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Entrevista:ÁNGEL GARCÍA LÓPEZ | Poeta | Signos

"El personaje más censurable en la república de las letras es el portador de envidia"

Ángel García López (Rota, 1935), padre del llamado mester andalusí, es poeta de larga trayectoria, reconocido, entre otros, por los Premios Nacional de Poesía y de la Crítica. Su último libro, Ópera bufa (Hiperión), presenta una galería de curiosos personajes dispuestos a todo por acceder al parnaso de las letras.

Pregunta. Usted insiste en que todos los personajes retratados en su libro son "arquetipos" y no "tipos" concretos. ¿No quiere que se le mosquee el personal?

Respuesta. En absoluto. Hablo de cosas que existen entre la fauna múltiple y variadísima de la república de las letras. Todos ellos se corresponden con modelos objetivos que se repiten en ese mundillo: las envidias, los rencores, los acomodadores de la fama que te sientan en primera fila o te dan la fila 12...

P. ¿Cuál de ellos le inspira más ternura o simpatía?

R. Hay varios, pero mi favorito es Genovevo de Ampurias, un fervoroso de la poesía que se matricula en un taller para, al cabo de seis o siete meses, recibir el título de poeta, previo pago. Le dediqué ese poema a José Hierro porque en nuestras conversaciones hablamos más de una vez de esos alumnos.

P. ¿Y cuál le produce más aversión?

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R. Bueno, bueno... Creo que el conjunto, al ser tratado con cierta ironía, es sometido a una forma de crítica. En general, el más censurable para mí es el portador de envidia. En otro poema del libro propongo una receta para salvarse de esa lacra.

P. ¿Es ése el agente cancerígeno por excelencia entre los poetas?

R. Sí, al menos es lo que más se repite. Son demasiados los que piensan: "Nadie es mejor que yo, todo lo que pretenda rebasar mi posición supone una subversión de la verdad". O dicho en palabras de aquel torero: "En la escala de la torería, después de yo, nadie". Quien siente amenazada esa posición, intentará compensarlo buscando el aplauso de sus afines.

P. ¿Qué más falta o sobra en la ópera bufa de la poesía española?

R. Falta humildad, generosidad y objetividad. La crítica, en vez de orientar, vapulea a los que le caen mal. Falta preparación, incluso en las cátedras universitarias. Falta imparcialidad, no dejarse llevar por las afinidades electivas, distinguir, como digo en un poema, a Guzmán el Bueno de Guzmán el Malo. Y sobran muchos títulos superfluos, porque no todo lo que se publica es trigo candeal. No se comprende que España sea un país inflacionista en premios literarios y haya un libro para cada premio. Eso permite a personajes como Orestes Manosanta refreírse a sí mismo y enviar a tres concursos el mismo poema.

P. Y usted, como parte de esa comunidad, ¿se reconoce en algún arquetipo, o prefiere ver los toros desde la barrera?

R. Más bien desde la ventana de mi casa. Desde hace mucho vivo aislado de ese mundillo. Mi jornada laboral duraba hasta las nueve de la noche y no tenía tiempo de acudir a tertulias, de dar aplausos o recogerlos. Por otra parte, tuve una carrera muy rápida: en el año 74 ya tenía los premios más importantes, el Adonais, el Nacional, el Boscán... El cuerno de la fortuna fue muy complaciente conmigo, pero no vi ninguna necesidad de volver a la avifauna poética. Como dijo una estudiosa argentina, tal vez tuve todas las cartas en mi mano y me dejé perder la partida.

P. ¿Es el humor lo que le permite ser juez y parte?

R. Conste que en este libro no he pretendido ser un Savonarola, un inquisidor general que mande a la hoguera a nadie. Llevo publicados 22 libros de poemas con muchos y muy diferentes temas, con -por decirlo de algún modo- profundidad de alma. Pero a veces he sentido la necesidad de curarme de los temas trascendentales, sea recurriendo al epigrama amoroso o social, o como en este caso escribiendo una risotada, buscando la parcela lúdica de la poesía. Es un modo de pararse en el descansillo de la escalera, porque en absoluto doy por terminada mi obra.

P. No mencione personajes odiosos, pero sí podría citar con nombre y apellidos a quienes han merecido su afecto.

R. Son muchos. Gerardo Diego, a quien conocí siendo muy niño, con 13 años, me acogió muy bien y fue para mí un verdadero maestro. También lo fue Luis Rosales. Al propio Hierro lo consideré siempre un hermano mayor. Luego, guardo mucho cariño para mis compañeros de promoción, gaditanos, sevillanos, malagueños... Entre nosotros no hubo nunca sino una envidia sana.

P. ¿El mester andalusí es para usted una página pasada?

R. De ningún modo, ahí están mis raíces. En mis libros quise hacer una reivindicación de nuestras raíces árabes, de una cultura heredada que ya forma parte de nuestros genes, una amalgama a la que ya no podemos renunciar.

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