_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¡Consejera, ayúdeme!

Como la mayoría de gacetilleros, esta semana les escribo desde la Feria del Libro de Guadalajara, donde la Cultura Catalana es la invitada de honor y donde una servidora, en tanto que miembro de dicha cultura, pasa unos días estupendos. Estar aquí me hace sentir orgullosa de pertenecer al gremio y, de hecho, he estado practicando para comportarme como una verdadera escritora. No me refiero tan sólo a tener en cartera mis buenas anécdotas de Pla (que las tengo). Me refiero al estilo. Hoy mismo, sin ir más lejos, le he dicho al camarero que el café que me acababa de servir estaba sobrevalorado. Y en el lavabo, frente al rollo de papel higiénico, he sentido terror a la hoja en blanco. Comprendan el privilegio enorme que supone para mí alojarme en el mismo hotel que 80 escritores (catalanes) de prestigio. Comprendan que desayuno, como, ceno, doy conferencias y me acuesto con 80 escritores (catalanes) de prestigio. Formamos una especie de Gran Hermano ilustrado. No quepo en mí de gozo.

Por favor, consejera, no aplique el canon de lectura en bibliotecas públicas o no respondo

Por eso, quiero confesar. Lo hago a traición, aprovechando que mis 80 colegas -ocupados como están en trabajar por Cataluña- no leerán EL PAÍS y no sabrán la mujer que soy. Ellos me han hecho dar cuenta de mi perversidad. Su pureza, su manera de ser, su preocupación por nuestro país me han avergonzado. No tengo valor para decirles a la cara lo pesetera y rastrera que soy (y perdón por la rima). Pero, eso sí, debo quitarme la máscara ante la consejera de Cultura, que es quien me ha invitado a la feria. Bueno, allá voy. Se ha hablado mucho sobre si aplicar o no aplicar el canon de lectura en bibliotecas públicas. Algunos libreros están en desacuerdo, algunos escritores, de acuerdo. La mayoría no sabe o no contesta. Pero yo sí sé. Por favor, consejera, no aplique el canon de lectura en bibliotecas públicas o no respondo. Se lo digo en tanto que ludópata, en tanto que manzana podrida que puede echar a perder a las manzanas sanas del cesto. No lo aplique. Nosotros no podemos.

Sí. Ya lo sé. Esto del canon, en principio, suena bien. Un lector va a la biblioteca, toma prestado un libro (supongamos, para simplificar, que es mío) y, por ese préstamo, yo cobro derechos de autor, del mismo modo que los cobro por cada libro vendido. Aplicar el canon habría hermanado a Cataluña con un país como, por ejemplo, Suecia. Pero no debemos aplicarlo, y nos hermanaremos de este modo con un país como, por ejemplo, Gambia. Quiero aclarar que mis colegas no tienen nada que ver en esto. Al contrario. Es por mi culpa que sus herederos no cobrarán un dinero que les habría ido la mar de bien para la casa-museo.

Sepa, consejera, que yo tenía pensado un negocio redondo con lo del canon. Se trataba de llamar a mis 50 mejores amigas y obligarlas a hacerse socias de todas las bibliotecas de Cataluña sin dejar ni una. En cada biblioteca a la que hubiesen ido habrían pedido un libro mío. No hubiese hecho falta ni que lo devolviesen. Podrían haberlo dejado en el tronco de un árbol, como hacen los del bookcrossing. Porque la cuestión consiste en que por cada libro que ellas hubiesen pedido yo habría ganado el 10% habitual, lo que supone un euro por libro. Un total de 50 euros al día son 1.500 euros al mes. Es mucho más de lo que gano escribiendo. Con un sueldazo así no tendría ningún motivo para prostituirme en la radio y en la televisión (demostrando, de este modo, que lo hago por vicio). Al cabo de unos meses, hasta hubiese podido explotar a unos cuantos inmigrantes, que también trabajarían de sol a sol yendo de biblioteca en biblioteca aº leer mi obra, fingiendo ser unos multiculturales cualesquiera.

Pero después de lo bien que me están tratando los del Institut Ramon Llull, después de lo que me cunden las dietas que percibí, no me siento con fuerzas de seguir con el plan. Y por eso apelo al sentido común de la consejera para que me proteja de mí misma. Si aplica el canon no podré resistirme a pecar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Y repito que esta idea es sólo mía, no tengo cómplices, porque bajo ningún concepto deben imaginar a compañeros míos como David Castillo, Biel Mesquida, Jordi Puntí, Toni Sala o Màrius Serra cometiendo esta vileza. Gracias.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_