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Reportaje:LOS NUEVOS SOCIOS | REPÚBLICA CHECA Y ESLOVAQUIA | LA EUROPA DE LOS 25

Dos países a la sombra de un imperio

Once años después del 'divorcio de terciopelo', checos y eslovacos entran juntos y con grandes diferencias en la UE

Miguel Ángel Villena

Los dos países entran en la UE con grandes diferencias económicas y el trauma de un divorcio que, aunque pacífico, dejó heridas en ambas sociedades. República Checa mira hacia Alemania. Eslovaquia está más cerca de Ucrania. Y ambos, a la sombra de un imperio soviético que ya no existe.

En esta primavera de 2004, checos y eslovacos, orgullosos de ser centroeuropeos desde los tiempos del Imperio austro-húngaro, se aprestan a ingresar a la vez en la UE con unas excelentes relaciones bilaterales, pero manteniendo las diferencias económicas y sociales que precipitaron su divorcio.

El frío día de Año Nuevo de 1993, un país se dividió en dos en el corazón de Europa. Las carcasas que se dispararon no procedieron de morteros de guerra, sino de fuegos artificiales de fiesta. Después de 75 años de matrimonio con el nombre de Checoslovaquia, ambos Estados se separaron de modo pacífico en un episodio que ha pasado a la historia como el divorcio de terciopelo.

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Las diferencias que lo provocaron -un noroeste rico, desarrollado y urbano, encabezado por una capital pujante como Praga, y un sureste más atrasado y rural, que bascula entre Bratislava, a una hora de Viena, y la zona más empobrecida y limítrofe con Ucrania- se mantienen. Los checos siguen siendo los ricos y los eslovacos, los pobres. "Por poner un ejemplo", dice el sociólogo Ivo Samson, "mi madre checa cobra una jubilación de 9.000 coronas [unos 300 euros], mientras que la pensión de mi suegra, que vive en Eslovaquia, es de unos 200 euros".

"A mí la separación no me gustó nada", comenta Oldrich Kaspar, etnólogo y profesor de Historia en la Universidad de Praga, nacido en 1952 en un pequeño pueblecito checo. "Pero desde el punto de vista histórico", agrega, "tenía toda su lógica. Cuando nació la República de Checoslovaquia en 1918 respondía a unas razones impuestas por las grandes potencias tras la I Guerra Mundial, que en 1993 habían desaparecido. Y como habían desaparecido las razones para casarse, pues el matrimonio se deshizo. No obstante, desde un punto de vista emocional me pareció raro nacer y vivir durante 40 años en un Estado y que luego fuese otro distinto. Hoy todo me parece muy normal y creo que es un sentimiento compartido por la mayoría de checos y eslovacos. La separación no supuso nada grave y económicamente nos ha favorecido más a los checos que a los eslovacos. Tengo muchos alumnos eslovacos que vienen a estudiar a Praga porque para ellos nuestra Universidad es más interesante. No tienen problemas con el idioma porque son dos lenguas muy similares". Al igual que el profesor Kaspar, muchos testimonios coinciden en que fue una separación sin dramas donde los esposos mantienen una buena amistad que les lleva a ingresar juntos en el club europeo después de haber entrado a formar parte de la OTAN.

Superadas las fiebres nacionalistas que marcaron la división de Checoslovaquia, encabezadas por el checo Vaclav Klaus y el eslovaco Vladímir Meciar, y con Gobiernos claramente europeístas en la actualidad tanto en Praga como en Bratislava, muchos piensan que los dos países salieron perdiendo, sobre todo en la economía y en la cultura. El periodista de la televisión checa Zdenek Velisek, un veterano que sufrió las represalias de los comunistas tras la primavera de Praga de 1968 y recuperó su puesto tras la revolución de terciopelo en 1989, lo expresa de un modo muy gráfico. "Perdimos peso demográfico, territorio y poder en Europa. En esta hora del ingreso en la UE somos dos países pequeños cuando podríamos ser una potencia media en el centro de Europa con una población de 15 millones de habitantes". Lo cierto es que los datos económicos resultan incontestables y atestiguan que las diferencias entre el Oeste y el Este se han perpetuado. En aquel país muy alargado, donde la majestuosa Praga se alzaba en su extremo occidental y las áridas llanuras limítrofes con Ucrania alentaban la miseria en el Oriente, los desequilibrios subsisten. El nivel de paro de la República Checa representa menos de la mitad del desempleo eslovaco (7% frente a 18%), el salario mínimo de los checos ronda los 200 euros mensuales mientras los eslovacos apenas alcanzan los 120, los vecinos de Praga disponen de 84 teléfonos móviles por cada 100 habitantes mientras los ciudadanos de Bratislava sólo cuentan con 54 aparatos.

Una larga lista de indicadores muestra que los 10 millones de checos se hallan más cerca, no sólo en lo geográfico, de los alemanes, en tanto que los cinco millones de eslovacos se escoran hacia Ucrania. Pese a todo, algunas similitudes permanecen, desde la pasión por el hockey sobre hielo, auténtico deporte nacional en los dos países, hasta la devoción por Estados Unidos, concretada en el apoyo a Washington durante la guerra de Irak, o en las enormes ventas del libro de memorias de Madeleine Albright, que fuera secretaria de Estado con el presidente Bill Clinton y checoslovaca de origen. Todo un termómetro de americanofilia de estos países del centro de Europa que, al mismo tiempo, se han considerado siempre el corazón del continente europeo.

Sin embargo, la ausencia de una consulta popular sobre la separación, hace una década, ante el miedo de los dirigentes políticos a una derrota del divorcio en las urnas, genera todavía hoy frustraciones, sobre todo, entre los mayores. "Creo que la mayoría de las personas de la generación de mis padres", comenta la filóloga eslovaca Jarmila Faktorova, de 37 años, "contempla la separación con cierta nostalgia, como una injusticia o incluso una traición. ¿Por qué nadie nos pidió nuestra opinión en un referéndum? ¿Fronteras entre los dos pueblos? En la actualidad las generaciones jóvenes ni se acuerdan de la federación y el bilingüismo de dos idiomas, el checo y el eslovaco, muy similares; se va perdiendo".

Vista de la iglesia de San Nicolás, en el centro histórico de Praga.
Vista de la iglesia de San Nicolás, en el centro histórico de Praga.ASSOCIATED PRESS

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