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Reportaje:

Manifesta 5: una bienal sin ADN

Que Manifesta 5 puede ser la alegoría de la revelación no sólo cultural, sino también personal, lo prueba la siguiente anécdota que subraya de forma memorable esta limitación. El escenario, un paseo peatonal, el Trintxerpe, llamado también Topo de la Herrera porque conduce al apeadero del tren que va de Pasajes al centro de Donostia y Ondarreta. Una mujer ya mayor camina por la angostura llevando dos bolsas de la compra que le sirven de balanza a su frágil figura. Llaman su atención unos carteles luminosos de hoteles -hotel Odessa, hotel Bagdad, hotel Alhambra-, algunos han sido rotos de una pedrada. "Fíjense", comenta la buena señora, "aquí siempre estamos igual, no paran de destrozar todo, no respetan nada". Y a continuación busca con la mirada la dirección del hospedaje en alguno de esos letreros, que en realidad no identifican nada, porque son obra de un artista, Huseyin Alptekin (Ankara, 1957), cuyo trabajo se refiere a la experiencia del caminante que se adentra en paisajes extraños, zonas urbanas congestionadas y puertos, para enfatizar el absurdo evidente en el sistema de signos de la economía global.

Los comisarios muestran buena disposición a aceptar este acontecimiento como un epígono de la Bienal de Venecia y la Documenta de Kassel

Alptekin reproduce carteles encontrados en sus viajes y los sitúa en espacios inhóspitos, como el de este pasaje plagado de grafitis del Topo. Aquella mujer, en su casi sobrenatural agudeza perceptiva de su cotidianidad tan ligada a la conflictividad de un país, había confundido el arte con la realidad. Entrañable. Y puesto que en Manifesta 5 las cosas no ocurren por accidente, podríamos preguntarnos por qué aquella ciudadana vasca escogió basar su percepción inconsciente del trabajo de un artista en algo teñido de una nueva tristeza relacionada con su propia contingencia. Hermosa ironía.

Porque casi nada hay en este

proyecto de bienal itinerante, comisariado por Marta Kuzma y Massimiliano Gioni, que lo relacione con el contexto cultural vasco, a pesar de sus reiteradas explicaciones al respecto (ver Babelia, 10 de abril de 2004: "Nuestra idea es explorar el complejo proceso político en el País Vasco a través de la confrontación con los sectores políticos y las autoridades de la ciudad". "El País Vasco nos ha servido de inspiración a muchos niveles"). Aclarado que Manifesta no es una bienal al uso, antes bien, es un acontecimiento que se desarrolla cada dos años en una ciudad europea y que los trabajos de los 56 jóvenes artistas de 20 nacionalidades están articulados en torno a tres conceptos, la historia, la memoria y la amnesia, así, en abstracto, pudiendo desarrollarse en cualquier lugar específico bajo un disfraz que compense el esfuerzo económico de una administración, en este caso la vasca, queda pues hablar de la calidad y competencia de las obras seleccionadas, y de la -en nuestra opinión, y quizá es los más destacable del evento- muy buena gestión y montaje de los diferentes ámbitos, un total de siete.

La primera impresión tras visitar Manifesta 5 es que Kuzma y Gioni muestran una muy buena disposición a aceptar este acontecimiento como si fuera un epígono de las últimas Bienal de Venecia y Documenta de Kassel. Se pueden encontrar algunos retazos de la bienal de Francesco Bonami (Gioni formó parte de su equipo curatorial) en la forma en que articulan los espacios posindustriales de Trintxerpe y Pasajes, un antiguo almacén de pescado y el astillero de Azkorreta, que recuerdan a los de la Corderie y el Arsenale. Así, Gioni ha rescatado de The Zone para San Sebastián a dos artistas, Patrick Tuttofuoco (Milán, 1974), con sus bicicletas revestidas con imágenes de los iconos del celuloide para que el público pueda desplazarse por la ciudad, y Micol Assaël (Roma, 1979), que lleva a Casa Ciriza una docena de motores de barco puestos en marcha que producen una gran condensación y mal olor.

