"En Chile la transición a la democracia no ha terminado y la reconciliación no ha comenzado"
Irrumpió a fines de 2004 en Chile y Argentina con El inútil de la familia, estremeciendo el escenario literario con una novela que la crítica considera su mayor obra y una de las mejores del año pasado. El abogado, escritor, diplomático hasta 1973 y premio Cervantes 1999, Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931), presenta la próxima semana en Madrid esta novela, donde retrata a uno de sus fantasmas, su tío Joaquín Edwards Bello, un personaje fascinante: el único chileno que ha ganado los premios nacionales de periodismo y literatura, un aristócrata rebelde e iconoclasta, de pluma mordaz e irreverente, cuyas crónicas tenían "un corpus magnífico" en palabras de Francisco Coloane, autor de varios clásicos, algunos reeditados ahora en Santiago, que gastó una fortuna en apuestas, bares y prostíbulos, dejó huellas en Chile, España y Francia, y se suicidó a los 81 años.
Edwards valora esta novela como la "más experimental" de sus obras, en una mezcla de ficción y realidad, donde "agarré", dice, "un personaje de la realidad y construí uno de novela", e innova en técnicas narrativas. El autor de Persona non grata, del que ahora quiere hacer un epílogo, y columnista de EL PAÍS, se refiere en la entrevista a esta novela y a los efectos de la publicación del informe sobre la tortura en Chile, advirtiendo de que sólo el paso del tiempo permitirá restañar las heridas que dejó la dictadura en su país.
PREGUNTA. ¿Coincide con los críticos que señalan esta novela como su obra cumbre?
RESPUESTA. Los críticos han dicho cosas bastante absurdas, como que regresé a la novela, pero nunca me he ido de ella. Publiqué otra hace tres años y empecé a trabajar en ésta. No sigo el ritmo que imponen el editor o los premios literarios; trato de darme tiempo para escribir y me he arreglado para no depender por completo de los derechos de autor. Fui a trabajar a la biblioteca, al archivo, estuve con gente, en Madrid, donde recorrí las calles que Joaquín Edwards Bello conoció. De ese proceso lento, tres años de trabajo como mínimo, salió esta novela. Tengo algunas cumbres, sectores menores y pequeños impromptu, como los cuentos, y el sector de la crónica. El inútil de la familia es una obra bien lograda, en la que me comprometí mucho, pero no menos que en otras. Me parece bien que la crítica diga, a mi edad, que escribí mi mejor novela, porque generalmente a los que escribieron una gran obra alguna vez les pegan palos. Quizá es cumbre en el sentido de que no la podría haber escrito 30 años atrás.
P. Neruda dijo que "ser escritor y llamarse Edwards es muy difícil". ¿Cuánto de usted mismo hay en su tío Edwards Bello?
R. Neruda me dijo eso cuando lo conocí. Como conocía bien a Joaquín y le tenía afecto, calculé que me lo decía por él. Supongo que hay mucho de mí en Joaquín, porque en el comienzo de mi vocación literaria su fantasma planeaba en alguna parte. Yo sabía que había un escritor maldito en mi familia. La tía abuela que me hablaba de Joaquín y me mostraba sus libros, lo hacía como conspirando, a escondidas de la familia. No he sido jugador como Joaquín, en el juego, a lo mejor sí en la literatura y la vida, pero nunca he apostado una fortuna a una ficha. Joaquín era supersticioso, yo no. Decía que era ateo, pero era creyente de la virgen María y le rezaba. He sido más analítico y quizá me ha faltado un poco de ingenuidad, mientras que Joaquín era un emocional.
P. En su discurso al recibir el Premio Cervantes, usted recordó dos veces a Edwards Bello...
R. Es un acto fallido, no me acordaba. Hice ese discurso en abril de 2000. El día que recibí el premio, el manuscrito de El sueño de la historia ya estaba en Tusquets y pensaba en mi nuevo libro. Además, esto demuestra que yo no me fui del género de la novela...
P. ¿Llegó a la literatura por influencia de Edwards Bello?
R. No. Llegué por la lectura, fui un niño lector. Leía todo lo que pillaba y después pasé a escribir a los 11 años, en la revista de mi colegio, de una manera casi inconsciente...
P. Pero lo tenía como referencia al punto que resolvió usar un apellido y no dos al firmar sus obras...
R. Sí, resolví no usar Valdés, porque sonaba muy parecido. Yo sabía que el personaje estaba ahí, era como parte del paisaje. Mi primer libro, El patio, en 1952, se lo envié a seis escritores -Neruda fue uno-, pero no se me ocurrió mandárselo a Joaquín.
