El Chernóbil de la nueva Europa
La UE exige cerrar la nuclear de Ignalina, en Lituania, del mismo modelo que la central de Ucrania
En la plaza del Ayuntamiento de Visaginas se yergue una torre que marca la fecha, la hora, la temperatura y también... la radiactividad. La ciudad, en el noreste de Lituania, cerca de la frontera con Bielorrusia, fue construida por los soviéticos en 1975 para albergar a los trabajadores de la central atómica de Ignalina -a tan sólo dos kilómetros de distancia-, y es del mismo modelo que la de Chernóbil, la planta de Ucrania que en abril de 1986 causó la mayor catástrofe nuclear civil de la historia.
La Unión Europea lleva gastados más de 200 millones de euros en medidas de seguridad para la central, pero exige que el primer reactor se cierre definitivamente a principios del año que viene y el segundo antes de 2010. El problema es que Ignalina produce el 80% de la energía de Lituania.
El problema es que la central de Ignalina produce el 80% de la energía de Lituania
Visaginas, situada a unos 130 kilómetros al norte de Vilnius, la capital -los lituanos rechazan el nombre de Vilna por ser el de la dominación polaca- , ofrece toda la fealdad de la que era capaz el urbanismo de la época de Bréznev, con el añadido de años de abandono y crisis económica. Bloques grises de hormigón armado se alternan con deteriorados edificios de ladrillo visto para formar la perfecta colmena socialista. Tiene 30.000 habitantes, en su mayoría de origen ruso, de los cuales unos 4.000 trabajan en la central.
Anastasia, una señora ya mayor dueña de un quiosco de prensa, teme el cierre de la planta "porque el pueblo se quedará medio vacío". Entre las revistas se vende también un manual para emigrar legalmente a Canadá. "La gente joven piensa en irse al extranjero y hay especialistas que están planteándose irse a Rusia,pero yo me quedaré aquí porque no tengo a donde ir".
Es primera hora de la tarde de un domingo de marzo frío y ventoso. Antanas bebe cerveza en un bar con otros colegas. Por su aspecto ya lleva varias. Trabajó en la central durante cinco años y lleva dos en el paro. Asegura que en el pueblo "la mitad de la gente vive bien, y el resto, de la ayuda del Estado" y que el peligro de la planta no es tal. "El diablo no es tan malo como lo pintan", dice.
Uno de su colegas de barra reconoce con el humor triste de la resignación que el único problema es el lago Druksciai, cuyo agua sirve para refrigerar la central: "Los peces salen calientes".
¿Se los comen? "¿Por qué no? de algo hay que morir", responde. Antanas pone fin a la conversación contando que su mujer se marchó a Irlanda. No quiere que vuelva. "¿Cómo se dice cabrón en español?"
Leocadia tiene una carnicería y ha visto construir la ciudad. Su marido trabaja en la administración de la central. Afirma que ésta no se puede cerrar porque "es el pan de Lituania". "No tenemos otras fuentes de energía y además especialistas suecos han inspeccionado Ignalina y han dicho que es segura. No tememos un nuevo Chernóbil. Nunca ha habido fugas".
Leocadia coincide con la opinión oficial, pero fuentes occidentales han hablado de averías e incluso de robo de uranio en el pasado.
Kazimira Prunskiene, portavoz de la comisión parlamentaria para los problemas de la región de Ignalina, asegura que "la posibilidad de catástrofe no es mayor que en otras centrales nucleares europeas. Se han aplicado ya muchas medidas de seguridad bajo la supervisión del Organismo Internacional de Energía Atómica (OEIA) y la agencia nuclear sueca".