En relación a Documenta y su manera de relacionar el arte de los sesenta y setenta con la creación actual, resulta curioso ver cómo la canonicidad se puede convertir en una impostura cuando se intercalan los trabajos de Bas Jan Ader, Marcel Broodthaers o Boris Mikhailov en contextos claramente equívocos, negándoles, de forma inconsecuente, su más asombroso logro de la ambigüedad. O si no ¿cómo entender la proyección de Bateau-Tableau (1973) si no es por la banal literalidad del motivo de un barco en el marco de un almacén de pescado en desuso, cuando el artista belga quiso a través de su obra todo lo contrario, romper y dislocar las fronteras representacionales del arte y la iconografía de lo pictórico y simbólico? La misma imperdonable ingenuidad surge en la manera en que se muestra el trabajo del ucraniano Boris Mikhailov sobre sus estudios del paisaje urbano y de espacios decrépitos de la Unión Soviética como ámbitos de ocio (la serie fotográfica de los setenta y ochenta, City, Salt Lake) tan lejos del formalismo de las pinturas dañadas de Ángela de la Cruz -autora sorprendentemente sobrevalorada- o del trabajo de archivo de Duncan Campbell sobre la clase obrera y los barrios bajos de Belfast.

Sobre el papel, una de las iniciativas que en principio habría dado un sentido más local a Manifesta 5, pero que ha tenido una escasísima visibilidad, es la creación de La Oficina de Planificación Urbana Alternativa, bajo la tutoría de Sebastián Khourian, en colaboración con el Berlage Institute dirigido por Alejandro Zaera, para realizar un estudio sobre la rehabilitación de una antigua zona muerta de Pasajes. El resultado es el Data Cloud 2.5, un espacio de información interactiva que se puede ver en una proyección y una estación informática en Casa Ciriza que tendrá que competir con los viejos intereses de algunos sectores de la Administración donostiarra por convertir ese mismo territorio en el complejo cultural Paco Rabanne.

Dejando aparte la casi nula información en sala sobre los autores y sus obras -la mayoría son trabajos documentales, por lo que se hace necesario una información adicional- resulta difícil pensar en Manifesta 5 en conjunto, por lo que destacaremos algunas obras en un intento de buscar más allá de lo ordinario y conocido, como las fotocopias de imágenes de Argelia en el siglo XIX, con unos textos añadidos de Marc Quer sobre el racismo y la droga, el desnudo emocional de Bas Jan Ader o el vídeo de Alimpiev y Vishnevsky, con música de Erik Satie sobre dos amantes atrapados en una especie de ensueño nostálgico (Museo de San Telmo); los dibujos baconianos de Johannes Kahrs (Koldo Mitxelena) y la arquitectura efímera que Carlos Bunga construyó durante un mes, a la manera de esas cajas de cartón que sirven de refugio a los sintecho, y que el mismo día de la inauguración derrumbó, aunque queda el testimonio de unas filminas (Kubo Kursaal).

En Casa Ciriza, Peio Aguirre y

Leire Vergara -que forman el colectivo D.A.E.- han rescatado una antigua película dirigida por Jorge Oteiza en 1963 para una empresa de máquinas de herramientas, Operación H, que explora la materialidad del cine, manejándola como herramienta de escultura y metáfora de las formas industriales de producción y distribución. En Ondartxo encontramos la obra de Jan de Cock, que ha construido una arquitectura especular del antiguo astillero que ocupa el interior y el exterior del edificio. Es la obra más formalista de toda la Manifesta 5 y la que más unanimidad levantó entre los connaisseurs.

Aunque sí hubo una persona que se paró a observar la belleza de las viejas y abandonadas hélices y las cuerdas bañadas en petróleo que rodeaban la imponente arquitectura de De Cock, las mesas de trabajo, las herramientas oxidadas... Su mente y sus percepciones ya no estaban divididas entre sí, en un escenario más o menos arbitrario donde antes habrían colisionado. Era como aquella mujer que volvía de hacer la compra por el paseo del Topo.

Manifesta 5. Koldo Mitxelena, San Telmo, Kubo Kutxa Kursaal, Soto del Aquarium, Topo de la Herrera, Casa Ciriza, Ondartxo. San Sebastián. Hasta el 30 de septiembre. Comisarios: Marta Kuzma y Maximiliano Gioni. Coordinadora general: Lourdes Fernández.

El vídeo 'The eye' (2002), del estonio Külly K. Kaats, en el Museo de San Telmo.
El vídeo 'The eye' (2002), del estonio Külly K. Kaats, en el Museo de San Telmo.JAVIER HERNÁNDEZ

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