La huella que deja Palmasola
El sevillano Javier Villanueva, acusado de asesinato, relata su estancia en el penal de Bolivia
Hay que frotar mucho para conseguir borrar las marcas que deja pasar unas horas en el penal de Palmasola. Cuando una visita traspasa la puerta de esta cárcel, situada a 15 kilómetros de la capital cruceña, los pacos (los agentes de policía) la registran y escriben en su brazo a qué pabellón va. Francisco Villanueva, el padre del español acusado de asesinar a una fiscal en Bolivia, tuvo que frotar mucho su brazo para hacer desaparecer tres letras verdes: PC3. Su hijo, Javier Villanueva, está internado en el pabellón PC3, en el área de Chonchocorito, con un régimen especial de aislamiento para garantizar su seguridad.
Javier contó el pasado sábado a este periódico que estaba animado, pero que todavía no había traspasado la puerta de su celda -de unos seis metros cuadrados y que comparte con un ex policía acusado de narcotráfico- por miedo a los presos: "Yo no salgo de aquí porque me han aconsejado que no lo haga (...) Tengo mucha presión de los delincuentes peligrosos. Me piden plata, me amenazan, me dicen 'qué poco vas a durar aquí'". A menos de 10 metros de la celda de Villanueva, hay una valla metálica; detrás están los presos con un régimen especial por la gravedad de sus delitos. El gobernador del penal ha asegurado tanto a la familia del sevillano como a los representantes de la Embajada española que no hay que temer por la vida del sevillano.
La primera noche que Villanueva pasó en Palmasola, la del pasado viernes, tuvo que dormir acostado en el suelo porque no había ningún colchón. 100 dólares, y el colchón llegó al día siguiente. Javier Villanueva, pese a todo, es un afortunado en Palmasola. Tiene dinero.
"Desde que un preso pasa la puerta de Palmasola tiene que pagar". Lydia Vicente sabe de qué está hablando. Ella lleva cuatro meses visitando esta cárcel. Esta joven madrileña trabaja para Hombres Nuevos, una ONG que ayuda a los internos de este penal desde hace 10 años. "Tienen que pagar a los pacos al entrar, a los encargados de seguridad de cada pabellón (que son reclusos). Tienen que pagar su derecho a dormir, la comida, el teléfono...", cuenta esta voluntaria. Actualmente, hay 12 personas de nacionalidad española encerradas en esta cárcel, en la que se concentra un tercio de la población reclusa de Bolivia. La mayoría está allí por delitos relacionados con la cocaína.
La historia de Palmasola se remonta a 1989. Ese año, el Gobierno boliviano decidió trasladar la cárcel de Santa Cruz de la Sierra, que hasta entonces estaba en pleno núcleo urbano, a las afueras de la ciudad. Lydia Vicente cuenta que las autoridades instalaron lo básico, "que era muy precario", y que "los presos son los que han ido arreglando el penal". Ahora tienen allí iglesias, billares, gimnasios, restaurantes, pensiones... todo construido por los reos.
La cárcel está dividida en cuatro áreas independientes: PC2 es donde están alojadas las mujeres; PC3 es el área restringida para los presos más peligrosos; en PC4 están el resto de internos varones, y, en PC5, los ex policías con delitos, los menores y los presos con condenas muy bajas. En ninguna de las áreas entra ningún policía, excepto si se produce algún altercado fuerte.Los encargados de la seguridad dentro de las distintas áreas son los propios delincuentes. Palmasola es como un barrio más de Santa Cruz. Existe un regente elegido por los presos y que debe contar con el apoyo de los internos más pudientes y poderosos. Este regente -que se encarga de hacer de interlocutor con el exterior y disfruta del beneficio de sólo tener que ir a dormir a la cárcel- tiene su propia corte.
Por debajo de él está el subregente, del que dependen los encargados de la seguridad de cada pabellón. Éstos lucen un grueso palo con el que imparten su justicia. "Por ejemplo, si algún preso no devuelve un dinero prestado, el afectado se presenta en la regencia a contar su problema; fijan un plazo y, si no paga, lo aleccionan y lo mandan al bote". Lydia cuenta que el bote es una celda de casi un metro cuadrado: "Allí los presos tienen que hacer sus necesidades en una bolsa de plástico y arrojarla por la ventana".
Desde hace seis años, el regente de Palmasola es Rubén Saldaña. Este recluso fue condenado por planear junto a su mujer el asesinato de su suegro para quedarse con la herencia de este anciano millonario.
Marco Marino Diodato, el ex jefe de las Fuerzas Especiales del Ejército boliviano acusado de liderar la organización mafiosa que acabó con la vida de la fiscal Mónica Von Borries, entró en el penal en 2000. Al poco tiempo, fue trasladado al microhospital del PC2, el área reservada a las mujeres. Según cuenta Lydia, entabló amistad con la esposa del regente Rubén Saldaña y terminaron por ser amantes. Esta situación estuvo a punto de acabar en una tragedia en Palmasola, una prisión donde, según cuenta la voluntaria española, es fácil hacerse con un arma.
Este no es el único incidente que protagonizó Diodato en Palmasola. Cuando estaba ingresado en el microhospital, le pidió a una de las monjas que suele visitar a los presos que le trajese su televisión de la celda. La religiosa lo hizo y casi la acaban arrestando: "Dentro del aparato había una pistola", cuenta Lydia Vicente.
Las armas, la droga y el alcohol, la prostitución... Todo esto forma parte del paisaje de Palmasola. Actualmente, en los 28 pabellones residen unos 2.300 internos. 200 son reclusas, más de 1.000 son hombres y el resto son las familias de los internos. Lydia Vicente cuenta que los reos tienen desde hace años "un derecho adquirido" que consiste en que los hombres encerrados en Palmasola pueden llevarse consigo a sus mujeres e hijos a una zona especial de la cárcel. "Las mujeres y los críos salen todos los días a estudiar o a trabajar y vuelven a dormir". Otro de los graves problemas de este penal es la higiene. Lydia se queja de que "no hay agua potable" y de que en la puerta de Palmasola hay un cartel en el que se lee "Centro de rehabilitación": "Allí no hay nada de eso... Palmasola lo único que hace es destrozarte".
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