_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Casamiento

Leo en la prensa hace unos días una estadística extraída del Informe sobre la situación demográfica en España, que edita y presenta la Fundación Abril Martorell. Las cifras llaman la atención por su abismal diferencia. En la década de 1901-1910 la esperanza de vida del ciudadano español al nacer no alcanzaba los 40 años; la mortalidad infantil era espeluznante; escaseaban los viejos. Hoy es lo contrario. Datos que indican el paso del subdesarrollo a la opulencia.

Entre tanta mudanza, sólo un número permanece prácticamente invariable: la edad de los españoles al primer matrimonio. Entre los 27 y los 29 años aproximadamente para los hombres; entre los 25 y los 27 para las mujeres, tanto en los albores del siglo XX como al final. ¿Quién lo habría dicho? Desde luego, yo no. Para empezar, yo pensaba que una mujer de 26 años, que hoy es una nena, en 1904 era una solterona; o eso había leído. Pero se ve que no es así. Tampoco se advierte el cambio social: a principios del siglo pocas mujeres trabajaban; a finales, casi todas. Y con respecto a los hombres, lo mismo. Los cambios ocurridos en el panorama laboral y, sobre todo, en las costumbres, no han hecho mella en la institución matrimonial.

Claro que esta invariabilidad porcentual no debería sorprender a cualquiera que haya asistido recientemente a una boda, de grado o por fuerza, y se haya encontrado con un vestuario que hace cien años ya sólo se usaba en Transilvania, y con una ritualidad fantástica en la que se mezclan la obscenidad de bajo voltaje y un romanticismo impostado, estomagante e incongruente con lo que hacen, son y piensan todos los asistentes a la ceremonia, empezando por sus protagonistas. Y encima, la comida es mala.

Los científicos nos enseñan que la evolución no es constante ni simétrica, ni entre las especies ni dentro de cada especie, y esta sencilla estadística nos lo demuestra de modo palmario: por más que todo haya cambiado en nuestro entorno, en nuestra mentalidad e incluso en nuestra constitución física, el rito ancestral del apareamiento no ha variado. Sean cuales sean las circunstancias, a una determinada edad, el macho y la hembra de la especie hispánica sienten el llamado de un instinto que les lleva al altar y al Corte Inglés.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_