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Columna
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Infierno

Veo un documental de Fréderic Rossif sobre el gueto de Varsovia realizado en 1961. Lo veo en un pequeño cine del barrio latino en París. Somos cinco espectadores temblando literalmente de miedo y repugnancia. Pienso que este es un documento que debería exhibirse en todos los institutos de Europa. En los centros de enseñanza del feliz y desmemoriado mundo libre. ¿Cómo puede alguien sostener aún la teoría de la inexistencia del holocausto? O se está loco, o se es nazi. ¿Cómo se atreve nadie a minimizar aquella tragedia sin precedentes en la historia? Las imágenes fueron rodadas por las SS. Todas las fotografías las tomaron los oficiales alemanes por encargo de Hitler con el único fin de producir el gran y excitante documental de las conquistas del Tercer Reich. Y también del sadismo de sus métodos de exterminio. La cámara se recrea en las escenas protagonizadas por la policía judía contra sus propios hermanos de raza. Vemos cómo golpean a las mujeres, a los ancianos y a los niños. También cómo retiran de las calles los cadáveres de quienes van muriendo de hambre o de enfermedad en el interior del gueto. Vemos cómo esos cadáveres, sin apenas carne, son apilados en carretas, caen a tierra y entonces los vuelven a recoger hasta arrojarlos, como basura, al gran revuelto de cuerpos irreconocibles en un almacén donde les arrancan de cuajo las mandíbulas para extraer los dientes de oro, si los hay. Nos estremece de espanto comprobar que la mayor perversidad del ocupante consiste en adiestrar a equipos de represores y verdugos entre las mismas víctimas. Aunque luego, todos son recompensados con la muerte. Las imágenes reales del bombardeo, y el asalto final al gueto de Varsovia, del que casi nadie se salvó, son mucho más que insoportables.

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