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Columna
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La rareza de la Unión

Soledad Gallego-Díaz

Un alto representante de la Unión Europea resumió hace poco en Madrid la rareza de la UE: "¿Saben ustedes que la inversión europea en Tejas es más grande que toda la inversión de Estados Unidos en Japón? ¿Y que EE UU tiene invertido más dinero en la pequeña Holanda que en todo México?". Que la UE es una cosa extraña es bien sabido: nada que ver con el sueño americano que dio cohesión y fuerza a Estados Unidos. Por más que el escritor Jeremy Rifkin asegure que medio mundo está esperando el nacimiento de un "sueño europeo" capaz de ofrecer un modelo distinto de cooperación política y desarrollo social, lo cierto es que la Unión se ha desarrollado hasta ahora casi exclusivamente como un proyecto económico. Jacques Delors decía en los años 80 que era imposible pedirle a los ciudadanos que se entusiasmaran con una organización que se dirigía a ellos hablando de los "principios de atribución y subsidiariedad" y que se mostraba como la simple suma de políticas nacionales coordinadas. Esa es la realidad y eso es lo que ha hecho que los ciudadanos se sintieran lejanos y, en la mayoría de los países, despreocupados de la marcha de la Unión.

Ahora, muchos de quienes se han sentido comodísimos en una organización tan reservada a los políticos y a los técnicos y tan lejana de los votantes, se lamentan. Ahora es imposible seguir adelante con los mismos procedimientos y no queda más remedio que intentar otro camino. Eso es la Constitución europea que se somete a referéndum el próximo domingo en España. Un intento de poner remedio a una anunciada paralización. Desde luego, su enrevesada estructura no ayuda a tener "sueños" ni a fantasear. No es tampoco, probablemente, el primer paso hacia una federación, como pidió Joschka Fischer en su famoso, y hermoso, discurso de la Universidad de Humboldt, en mayo de 2000. Nada que pueda compararse a la cohesión que tiene Estados Unidos o, incluso, China o India, los dos nuevos y grandes actores del siglo XXI.

Pero, sea como sea, esta Constitución contiene algunos de los elementos de unión política imprescindibles para hacer frente a una situación que cambia en todo el mundo a una velocidad endiablada. Y algunos elementos que harán que toda la organización sea mañana algo más democrática y cercana a los ciudadanos de lo que es hoy. Sería una lástima que los ciudadanos españoles lo ignoren o lo infravaloren.

Como ya ha sido una lástima que la campaña del referéndum, corroída por políticas de partido, no haya servido para acercar la imagen de esta nueva Unión. Asombra que los europeístas, españoles y europeos en su conjunto, no hayan echado la casa por la ventana, aprovechando todos los resquicios para defender su proyecto. Quizás, la rapidez y el optimismo antropológico del presidente del Gobierno en su propia capacidad para movilizar a los electores, le hayan hecho desaprovechar la ocasión para lanzar un auténtica campaña europea. (A propósito, ¿alguien sabe explicar por qué los franceses, alemanes o británicos que residen en España pueden votar en las municipales y no en esta consulta?).

Pero si al PSOE y al Gobierno se le puede reprochar exceso de optimismo, lo auténticamente difícil de esta convocatoria va a ser olvidar la mezquindad de un PP que intervino muy principalmente en la negociación del Tratado, que planteó antes que nadie la necesidad de un referéndum, y que llegada la hora, por estar en la oposición, prefirió insuflar desánimo y dejadez en todo el proceso.

Desde luego, si este domingo se produce una alta abstención, antes de echar la culpa a los ciudadanos, habrá que recordar que el 84% de los europeos (y de los españoles) ha estado de acuerdo con la idea de que Europa tuviera una Constitución. Y que un 65% de españoles defiende el nombramiento de un ministro europeo de Exteriores. Los sondeos de la UE indican que el 38% de los abstencionistas decide no votar en los últimos días, faltos de estímulo. Porque ese es, sin duda, el principal problema de Europa: quienes se abstienen no lo hacen porque estén en desacuerdo con el camino que toma la UE o con algunos de sus mecanismos. Lo hacen porque, simplemente, no les interesa el tema o no creen que su voto sirva para algo.

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