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CAMBIOS EN LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

El obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, sustituye a Rouco al frente de la Conferencia Episcopal

"Ha sido una sorpresa enorme lo que se ha decidido esta mañana. Yo no lo he buscado". Así se refirió el obispo Ricardo Blázquez (Villanueva del Campillo, Ávila, 1942) a su elección como presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), que acababa de producirse minutos antes. Muy pocos habían apostado por su candidatura, salvo un selecto grupo de prelados juramentados desde hace semanas para espantar la posibilidad de un tercer trienio de Antonio María Rouco. El cardenal de Madrid necesitaba 52 votos para repetir mandato. Se quedó en 51 de 77. No podrá seguir la estela del mítico cardenal Vicente Enrique y Tarancón, que en 1978 obtuvo los dos tercios de los votos necesarios para un tercer trienio.

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A la veintena de prelados que Rouco tuvo siempre en contra -por su seco carácter presidencialista, al frente de un órgano creado por el Concilio Vaticano II precisamente para ser colegial, entre otros reproches- se unieron ayer otros seis eclesiásticos, de difícil identificación. Descartado el cardenal en la segunda votación de la mañana por no alcanzar los dos tercios, se inició una nueva elección de tanteo e inmediatamente la tanda buena, en la que pronto se vio que sólo había dos candidatos: Blázquez, el más aperturista, y el arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, valenciano de 59 años, de marcado temperamento conservador. Ganó Blázquez con 40 votos, frente a 37 para Cañizares. No hubo opción para otros candidatos. Poco más tarde, Cañizares era elegido vicepresidente, con 41 votos, 30 para el cardenal Carlos Amigo, uno para Rouco y otro para Fernando Sebastián. Pero la noticia fue la derrota de Rouco. Minutos después de conocerse, en medio de un revuelo indescriptible entre los funcionarios de la casa de la Iglesia, muchos de ellos incondicionales del cardenal, alguien resumió el escenario de esa derrota. "Le han tumbado los obispos nacionalistas, los pocos taranconianos que quedan y media docena de prelados tachados, a su manera, de liberales".

Suele decirse que nada hay más parecido a un obispo que otro obispo. Es decir, no conviene lanzar conjeturas sobre la ideología política o social de los elegidos o rechazados, porque todos siguen las directrices de Roma con igual entusiasmo. Pero sí hay en la Conferencia Episcopal diferencias de criterio sobre cómo abordar los problemas en las que con frecuencia se ve envuelto el catolicismo. Mientras Rouco o el arzobispo Cañizares, por ejemplo, han tendido a culpar de esos problemas al Gobierno de turno, o a la propia sociedad, otros han buscado también los errores de la propia jerarquía, y también los de sus fieles. Sería el caso del arzobispo de Pamplona y vicepresidente de la CEE hasta ayer, Fernando Sebastián, o del cardenal de Sevilla, Carlos Amigo ( el primero de la orden claretiana y el segundo fraile franciscano).

También es el caso del obispo Blázquez. Hace un mes, junto al resto de los prelados del País Vasco y del arzobispo navarro, publicó una larga pastoral admitiendo que la situación de esa diócesis es de "apretura", lo que tintaría sombríamente su porvenir. Ayer volvió a hacer uso de esa franqueza, en una apresurada conferencia de prensa como nuevo presidente de la CEE. Tranquilo, con voz queda, seguro de sí mismo, el obispo Blázquez empezó su breve declaración con un "buenos días a todos y a todas". Después envió un saludo "a todos los cristianos y a todos los ciudadanos". Pese a reconocer la gran sorpresa de su elección, dijo estar tranquilo porque, por la mañana, en la misa que precedió a las votaciones, se había cantado el famoso Nada te turbe, nada te espante, de santa Teresa. "Soy de Ávila, como ella", dijo.

Después de ponderar los "vínculos de profunda amistad y de colaboración desde hace muchos años" con el cardenal Rouco, del que fue obispo auxiliar cuando el ahora cardenal de Madrid era arzobispo de Santiago de Compostela, y con el que coincidió varios años en la Universidad Pontificia de Salamanca, el nuevo presidente ofreció colaboración al Gobierno "por los caminos de la verdad y de la comprensión", recordando "el ambiente de gran cordialidad", dijo, con que la semana pasada se desarrolló una entrevista entre altos cargos del Ejecutivo socialista y de la Conferencia Episcopal. "Se pusieron las bases para el diálogo. Ése es el camino", remachó.

La asamblea episcopal también eligió ayer a su comité ejecutivo para este trienio, en esta ocasión sin sorpresa alguna. Lo formarán el cardenal de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, el arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, y el arzobispo de Oviedo, Carlos Osoro Sierra, además del presidente Blázquez, el vicepresidente Cañizares y el secretario general y portavoz, Juan Antonio Martínez Camino. Es miembro nato el arzobispo de Madrid, cardenal Rouco Varela.

El obispo Blázquez, arropado por los responsables de comunicación de la Conferencia Episcopal, Martínez Camino (izquierda) e Isidro Catela.
El obispo Blázquez, arropado por los responsables de comunicación de la Conferencia Episcopal, Martínez Camino (izquierda) e Isidro Catela.CRISTÓBAL MANUEL

Roma fracasa en sus empeños de "continuidad y unidad"

Quien considere la derrota del cardenal Rouco como un fracaso debe repasar la historia de la Conferencia Episcopal, que cumple pronto 40 años. La elección de un presidente para tres mandatos resulta prácticamente imposible, porque las normas le exigen dos tercios de los votos y eso, en una organización de hombres -aunque sean obispos-, es casi siempre una tarea de titanes. Rouco lo ha intentado con tesón, con la ayuda de algunos dirigentes romanos, y ésa es su principal penitencia. Numerosos obispos se sintieron excesivamente presionados, incluso ninguneados por Roma, lo que les alejó del cardenal de Madrid. Es probable que lo votaran, pero es seguro que no hicieron lo suficiente -ni lo prometido- para sumar los otros apoyos que les habían asignado.

Se pone el ejemplo del cardenal Tarancón, el único prelado que ha presidido la CEE durante tres trienios (más otro año en sustitución del fallecido Casimiro Morcillo: total, diez años: entre 1971 y 1981). Se dice también que ahora, como en la época de Tarancón, el catolicismo está necesitado en España de "continuidad y unidad", como predicó Rouco el lunes. Pero en 1978, cuando Tarancón ganó su tercer mandato, la Iglesia romana vivía a trancas y barrancas la vía democrática, y recelaba de la Constitución, que muchos prelados, el cardenal Marcelo González y el obispo Guerra Campos, entre otros, no querían ni ver -por "atea", decían-, así que los obispos, escarmentados de nacionalcatolicismo, creyeron que sólo Tarancón podía librarles de otra catástrofe.

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