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Reportaje:

Memoria efímera de Ciutat Vella

Un activista del arte convierte el rostro de una vecina anónima en un icono

María, vecina del barrio del Raval, vivía hasta hace poco en el más absoluto anonimato. En un distrito cambiante como es Ciutat Vella, los vecinos y paseantes ven sucederse las reformas: demoliciones y nuevas construcciones que pretenden oxigenar y dar nueva vida al distrito. Pero si es evidente que Ciutat Vella está cambiando, no siempre se ve que, mientras tanto, las personas que lo habitan permanecen. Y con ellas, la memoria del barrio. El artista Jorge Rodríguez Gerada ha querido llamar la atención sobre este hecho tomando a una vecina anónima y reproduciendo su rostro en un muro de la calle de Valldonzella, al lado de la iglesia de Montalegre. Los vecinos, explica Rodríguez Gerada, no tenían ningún referente en el que verse reflejados, pero ahora el rostro de María, de siete metros de alto por cinco de ancho, les devuelve la mirada desde 12 metros de altura.

El rostro de María devuelve la mirada al viandante desde 12 metros de altura

Sin embargo, y tal como varía el paisaje urbano en las cambiantes ciudades modernas, el rostro de María, que ha sido pintado a carboncillo, también desaparecerá pronto. Rodríguez Gerada utiliza esta técnica efímera porque, afirma, "se borra como la memoria". El rostro de María, que con el viento y la lluvia desaparecerá en unos meses, sirve para "entablar una conversación con la comunidad utilizando el arte para iniciar un diálogo", en palabras del autor. "A medida que las imágenes comienzan a desvanecerse", añade, "va perdiendo importancia la perfección estética de los retratos para ahondar en el concepto de la memoria y el legado que dejamos con el paso del tiempo. Hay algo bello en la idea de dedicar tanto esfuerzo a un dibujo que desaparecerá".

El autor, que pidió una licencia para pintar el mural, eligió una pared descubierta tras la demolición de un edificio, en la que se ven las marcas de los tabiques que dividían los pisos. Esa superficie, para Rodríguez Gerada, es muy especial: "Esa pared tiene una historia, una memoria. Se ve en su textura, en cómo se está cayendo la pintura, en las marcas que han dejado los cuartos. Allí dormía gente".

Con este mural Rodríguez Gerada ha convertido el rostro de María en un icono. "Me gusta convertir en iconos a la gente común, es mi manera de reconquistar el espacio público", indica. Él, que ha trabajado durante mucho tiempo en la industria publicitaria, cree que debería estar prohibida la publicidad comercial en lugares públicos. Representa, en su opinión, una invasión del poder económico, que ocupa hoy "todas las facetas de la vida". Ahondando en esta idea, Rodríguez Gerada se pregunta: "¿Quién elige los iconos de la nación? ¿Quién controla la memoria colectiva? ¿Tiene que ser siempre una empresa que quiera vendernos un producto?" A su juicio, los iconos de la industria publicitaria son elegidos únicamente con criterios comerciales. En contraposición con ese modo de proceder, señala: "Yo quería elegir a una persona para un icono de una forma que tuviera sentido". A María, no obstante, no se le ha subido la fama a la cabeza y, ante la insistencia en que explique su impresión, sólo acierta a responder: "¿Quién soy yo para salir en la prensa?", a lo que añade, dirigiéndose a Rodríguez Gerada, "tú eres el artista, sal tú por mí".

El artista, que pintó el rostro de María en tan sólo un fin de semana gracias a una beca de la fundación Arte y Derecho, tiene previsto pintar un gran mural de 20 metros de ancho por 20 de alto en un muro del barrio del Born, en los alrededores del mercado de Santa Caterina, en el llamado Forat de la vergonya. El autor pretende pintar en esa pared cuerpos enteros, aunque no sabe cuándo podrá hacerlo porque necesitará una grúa. Su estímulo para llevar a cabo este original proyecto lo explica del siguiente modo: "Soy un cubano neoyorquino, y no me siento ni estadounidense ni cubano. Por eso me interesan las ideas de identidad y de pertenencia a un sitio". Con sólo tres años, Rodríguez Gerada abandonó su país con su familia para partir hacia Estados Unidos. Ha vivido en Florida, California y Argentina, pero la mayor parte de su vida la ha pasado en Nueva York, donde se dedicó a la piratería publicitaria o, como él la llama, la "interferencia cultural". Allí manipulaba las vallas publicitarias de tabaco y alcohol con el fin de alterar sus mensajes. "Ponían ese tipo de publicidad de productos dañinos en zonas pobres, donde viven latinos o negros, y no en otras más ricas", argumenta. "Yo cambiaba los mensajes para crear polémica y atraer la atención sobre esa realidad, y lo hacía a plena luz de día. No era vandalismo. Era una cosa muy pensada".

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