P. ¿Cómo era este fantasma suyo, el tío escritor, cronista brillante, rebelde en una familia aristocrática?
R. Era una mezcla de socialista y anarquista. En el homenaje que le hizo el Senado al morir, Volodia (Teitelboim, senador comunista) dijo que era un hombre lleno de buenas ideas, pero le faltó orientación doctrinaria. Se acercó de repente al fascismo, hay que decirlo. Se tentó con nuestro Primo de Rivera, la dictablanda de (Carlos) Ibáñez. Era una contradicción viviente, pero al final sólo fue escritor. En 1910, cuando publicó El inútil, se tuvo que ir de Chile por el escándalo fenomenal que desató y la crítica más lapidaria se la hizo el diario de su primo, El Mercurio. Era un vanguardista, un rebelde de su tiempo.
P. ¿Por qué llamaban "inútil de la familia" a Edwards Bello?
R. Eso lo tomo de la experiencia familiar. Nunca decían Joaquín, había una tendencia a decir: "el inútil de Joaquín", o "el tarambanas" o "el jugador, el vicioso de Joaquín". Irónicamente, su primera novela es El inútil, y yo, parodiándolo, escribo El inútil de la familia.
P. ¿Su libro es un juego de espejos?
R. Cuando un escritor escribe sobre otro, entiende los mecanismos de la vocación literaria, de la escritura, por qué se llega a escribir. En cierto modo es autobiográfico. Muchos grandes escritores están llenos de escritores en su literatura: Flaubert, Henry James, en el Quijote de Cervantes hay como 20 escritores, Borges tiene sus escritores locos. Son como exageraciones de uno mismo, posibilidades extremas a las que uno no llegó o no quiso llegar.
P. ¿Es una biografía novelada, con un pie en la realidad y otro en la ficción?
R. Agarré un personaje de la realidad y construí uno de novela. Es mi Joaquín, no puedo dar ninguna garantía de que lo que se dice ahí sea la realidad de la historia. Sé que un día apostando en el hipódromo se equivocó de número, pero cómo ocurrió, los detalles, los nombres de los caballos, todo eso es invención. Es una ficción, con elementos de biografía y autobiografía.
P. Cuando el narrador es "yo, es decir, tú", o "nosotros, ellos, los niños, y tú, de menos de cuatro años", como escribe en la novela, ¿toma el recurso del boom]]> latinoamericano?
R. La novela es un género en evolución, que cambia todo el tiempo, a diferencia del soneto, que hoy y en el siglo XVI tiene 14 versos. La manera de enfocar las cosas está bastante lejos del boom, que con el realismo mágico no hacía estas cosas. Ésta es mi novela más experimental, con elementos muy nuevos en el trato de la relación entre la ficción y la historia, entre la novela y la crónica.
P. El telón de fondo es histórico: las crisis actuales se presienten...
R. La novela refleja las grandes crisis contemporáneas: la guerra del catorce, la crisis económica, la guerra de España, la Segunda Guerra Mundial. Está la Unidad Popular y llega hasta nuestros días. Todo a través de los ojos de un hombre que vio mucho y con los ojos bien abiertos. Es, también, una historia que me ha llevado a entrar en vericuetos españoles: el bajo fondo madrileño, un desfile de Alfonso XIII narrado en forma cómica.
P. ¿Comparte la interpretación de quienes dicen que en sus últimas novelas muestra el rechazo a posiciones extremas?
R. Es posible. Mi sentimiento frente a estos personajes de mis últimas dos novelas es de cierta compasión humana, que supera un poco esta terrible división que ha existido en la vida chilena, típica de la guerra civil de 1891, de la Unidad Popular y de la dictadura.
P. ¿Siente que el país necesita reconciliarse?
R. Para ser país de verdad, se tendrá que llegar a un cierto consenso mínimo y poder mirar al futuro. Esto significa superar la crisis, y no que no haya justicia. Sí, necesitamos esta reconciliación. Francia en el siglo XIX superó la terrible crisis de la Revolución Francesa, el año de la guillotina, uno de los más siniestros de la historia de la humanidad. La crisis de Francia y Alemania se superó. Si Chile no llega a un mínimo de unidad, es difícil que pueda desarrollarse verdaderamente.
P. Como en España, ¿habrá que esperar el paso del tiempo para dejar atrás los horrores de la dictadura?
R. Estamos obligados. Ésa será, finalmente, la salida. Los pasos que se están dando contribuyen, como el Informe sobre la tortura, que habla bien de un país capaz de hacerlo, de un fondo de madurez y una sociedad civil más o menos constituida. Los cambios son lentos y cuando se trata de apurar el ritmo de la historia con saltos se producen retrocesos, como fue la Unidad Popular, un intento de acelerar un proceso social en Chile cuya aceleración llevó finalmente a retroceder. Prácticamente nadie en el país niega que hubo tortura, a Pinochet lo salvan porque lo declaran demente: ¡es un cambio impresionante debajo de nuestras narices sin que nos demos cuenta!
