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Columna
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La Normandía económica

Joaquín Estefanía

Apenas unas semanas después del desembarco en Normandía, los aliados -conscientes de que la II Guerra Mundial acababa- se disponen a instaurar un nuevo orden económico internacional. Durante el mes de julio de 1944, en Bretton Woods (New Hamp-shire, EE UU) se reúnen representantes de 44 naciones con el objeto de diseñar una política monetaria y comercial estable. Unas reglas del juego permanentes para un mundo en cambio. Comenzaban a pasar los tiempos de los nacionalismos violentos y los efectos de la Gran Depresión de 1929 que habían dado lugar a dos grandes guerras, y que habían contagiado al mundo entero. Es el fin de la "época de las catástrofes", en palabras del historiador británico (nacido en Alejandría) Eric Hobsbawn. Nace la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, que dará lugar a los acuerdos de Bretton Woods. Fueron una especie de Normandía económica.

Familiarizados como estamos hoy con la ausencia de grandes líderes internacionales, la literatura económica de la época se recrea en los distintos planes que para la constitución de ese orden monetario e internacional aportaron el británico John Maynard Keynes y el representante de EE UU en la conferencia de Bretton Woods, Harry Dexter White. Lo que allí resultó se aproxima mucho más al conservadurismo de este último que a la visión atrevida de Keynes, que hubiera preferido la consagración de un banco central mundial con capacidad de emitir una moneda mundial (el bancor). Visión que, 60 años después y cuando el marco de referencia es el de la globalización, no pertenece siquiera al terreno de las utopías factibles.

Lo que se acordó en Bretton Woods -a lo que se añadieron después decenas de países- era de dos especies: en el terreno monetario, un sistema de paridades fijas (aunque ajustables) entre las monedas, que funcionó más o menos durante un cuarto de siglo y que logró terminar con las turbulencias cambiarias de los años precedentes. En el campo institucional, la creación de una serie de organizaciones intergubernamentales que funcionaron como policía de lo anterior; en concreto, el Fondo Monetario Internacional (que resultó encargado de las relaciones monetarias y cambiarias) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, que se conocería como Banco Mundial, y cuya misión era ayudar a reconstruir a los países en dificultades, y fomentar el desarrollo económico y la inversión. Había una tercera institución, que resultó fallida: la Organización de Comercio Internacional, cuya constitución no fue votada por el Congreso de EE UU, en el que ya había posiciones muy proteccionistas, y que fue sustituida cuatro años después por algo tan poco pedagógico como el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), que sólo en 1995 (medio siglo después) devino en la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Joseph Stiglitz, antiguo vicepresidente y economista jefe del Banco Mundial, ha desarrollado en El malestar en la globalización la ambigüedad de las funciones del FMI y del BM, que en muchas ocasiones se han trastocado; pero fue el propio Keynes quien dio la voz de alarma sobre la falta de una diferenciación nítida, cuando escribió que el Banco Mundial se debería haber denominado Fondo, y el Fondo Monetario Internacional se debería haber llamado Banco.

La pervivencia del sistema de Bretton Woods duró oficialmente hasta 1971, cuando el republicano Richard Nixon -incapaz de resistir una crisis de la balanza comercial norteamericana que llevaba a la devaluación del dólar- anunció en pleno verano, por televisión, el final de las compras y ventas de oro a cambio de dólares, restricciones al comercio (con la implantación de un impuesto a las importaciones) y medidas de estabilización interna para reducir la inflación. Cuando los mercados de divisas abrieron después de una semana, los tipos de cambio de las diferentes monedas iniciaron la flotación.

Desde entonces, el protagonismo monetario ha pasado de las instituciones de Bretton Woods a lo que Jacques Polak ha denominado las formaciones G (el G 5, el G 7, el G 8 y próximamente quizá, el G 9, con la incorporación de China). Pero no se ha conseguido un juego de reglas estable para la edad de la globalización.

España no fue miembro fundador de Bretton Woods. Tardó 14 años en salir de su aislamiento -motivado por la Guerra Civil y la insufrible autarquía franquista- y sólo fue socio del FMI y del BM en 1958, como paso previo al Plan de Estabilización que inició la larga marcha de nuestro país hacia una sociedad abierta. Por ello es una feliz paradoja que seis décadas después, un español, Rodrigo Rato, sea el director gerente de la institución más representativa de la Normandía económica, el FMI. Y que a él le corresponda encontrar la legitimidad perdida.

Aspecto del plenario de la conferencia de Bretton Woods el 4 de julio de 1944.
Aspecto del plenario de la conferencia de Bretton Woods el 4 de julio de 1944.ASSOCIATED PRESS

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