García Remón regresa a la sombra
El amigo de Camacho que quiso seguir la estela de Del Bosque dice no sentirse "ni enfadado ni triste"
Mariano García Remón era "competente". Tenía "toda la confianza" del Madrid. La de Arrigo Sacchi, el nuevo director de fútbol del club, hace siete días. La de Emilio Butragueño, el vicepresidente. La de Florentino Pérez, el vértice de la pirámide blanca. Era "leal y muy de la casa". Pero esa confianza le ha resultado insuficiente para mantener su puesto de entrenador. Sí para que se le ofrezca un cargo indefinido a las órdenes de Sacchi. "He tenido su confianza hasta que me han dicho que me vaya", hilvanaba ayer, amparado en una secuencia lógica, el propio García Remón, que recordó que tiene contrato hasta junio, pero que, si no le "convence" la labor que le propongan, pedirá "el finiquito, y listo".
"Si no me convence la labor que me propongan, pido el finiquito, y listo"
García Remón era el tercero de José Antonio Camacho, tras José Carcelén, cuando el murciano decidió dar un portazo, el segundo a lo largo de su carrera como técnico blanco, y cerrarse las puertas del Bernabéu, aunque también se le ofreció permanecer en el organigrama del club. Entonces, a finales de septiembre, en comisión de servicios, pasó la silueta con bigote de García Remón al primer plano. Se lo pidieron y aceptó. Sus maneras suaves, su expresión inteligible -en contraposición al verbo atropellado de Camacho- y el hecho de que su figura está emparentada con la de Vicente del Bosque, el gran añorado del madridismo, le avalaron. "Acepto el reto. Me lo han pedido y he dicho que sí. Creo que puedo sacar esto adelante", comentó García Remón, satisfecho del giro que habían tomado los acontecimientos, a pesar de su amistad con Camacho -"si él no me hubiera animado a hacerlo, no me habría quedado"-, aliándose con su viejo anhelo de sentarse en el banquillo madridista.
Para empezar, renegoció con los jugadores las normas impuestas por Camacho. Abolió la concentración forzosa, la convivencia impuesta y vigilada en las comidas y la única interlocución con el capitán, Raúl. Todos podían tener acceso a "Mariano". "Estamos más tranquilos", fueron las generosas palabras de Ronaldo a los gestos de García Remón hacia un vestuario revuelto por los vigorosos métodos de Camacho.
"García Remón está muy solo", diagnosticaba Del Bosque, entrenador del Besiktas, turco, hace una semana. Del Bosque, no renovado en 2003 por el Madrid tras cuatro temporadas, lo murmuraba viendo a su "amigo" con la cabeza entre las piernas, a ras del césped, con los rizos canos enterrados entre las extremidades. El Sevilla se comía a su equipo con el público reclamando al palco un relevo, abroncando al entrenador "muy de la casa". García Remón describió ayer sus sentimientos en negativo: "No estoy ni enfadado ni triste". Pero no dijo cómo se sentía. Aseguró que sabía "un poco antes que la prensa" las negociaciones con Vanderlei Luxemburgo.
Además de la imagen bonachona y apacible, García Remón, de su misma escuela, coincidió con Del Bosque en la pizarra. Su filosofía consistía en "juntar a los mejores". Así, levantó al equipo en la Champions situando a todos los hombres de ataque en el campo. Retrasó a Helguera a la defensa y tocó la corneta a rebato. También utilizó a un Owen en racha. Hasta la derrota ante el Barcelona (3-0) había recuperado cinco puntos al equipo catalán en la Liga. Después, todo el castillo se vino abajo. Dejó a futbolistas sagrados en la suplencia, como Ronaldo, Roberto Carlos o Beckham, y utilizó los cambios de un modo que el Bernabéu entendió como errático y cobarde. El último, el de Owen por Solari cuando ya perdía ante el Sevilla, le condenó en la grada: "¡Florentino, ficha a un entrenador!". Ya lo ha hecho. García Remón regresa a la sombra.
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