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CENTENARIO DE PABLO NERUDA

Los mariscos, el vino y el poeta

Alejandro Zambra

"LA LITERATURA chilena surge de dos movimientos: los hijos de Neruda, que pelean para que este eterno padre estéril los reconozca, los quiera y los bendiga; y los que se rebelan y quieren aclarar que Chile no se agota en Neruda y que Neruda no agota a Chile", ha escrito recientemente Rafael Gumucio. Efectivamente: un par de generaciones de poetas chilenos debieron lidiar con la avasalladora presencia de Neruda, pero de un tiempo a esta parte la situación parece haber decantado. Un poeta chileno joven no lucha contra Neruda, más bien está preocupado de no parecerse a Parra o a Enrique Lihn, autores cuya influencia, por lo demás, resulta más beneficiosa que paralizante. "Los cuatro puntos cardinales son tres: el Sur y el Norte", escribió Huidobro, en Altazor; "los cuatro grandes poetas de Chile son tres: Alonso de Ercilla y Rubén Darío", fue la saludable respuesta de Nicanor Parra. Hasta que llegó Parra, los cuatro grandes eran Gabriela Mistral, Huidobro, De Rokha y Neruda. Hoy son cinco, y quizá seis, si sumamos a Enrique Lihn. O siete, si sumamos a Humberto Díaz Casanueva, a Rosamel del Valle, a Gonzalo Rojas, y la lista sigue: Eduardo Anguita, Violeta Parra, Jorge Teillier, Armando Uribe, Gonzalo Millán, Óscar Hahn o Juan Luis Martínez, poetas, todos, que en Chile cuentan con una buena cantidad de lectores. De hecho, parece más razonable celebrar los 90 años de Nicanor Parra -quien, dicho sea de paso, goza de una envidiable buena salud- que el centenario de Pablo Neruda. Quizá ya no necesitamos leer a Neruda, pues el lenguaje chileno ha incorporado ese modo oblicuo -metafórico, nerudiano- de aludir a las cosas: el señor que llega cansado a su casa y dice "tuve un día color de martillo", por ejemplo, no ha leído a Neruda, pero lo practica, lo lleva fatalmente adherido. Los turistas, sin embargo, no se cansan de visitar las tres casas del poeta -en Santiago, Valparaíso e Isla Negra- que hoy funcionan como museos. Las pobres niñas que dirigen las visitas repiten una y otra vez las mismas anécdotas y los viajeros invariablemente se conmueven, se confiesan seducidos por Neruda, un poeta casi tan bueno como los mariscos y el vino chilenos.

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