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Columna
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Mecano en Gran Vía

Vicente Molina Foix

Nietzsche no estaría contento con la nueva Gran Vía. El 16 de diciembre de 1888, el filósofo le escribe una carta desde Turín a su gran amigo y amanuense Peter Gast, haciéndole partícipe de su entusiasmo por una opereta española que acaba de oír dos veces: La Gran Vía ("una calle principal de Madrid", añade el autor de Así habló Zaratustra). Llevado, en la última fase de su vida, de un furibundo impulso contra el antes idolatrado Ricardo Wagner, Nietzs-che -compositor aficionado él mismo y fino conocedor musical- buscó el antídoto a la sofocante neurosis de las "óperas cristianas" de Wagner en la delicada lascivia de la música del sur europeo, la Carmen de Bizet, sobre todo, pero también, como vemos, la encantadora zarzuelita del maestro Chueca. La parte de La Gran Vía que llama particularmente la atención de Nietzsche es la famosa Jota de los tres Ratas, "lo más fuerte que he oído y visto, incluso como música: genial, imposible de clasificar", comparándola a continuación con la obra operística de Rossini, que le parece "demasiado bondadosa en relación con esos españoles".

Desde Nietzsche a Ruiz-Gallardón ha pasado el crepúsculo de los dioses (en lo concerniente a la gran arteria madrileña, aclaro). Yo la pisé por primera vez en los años 1960, pero aun entonces, llevando el nombre faccioso de José Antonio, y hasta hace poco, bajo el falangismo manzanato, esta avenida era granuja y canallesca, precisamente lo que le gustó al filósofo sajón del espíritu musical de Chueca y de la chispeante letra de Pérez González; siempre he pensado, aunque eso no lo especifique Nietzsche, que sus versos preferidos fueron los de los tres rateros jactándose de que "Siempre que nos persigue la autoridad / es cuando más tranquilos timamos más". El carterismo se hará imposible en las ampliadas aceras de Gran Vía; las prostitutas negras que todavía hoy se atreven a exhibir sus oscuros encantos a la sombra del edificio de Telefónica tendrán que volver a los callejones aledaños; y es casi seguro que ni siquiera pueda a partir de ahora comprarse en las esquinas el legendario bocadillo de salchichón que unas simpáticas mujeres chinas camuflan para la venta dentro de bolsas de El Corte Inglés. Nostalgia del lodo.

La sanitaria reforma municipal coincide o favorece otro cambio significativo que los empresarios del espectáculo quieren imprimirle a la Gran Vía, convirtiéndola en la Ancha Vía, que es como se traduce en español Broadway. Los antiguos teatros o coliseos trasmutados en cines retoman su ser original bajo el manto de Mamma Mia o El graduado, a los que en breve se añadirá, así lo anuncia un cartelón gigantesco que ahora oculta el edificio Capitol, Paloma San Basilio interpretando Víctor o Victoria, el musical de origen alemán que en 1982, con estupenda música de Henry Mancini, filmó Blake Edwards dándole una profunda carga acanallada y ambiguamente sexual. Veremos lo canalla y lo ambigua que sabe mostrarse una eximia dama de la canción como San Basilio.

Sorteando las lonas de las obras excavadas y sin levantar los ojos a las hermosas fachadas tapadas, acudí el martes a la Gran Vía con ocasión del preestreno de Hoy no me puedo levantar, un producto íntegramente nacional (y hasta algo castizo en algunos acentos y frases) que resucita deliciosamente unas canciones maravillosas que nunca murieron, cantadas y bailadas por un grupo de jóvenes artistas de gran talento. Al salir del teatro, y mientras las ocurrentes letras de muchos de esos clásicos de Mecano me seguían rondando por la cabeza, pensé en un eje New York-Madrid, que nunca, ni en pintura, ni en cine, ni en literatura, ha cristalizado. "No hay marcha en Nueva York", proclama una de las canciones de Mecano que prefiero, donde "el jamón es de York".

Sin pisarla, sólo a través de unas desvergonzadas notas musicales, Nietzsche le vio la pata negra a Madrid. Las comparaciones de tamaño son siempre odiosas. La calle 42, los Campos Elíseos, el West End; ¿llegará la Gran Vía a esas dimensiones? Las mejoras en el pavimento, las macro-estaciones perforadas en su subsuelo, la iluminación ostentosa, no harán de la "calle principal" de nuestra ciudad un emporio. Pero tal vez el teatro -no sólo el cantado, sino también el hablado- consiga la catarsis. Como en Grecia.

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