_
_
_
_
_
Reportaje:

Los daños colaterales en la información

El diario 'The New York Times' hace autocrítica y examina su actuación frente a la guerra de Irak

The New York Times, probablemente el mejor periódico del mundo, publicó entre septiembre de 2002 y junio de 2003 varios artículos -algunos en primera página- basados en fuentes interesadas: el círculo de exiliados de Ahmed Chalabi, el iraquí que más influyó en el Gobierno de EE UU para construir el argumento de las armas de destrucción masiva. Y no sólo se destacaron esos artículos; otros que recogían las presiones sobre la CIA para preparar los informes de las armas fueron tratados con menor relevancia y aparecieron días después de estar listos. La dirección del diario publicó el 26 de mayo su explicación. Tras "revisar cientos de artículos", encontró "muchas muestras de un periodismo del que se puede estar orgulloso", pero también "piezas no tan rigurosas como deberían haber sido". Se reconocía haber sido presa de la desinformación, se mencionaban media docena de artículos -sin nombres- y se facilitaba un vínculo para acceder electrónicamente a todas las piezas cuestionadas.

Más información
Periodistas menos éticos y más sectarios que hace 30 años
"Hay que contarlo bien, no contarlo los primeros"

El defensor del Lector, Daniel Okrent, dedicó al asunto su artículo del pasado domingo, sin ahorrarse ni el nombre de Judith Miller, la periodista que firmó las informaciones más polémicas -"aunque cargarlo todo en ella sería inexacto e injusto; el fracaso no fue individual, fue institucional"-, ni rebajar críticas por la tardanza, la timidez de la explicación y el lugar en el que se publicó (ángulo inferior izquierdo de la página 10).

¿Qué ocurrió en el Times para que pudiera pasar esto? Uno de sus redactores más veteranos cree que para saberlo hay que hablar de la etapa del anterior director, Howell Raines, que tomó posesión en septiembre de 2001 y dejó la dirección en mayo de 2003 por la crisis de Jayson Blair, el reportero que se inventaba las historias. "Durante ese periodo se estuvo haciendo mal periodismo. Los tres directores anteriores habían sido muy buenos, pero Raines tenía muy poca experiencia. Puso en marcha un modelo en el que había una gran presión para tener exclusivas casi sin tiempo, y hubo algunos periodistas que se convirtieron en vehículos de gente como Paul Wolfowitz [número dos del Pentágono] y los halcones del Gobierno".

El problema se explica en parte, dice esta fuente, por estos periodistas, pero no sólo. "Lo más importante es el estilo de Raines, que valoraba la primicia por encima de la veracidad. Lo peor fue que se dañó la calidad, se redujo la perspectiva crítica". Raines ha respondido a estas críticas en un correo electrónico enviado a Los Angeles Times: "No estoy de acuerdo en que el problema fue que algunos editores se sintieron presionados para dar exclusivas sin tiempo para verificar los datos; en mis 25 años en el Times y en mis 21 meses como director, nunca he dejado que se publicara nada que yo no estuviera seguro de que se podía dar". Raines se queja de que nadie haya hablado con él para la autocrítica, que califica de "vaga e incompleta", defiende a Miller y extiende a diversos responsables la culpa de lo ocurrido.

Tanto el director, Bill Keller, como el jefe de la oficina en Washington declinaron hacer más comentarios a EL PAÍS. "Nadie quiere hablar", según un redactor de la oficina de Washington, de la que salieron muchas de las historias ahora cuestionadas. En la redacción es la hora del cierre, y se trabaja en silencio. "Pero a otra hora habría el mismo silencio si preguntaras por la crisis".

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Keller ha reconocido en privado que se debería haber reaccionado antes. Pero todo se fue aplazando por miedo a abrir otra herida tras la crisis de Blair. "Miller era una de las periodistas estrella de Raines, y no se quería abrir una especie de caza de brujas", según el redactor de Nueva York. "Es un momento difícil, incómodo, pero se ha dado salida a la presión interna que había para que el periódico dijera algo de las falsedades que había publicado".

Muchos, dentro y fuera del periódico, hubieran preferido una rectificación antes y más profunda, pero el Times no es el único en haberse tragado anzuelos envenenados: ya hace casi tres meses se sabe, según información publicada por el grupo Knight Ridder, que Chalabi presumió de haber colocado sus datos en 108 artículos y piezas de radio y televisión entre octubre de 2001 y mayo de 2002. Como señaló John Walcott, jefe de la oficina de Knight Ridder en Washington, "antes de que estallara la guerra hubo mucha información errónea o falsa, información -ahora lo sabemos- puesta en circulación por el Gobierno. Y creo que la mayor parte de la prensa no examinó de manera crítica esa información".

Según escribe Gregg Easterbrook en The New Republic, "al admitir sus errores, el Times nos ha dado renovadas razones para admirarle". Karen Brown Dunlap, presidenta del Poynter Institute, entiende que es "una doble lección para toda la prensa, en EE UU y en el mundo: la necesidad de hacer bien las cosas y la importancia de que los periódicos reconozcan cuándo no lo han hecho bien". Y Richard Goldstein, en The Village Voice, dice que "lo que hizo posible la invasión fue la oleada de apoyo popular, que intimidó a los medios; en consecuencia, éstos fallaron a la hora de destacar hechos que podrían haber invertido la marea. Sólo recientemente, cuando la opinión pública empezó a cambiar, descubrió su valentía el cuarto poder. Este proceso de intimidación es la auténtica historia. El mea culpa del Times no es nada más que su introducción".

Bill Keller, director de <i>The New York Times</i>.
Bill Keller, director de The New York Times.MIGUEL RAJMIL

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_