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Columna
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Imperialismo y democracia

Dos cosas me maravillan, que se repitan las mismas constelaciones históricas y que, sin embargo, nada aprendamos del pasado. Imperialismo y democracia, lejos de rechazarse, como reza un tópico todavía muy extendido, se alimentan mutuamente. La victoria sobre los persas favorece la consolidación de la democracia en Atenas, a la vez que expande su poder imperial por toda Grecia. Una combinación que inventó la Atenas de Pericles, pero que no ha perdido nada de su vigencia: la más antigua democracia moderna, Estados Unidos, destaca hoy también por su afán imperialista.

Desaparecida la amenaza asiática, la isla de Naxos quiso abandonar la liga -sin el peligro persa, no se justificaban los costos de la pertenencia-, pero Atenas le obligó a quedarse. Cuando Mitilene se sublevó, la asamblea ateniense decidió escarmentar a las ciudades sometidas, matando a la población masculina y esclavizando a las mujeres y niños. Al día siguiente revocó la decisión, no tanto por razones humanitarias como por considerar los aspectos negativos que tanta crueldad podría tener para la hegemonía de Atenas. En fin, el comportamiento de los atenienses con la isla de Melos, que únicamente pretendía mantenerse neutral, muestra hasta qué punto la política imperialista de la democrática Atenas se había convertido en mera apología de la fuerza bruta: "En igualdad de fuerzas se puede hablar de justicia, pero, no siendo así, los fuertes imponen su voluntad y los débiles no tienen otro remedio que ceder y someterse". Atenas nos debiera servir de ejemplo y estar precavidos para que, desaparecido el enemigo común, una alianza defensiva como la OTAN no se convierta en un instrumento de dominación imperialista.

Aunque hoy nos cueste reconocerlo, la opinión griega de entonces temía tanto como odiaba a la Atenas democrática; en cambio, Esparta significaba una garantía de libertad y autonomía para la mayor parte de las ciudades, gobernadas por oligarquías. Por razones de seguridad el tesoro de la liga se traslada en 454 a C de Delfos a Atenas, con la consecuencia de que ahora los atenienses disponen del dinero de todos. Una buena parte lo emplean en la reconstrucción de la Acrópolis, durante milenios señas de identidad de Atenas, pero que, obviamente, no debió gustar a las ciudades aliadas, sobre todo a sus ciudadanos más ricos, sobre los que recayeron las mayores cargas, un motivo más para estar en contra de la democracia.

La democracia en Atenas pensaba Pericles que sólo podía durar si una prosperidad creciente permitía, sin espantar a los ciudadanos más ricos, favorecer a los más desposeídos. Junto a una política de grandes obras públicas, la política democrática se apoya así en una imperialista que, al contribuir a que floreciese el comercio con una flota cada vez más poderosa, aplacaba a los ricos y daba ocupación a los pobres. Porque, no lo olvidemos, el meollo de la política democrática de Pericles consistió en favorecer a los más pobres, respetando los intereses de los ricos, ya que siempre tuvo en cuenta la enorme capacidad que tienen de subvertir cualquier orden político que los perjudique. A lo más, se puede castigar su vanidad, los ricos no suelen aguantar ser tratados como iguales, pero en ningún caso dejar de acatar sus sagrados intereses, ya que antes que ver amenazadas sus riquezas están dispuestos a todo. A diferencia de otras ciudades griegas que se autodestruyeron en continuas guerra civiles, los atenienses lograron una democracia estable, es decir, una en la que se compaginan los intereses básicos de ricos y pobres. Una enseñanza muy actual en una Europa en la que está planteada una nueva distribución de la riqueza.

Pericles concibió el imperio como la única posibilidad de armonizar el orden democrático con los intereses generales de Atenas, pese a que desde un principio supo que esta política imperialista acabaría en una guerra con Esparta, que él creía se podía ganar sin mayores dificultades. El belicismo inherente en toda política imperialista es la causa de que al final caigan los imperios.

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