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EL DEBATE DE INVESTIDURA | Las demandas del PNV
Columna
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Novedades bajo la melodía conocida

José María Ridao

Si existe un ámbito en el que es posible apreciar una sustancial evolución entre el candidato electoral que fue José Luis Rodríguez Zapatero y el aspirante a la presidencia que compareció ayer ante el Parlamento para obtener la investidura, ése es el de la política exterior. Tras asegurar que se propone recomponer un consenso que nunca debió romperse, y calificar la política que llevará a cabo como europea y europeísta, hizo un recorrido por las que habían sido las áreas tradicionales de la acción exterior de España desde los inicios de la transición, sustancialmente alteradas por la gestión de los Gobiernos del Partido Popular. Zapatero habló, así, de la necesidad de reforzar las relaciones de todo género con Iberoamérica y los países del Mediterráneo, recuperando para nuestro país iniciativas como las que llevaron a la adopción del proyecto de la Comunidad Iberoamericana de Naciones o a la aprobación de la Declaración de Barcelona. Hizo, además, una significativa mención a Marruecos y a la necesidad de crear un nuevo marco de relaciones, anunciando su intención de realizar una visita oficial en el plazo de "los próximos días".

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Por lo que se refiere a Europa, y más allá del apoyo explícito a la Constitución y al deseo de que se apruebe bajo presidencia irlandesa y se firme en Madrid, Zapatero desgranó mensajes en apariencia marginales, pero tal vez significativos de la estrategia que se habría propuesto adoptar para recomponer la posición española en el seno de la Unión, deteriorada por iniciativas como la Carta de los Ocho en apoyo de George Bush o la manera en la que se condujo desde Madrid la negociación sobre la Constitución Europea.

En una de las réplicas a Mariano Rajoy, Zapatero realizó un elogio del espíritu europeísta de Alemania, cuyos recursos y voluntad política fueron decisivos, dijo, para financiar la política comunitaria de cohesión y, por lo tanto, para la consolidación de nuestro propio desarrollo económico. Se trató de un mensaje demasiado explícito, demasiado bien medido, como para que fuese resultado de la improvisación y no de un deliberado propósito de introducir novedades bajo la melodía conocida.

Pero el punto de la agenda internacional en el que se hizo más patente la evolución de Zapatero fue la crisis de Irak, en concreto al abordar aspectos relacionados con su promesa de retirar las tropas si el 30 de junio Naciones Unidas no se hace cargo de la situación. Nada en su discurso inicial pareció aludir a este compromiso. Y por lo que se refiere a las réplicas, Zapatero usó con preferencia circunloquios como afirmar que cumpliría con la palabra dada o que sacaría a España de la fotografía de las Azores.

El hilo argumental de sus diversas intervenciones a lo largo de la mañana y de la tarde permitiría suponer que, tal vez, Zapatero ha optado finalmente por no seguir asociando la decisión sobre las tropas con una fecha precisa, al mismo tiempo que parece haber desplazado el núcleo del problema iraquí desde la ocupación militar hacia el proceso político. Aseguró, en este sentido, que cualquier iniciativa que se adoptase habría de hacerse contando con los iraquíes, y se refirió a la necesidad de celebrar unas elecciones democráticas. De confirmarse que ésta es la aproximación de la nueva diplomacia española a una de las crisis más graves que ha vivido la comunidad internacional en las últimas décadas, habría razones para creer que la contribución de nuestro país en el hallazgo de una salida, hoy por hoy muy difícil, podría resultar decisiva.

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El candidato electoral que fue Zapatero volvió a convertirse en el aspirante parlamentario a la presidencia del Gobierno también al referirse a la relación con Estados Unidos. Habló de amistad y de otros términos positivos. Pero se refirió, apenas sin solución de continuidad, al compromiso de España con las Naciones Unidas y con el escrupuloso respeto a la legalidad internacional.

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