Prunskiene afirma que Lituania ha aceptado el cierre de los dos reactores pero a cambio de una "compensación económica europea, porque hay que cubrir los costes ecológicos y sociales. Casi 4.000 personas pueden ir al paro". Esa compensación, señala la diputada, debe igualar al menos el coste del cierre -2.418 millones de euros, según los cálculos oficiales- y "extenderse hasta el año 2020". La UE, añade, ha presupuestado 285 millones de euros para garantizar la seguridad de la central hasta 2006. La portavoz parlamentaria recuerda que Ignalina no es sólo la principal fuente energética del país, sino que, además, "desde época soviética, su producción está orientada a la exportación". "Actualmente la mitad de la energía producida en Lituania se exporta a Kaliningrado, Bielorrusia, Letonia... y hay que mantener un balance comercial positivo". Además, agrega, "la energía producida en Ignalina es una vez y media más barata que la procedente de las centrales térmicas". Prunskiene dice que "la única alternativa es construir nuevos reactores utilizando la infraestructura y a los especialistas actuales. Francia y Canadá ya han mostrado interés en ofrecernos su tecnología".
El ex presidente de Lituania Valdas Adamkus, que antes de regresar a Vilnius tras la independencia en los primeros años noventa ocupó un alto cargo en el departamento de Medio Ambiente de la Administración de EE UU, asegura que "Ignalina sólo tiene ya de Chernóbil la etiqueta".
"El primer reactor va a ser cerrado en 2005, lo que es lógico, pero el segundo ha sido completamente reconstruido de acuerdo con los estándares occidentales. Todos los especialistas dicen que trabajará con seguridad hasta 2015 o 2025. No es ninguna amenaza. Hay una central mucho peor en San Petersburgo y nadie habla de ello". Adamkus defiende la construción de un tercer reactor y la energía nuclear porque es "limpia y barata". El contador geiger del Ayuntamiento de Visaginas ha pasado en estas horas de seis a marcar nueve.
La tumba del Ejército de Napoleón
"Hace dos años, durante las obras de construcción de un nuevo barrio en Vilnius, en los terrenos que ocuparon las tropas soviéticas, se descubrió una enorme fosa común. Al principio pensamos que aquellos huesos y calaveras pertenecían a víctimas de los nazis o del KGB, pero enseguida empezaron a aparecer restos de uniformes, monedas, botones y zapatos del Ejército de Napoleón", cuenta Riamantas Jankauskas, del Departamento de Medicina Forense de la universidad de la capital lituana.
Tras excavar 600 metros cuadrados, se recuperaron 3.269 cadáveres pertenecientes a los soldados de Napoléon muertos en la desordenada retirada que siguió al fracaso de la campaña de Rusia. "Era diciembre de 1812 y no murieron en combate, sino congelados -las pruebas que tenemos apuntan a una temperatura de 30 grados bajo cero-, hambre, cansancio y enfermedades infecciosas contraídas por comer carne de caballo", dice Jankauskas.
El hallazgo ofrece una oportunidad única para conocer cómo era aquel ejército e incluso puede tener implicaciones para la historia militar. "Por los uniformes, pertenecían a compañías de soldados italianos, bávaros, suizos, polacos... La mayoría eran jóvenes, entre 20 y 25 años, nacidos durante la Revolución Francesa, con una altura media de 1,70 y buena salud en la infancia. Las caries parecen recientes, producidas por el exceso de consumo de azúcar y carbohidratos en la campaña. Buena parte de ellos eran fumadores. Hemos encontrado ocho casos de desviación de columna por exceso de peso de la mochilas militares, de metatarsos rotos por las larguísismas marchas y varios de sífilis", añade Jankauskas. "Las fracturas prueban que la cirugía militar de la época era muy buena. No hemos hallado una sola arma. Debieron morir muy rápido, exhaustos, helados y hambrientos, en dos o tres días".
Del medio millón de hombres con el que Napoleón invadió Rusia en junio de 1812, sólo unos 40.000 llegaron a Vilnius en completo desorden seis meses después. El emperador culpó al general invierno del desastre, una explicación que fue considerada una excusa para justificar una mala planificiación militar. La fosa de Vilnius podría darle la razón 200 años más tarde.
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