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Columna
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¿Alivio de qué?

El terrorismo y su inmensa capacidad de convertir en verosímil hasta lo más inverosímil. Si hace unos días alguien hubiese pronosticado un atentado como el de Madrid, nadie lo hubiera considerado creíble. Pero se produjo, y durante unas horas todos -todos- pensamos que ETA había logrado, después de tantos intentos frustrados, hacerse presente antes de las elecciones con su mensaje de muerte. Un pensamiento, por lo demás, muy lógico: es ETA quien suministra implacablemente a esta sociedad su dosis de terror, desde hace años en régimen de exclusividad.

Nadie hubiese pensado, unos días antes, que ETA podía cometer una matanza como esa. Pero, una vez reventados los trenes, el recurso al "salto cualitativo", cuando no al más pedestre "esta vez sí que se han pasado", lo hizo verosímil. Todo eso de que ETA siempre avisa, de que no comete atentados indiscriminados, todo eso del modus operandi no eran sino aberrantes frivolidades de quienes pretenden encubrir su déficit de humanidad con una endeble capa de etología. Luego se empezó a decir que podía ser obra de Al Qaeda. De nuevo, lo que un momento antes hubiera resultado inverosímil se tornó verosímil. Es, como decía, lo que tiene el terrorismo: que vuelve creíble lo increíble mediante el simple y expeditivo recurso de hacerlo realidad. Y en esas estamos: sabiendo que es posible -lo hemos visto- cometer una masacre y esperando sólo a conocer con certeza la identidad de los masacradores. Ahora bien: ¿importa mucho la identidad del carnicero? Un momento: no digo que no sea importante conocer, tan pronto como sea posible, todos los datos sobre el quién y el cómo (el por qué es, en cualquier caso, irrelevante) de la matanza. Debe aclararse la autoría para no hundirnos definitivamente en este caldero de brujas, en esta olla podrida en que el Gobierno del PP ha convertido la política antiterrorista.

Pero no amorticemos tan pronto la angustia, la tensión, la vergüenza incluso que tanto sentimos el jueves por la mañana. No nos quitemos el peso de encima con tanta facilidad, todavía no. Aun si finalmente resultara que sólo Al Qaeda sea responsable directo de la matanza (y subrayo lo de sólo y lo de directo, pues el terrorismo es ya un hecho global, un rizoma monstruoso en el que las partes acaban siendo indistinguibles del todo). Por favor, no permitamos que lo único bueno que podemos sacar de esta terrible tragedia se pierda.

En ese 11-M que ya nunca olvidaremos, nos dimos de cara con el monstruo. Horrorizados, contemplamos de lo que es capaz. Tal vez porque, como escribiera Albert Camus, la humanidad nos gusta sangrante, como los chuletones, por unas horas nos sentimos, en cuanto vascos, radical y personalmente implicados en la tragedia. Esto es enormemente significativo: creo que por primera vez nos sentimos, de alguna manera, corresponsables de un atentado cometido por ETA. Nos avergonzó que tanta gente fuera asesinada en nuestro nombre. Fue tan grande el impacto que, a diferencia de otras ocasiones, imposibilitó cualquier distanciamiento.

¿Por qué antes sí fue posible este distanciamiento? ¿Volverá a serlo si ETA comete otro atentado? Son preguntas que nunca dejarán de atormentarnos. En cualquier caso, el que no sean terroristas vascos los autores del atentado nos hace sentirnos aliviados. No nos abandonemos a esta agradable sensación. Si ETA no lo ha hecho, podría haberlo hecho. Si no lo ha hecho ayer, podría hacerlo mañana. Si no lo ha hecho así, de un solo golpe, lo ha hecho ya día a día, año a año, superando con mucho las cifras de muertos, heridos, huérfanos, viudas, provocados por la masacre de Madrid.

El jueves nos encontramos cara a cara, algunos por primera vez, con la verdadera faz del monstruo.

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