su soberanía, estableciendo nuevas relaciones con sus vecinos, especialmente Siria, pero también Irán, más lejos, o incluso Israel; la de la democratización y el establecimiento de un Estado de derecho; la transformación de milicias armadas en movimientos participativos, y la renovación generacional (Jumblat es la cabeza visible de la oposición, pero también personaje central en una guerra civil a la que nadie quiere volver). En cuanto a una quinta transición, la de la secularización con el paso de un sistema de comunidades confesionales -esencialmente musulmanes suníes y chiíes, drusos y cristianos- a otro puramente secular se deja para más adelante, pues, hoy por hoy, sólo el PSP aboga claramente por ello.
Revulsivo
La unidad de la oposición se había logrado de hecho ya en diciembre pasado, pero el asesinato de Hariri -aún se desconoce su autoría- ha sido un revulsivo. Ha movilizado a la gente, que le ha perdido el respeto a los sirios, a la vez que ha vaciado los cafés de la reconstruida Beirut. Tras un informe crítico con la investigación policial de Peter Fitzgerald, de la ONU, la oposición está logrando la puesta en marcha de una comisión internacional sobre este horrendo asesinato. De momento no quieren mirar más para atrás. Quieren saber la verdad sobre este asesinato. La aclaración de otros muchos anteriores esperará.
El gran logro, por ahora, es que Siria haya aceptado retirar sus tropas y sus servicios de inteligencia para el 30 de abril como muy tarde. Nadie piensa que Siria no vaya a seguir tirando de los hilos, aunque de una manera más disimulada. Pues hasta ahora se hacía con tan poco disimulo que Damasco no consideró necesario tener siquiera un embajador en Beirut. Pero no será lo mismo.
Todos se percatan de que la salida de las tropas sirias no es el final, sino el principio de un posible proceso de reconciliación nacional. Aunque se fíen poco del joven presidente en Damasco, insiste la oposición, asegura que su objetivo no es buscar el fin del régimen sirio. Es más, Jumblat se queja de que si EE UU desestabiliza a Siria, puede desestabilizar la salida democrática para Líbano. Y ansían una solución entre israelíes y palestinos que incorpore el derecho de retorno para desprenderse de 200.000 a 300.000 refugiados que viven en el país.
Además, la economía de Líbano (incluida la de Hezbolá) está íntimamente ligada a Siria e incluso a Irán, no sólo en inversiones y actividades legales, sino también en el tráfico de drogas que se da a través del valle de la Beeka. Y preocupa en Líbano porque la ola antisiria está haciendo huir a una mano de obra absolutamente necesaria.
Lo más claro y positivo es que nadie quiere volver a una guerra civil como la vivida en los setenta y ochenta, en la que casi todas las familias perdieron algún integrante y el país quedó arruinado. El horror al pasado alimenta el optimismo hacia el futuro, sin minimizar las dificultades.
Respeto a Hezbolá
LA OPOSICIÓN libanesa insiste en "no diabolizar" a Hezbolá, pues representa a los chiíes, un 30% de la población. Según este punto de vista, por esta organización pasa la incorporación de la comunidad chií al proceso político libanés, y sin ella no hay salida a la crisis interna.
Tras las masivas manifestaciones que siguieron al asesinato de Hariri, Hezbolá mostró su músculo con otra manifestación tan o más masiva, una auténtica demostración de fuerza que logró su objetivo. Hoy, pese a que la resolución 1.559 del Consejo de Seguridad pida no sólo la retirada siria, sino el desarme de las milicias, lo que incluiría a Hezbolá, este asunto no está presente en la agenda interna libanesa. Si acaso, se deja para más adelante y a resolver entre libaneses.
Las palabras hacia el grupo integrista armado, apoyado desde Damasco y Teherán, que cumple también funciones de ayuda social, son de sumo respeto. Muchos consideran que "ha pagado muy caro, con vidas, la liberación de Líbano", logrando que los israelíes se retiraran del sur que habían ocupado. Hezbolá está para quedarse en la vida libanesa, y el reto es transformarlo de milicia armada en partido político, algo similar a lo que se puede plantear con Hamás entre los palestinos. Se trata de terminar incorporándolos en un nuevo ejército libanés, independiente de injerencias internas. Las dificultades para conseguirlo son enormes.
Hezbolá está en la lista de grupos terroristas de Estados Unidos, pero no de la Unión Europea, paso para el que presionan tanto Washington como Israel. Algunos diplomáticos americanos están dispuestos a tratar con Hamás si las elecciones llevan a dicho grupo al frente de alcaldías en Gaza o Cisjordania. Es la palestinización del problema de Hamás, o la libanización del de Hezbolá. Aunque en este caso se complica aún más, dada la financiación iraní, cuando Teherán está en el punto de mira de Estados Unidos.
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