P. La sociedad tuvo un espasmo de horror con este informe, que relata hechos pavorosos. ¿Qué impacto le provocó su lectura?
R. En Chile ha costado mucho admitirlo. Hernán Valdés, colega mío, escritor, me contó en mi casa de Barcelona lo que relató después en su libro Tejas Verdes (campo militar de torturas que dirigió Manuel Contreras) y le recomendé escribirlo todo. Los civiles del régimen no pueden decir que no sabían de la tortura: el que quería saber, sabía.
P. El informe no lo dice, pero si hubo al menos 28.000 torturados, hay también miles de torturadores que están caminando por las calles. ¿Es ésta una sociedad enferma de impunidad?
R. Es un tema difícil. Hay muchos procesados, condenados y Pinochet está arrinconado, fuera de su cargo de senador. Sanciones ha habido, no todas a las que se podía aspirar. Pero aseguro que en España hay torturadores que tienen jubilación y casita en la playa, que en 1973 actuaban. Es uno de los problemas al salir de las dictaduras. En Chile hemos llegado relativamente lejos, aunque siempre es una situación imperfecta y por eso el tiempo curará las heridas.
P. ¿Queda definitivamente sepultada la imagen de Pinochet, después del escándalo de sus cuentas secretas millonarias en Estados Unidos?
R. Me consta que es un tema muy complicado y doloroso para gente del pinochetismo. Conozco uno que tenía un retrato de Pinochet en el escritorio y que delante de sus hijos lo rompió y lo tiró al canasto de la basura. Este país tiene una tradición de sobriedad en los estadistas, en que al salir de La Moneda los presidentes volvían a sus modestos trabajos y casas anteriores. La familia entera de Pinochet quiso pasar del cuartel a La Dehesa (barrio más lujoso de Santiago), en un error de cálculo fenomenal. Que este viejito se apropiara de unos doce millones de dólares, además dentro de una mediocridad muy nacional, porque Ferdinando Marcos se fue con dos mil millones de dólares, dolió en estos sectores. Esto, evidentemente, terminó de matarlo.
P. ¿Por qué se escandalizan más los sectores conservadores con la corrupción del ex dictador que con los crímenes?
R. Sí, es muy curioso. Estaba muy metida la idea de que estos crímenes eran crímenes terribles, pero tenían que defender la propiedad del enemigo, de la guerrilla en América Latina. Pinochet no ganaba nada para él al hacerlo, sino que luchaba por el orden público. En cambio, estos latrocinios no tienen ninguna justificación política.
P. ¿Qué le parece este Ejército mucho más autocrítico que la derecha?
R. [El jefe del Ejército, general Juan Emilio] Cheyre ha ido mucho más allá y ha sido más lúcido que los sectores políticos, que debaten si pedir disculpas. ¿Alguno se movió para decirle a Pinochet "estoy preocupado, están torturando"? Poquitos, me imagino que ninguno.
P. Desde el golpe militar de 1973, la sociedad debate los mismos temas. ¿Ha terminado la transición?
R. No, la transición no ha terminado y la reconciliación no ha comenzado. Nos metimos en un terrible engranaje que nos cortó los dedos. Éramos un país provinciano, al margen de las principales cosas que pasaban en el mundo. De repente nos metimos en la guerra fría con la elección de [Salvador] Allende. Creo que ni Allende se dio cuenta, pero Neruda sí, que en esto se había puesto lúcido desde que los cubanos lo atacaron en 1966. Chile pasó a ser un Vietnam pacífico, pero con odios internos no declarados. Salir es lento, cuesta. Hemos progresado bastante. Este cambio en el Ejército es muy notable, tenemos de nuevo un presidente socialista, que hace un socialismo de derechas, para qué estamos con cuentos, pero hoy nadie hace socialismo de izquierdas. Ni Fidel, que llama a las inversiones.
P. ¿Qué nuevo proyecto incuba?
R. Me gustaría hacer un ensayo memorialístico-político, una especie de epílogo de Persona non grata, un libro mediano. Han pasado 30 años del episodio y he recordado cosas anteriores. No sé si lo conseguiré, pero trataré, y tengo algún proyecto más de novela por ahí. Lo bueno de un escritor es que uno no se jubila.
BIBLIOGRAFÍA
NARRATIVA
El inútil de la familia (Alfaguara).
Los convidados de piedra (Cátedra).
El peso de la noche (Tusquets).
El anfitrión (Tusquets).
Las máscaras (Fondo de Cultura Económica).
El museo de cera (Tusquets).
El sueño de la historia (Tusquets).
El origen del mundo (Tusquets).
Fantasmas de carne y hueso (Tusquets).
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