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ELECCIONES 2004 | La jornada electoral

La noche negra del PP: de la perplejidad a la conmoción

Rajoy siguió el escrutinio con su mujer y sus hermanos, y Aznar acudió a acompañar al candidato a las diez y media

Ni en sus pronósticos más pesimistas, el PP preveía un resultado por debajo de los 165 diputados, uno más de los que el domingo consiguió el partido ganador, el PSOE. Por eso, a las ocho de la noche, la dirección del PP se tomó las encuestas a pie de urna, conocidas como israelitas, como una muestra más del "voto oculto" que, hasta ayer, parecía tener el partido que los votantes han sacado del Gobierno.

Sólo había que esperar a que avanzara el escrutinio en "una larga noche", y así lo proclamó Gabriel Elorriaga, el jefe de la campaña electoral de Mariano Rajoy.

Pero las israelitas (encuestas hechas en el colegio electoral) se quedaron muy cortas y la derrota fue aún más cruda: el PP perdió 35 escaños y más de 700.000 votos pese al fuerte aumento de la participación. Perdió la mayoría absoluta hasta en el Senado y cayó en la cuenta de cuál es la realidad en poco más de una hora tras el cierre de las urnas.

"Algunos votantes nuestros se asustaron al ver el odio de esos pacíficos manifestantes"
Un miembro de la dirección apostaba por 170 escaños, "ni uno menos"
"No dábamos crédito a que pudiera producirse un castigo tan tremendo"
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"Nos dimos cuenta enseguida, a partir del 35% de escrutinio ya quedó claro que no se producía el cambio de tendencia que esperábamos", asegura uno de los responsables del PP en el seguimiento de los datos. A partir de ese momento, el PSOE se clavó en el entorno de los 165 escaños y las mejoras del PP se iban produciendo con cuentagotas. Serían, cuenta este dirigente popular, alrededor de las 9.15 cuando ya quedaba muy poco espacio para el optimismo.

La cosa no estaba para fiestas y Mariano Rajoy siguió el escrutinio desde su despacho, acompañado por su mujer, Elvira Fernández, y sus hermanos, Luis, Enrique y Mercedes. Cada poco, la gente de su equipo, como Francisco Villar, su jefe de gabinete, Gabriel Elorriaga, el jefe de campaña, o Ana Mato, coordinadora de organización del PP, se daban una vuelta para ver si se disipaban los peores augurios. Sin éxito.

Poco a poco, fueron llegando a la planta séptima de la sede del PP los vicepresidentes Rodrigo Rato y Javier Arenas; la vicepresidenta de la Comisión Europea Loyola de Palacio; la ministra de Sanidad, Ana Pastor; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y el alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón... Pero Rajoy prefirió pasar la mayor parte de esa hora infernal en la que los resultados parciales empeoraban a las israelitas con su familia en su despacho.

"Encaramos las israelitas con total perplejidad", asegura un miembro de la dirección del PP. "No dábamos crédito a que pudiera producirse un castigo tan tremendo". Esto es tan cierto que el propio Elorriaga, tras su primera comparecencia poco después de las ocho de la noche para felicitarse por la participación ciudadana, se comprometió con los periodistas que habían acudido a cubrir la noche electoral a la sede del PP, a bajar cada poco rato para contar cómo iban las cosas. Dijo que daría cuenta de lo que arrojasen las primeras cien papeletas o, mejor, que contaría el resultado de su "modelo", una proyección que suele acertar casi milimétricamente. No volvió a aparecer por la sala de prensa en toda la noche. A esa primera hora, un miembro de la dirección del PP mantenía su apuesta en 170 escaños, "ni uno menos". El "modelo" que nunca falla estuvo listo a las 22.15, pero media hora antes, fuentes del PP ya habían asumido la derrota como "amplia e inevitable".

El PP explica lo ocurrido porque la ciudadanía acudió a las urnas en "estado de shock emocional" por los 200 muertos y 1.400 heridos de la cadena de atentados del 11-M. Lo que no hace es pararse a sopesar el impacto en el voto de la insistencia en la explicación oficial de atribuir a ETA la cadena de atentados, o plantearse que la presunta autoría islámica desenterraba el más acendrado rechazo a la participación española en la guerra de Irak.

Un alto cargo del Gobierno, sin carné del partido, sí asumía ayer que "la gestión de la crisis podía haber sido mejor". Pero la dirección popular pasó de la perplejidad a la conmoción: "No imaginamos que la conmoción por tan brutal ataque terrorista se fuera a traducir en un castigo al Gobierno de semejante magnitud. Los Gobiernos son para cuatro años y nosotros creemos, sinceramente, que los españoles tienen motivos para respaldar estos ocho años de gestión" de los Ejecutivos de José María Aznar.

Había un dato para respaldar tanta confianza. El jueves por la mañana, el día de los bombazos en el ferrocarril de la muerte, el último tracking interno (un sondeo diario para pulsar la expectativa de voto) que recibió el PP daba una distancia a ese partido de 7,5 puntos por encima del PSOE "y subiendo". Es decir, más incluso de lo previsto por el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) que, con siete puntos de distancia, había pronosticado 176 escaños a los populares.

Con esos elementos, Rajoy acudió a la sede de Génova a seguir el escrutinio y se refugió en su familia cuando quedó claro que había poco que celebrar.

El PP culpa de parte del descalabro electoral a las manifestaciones del sábado frente a las sedes de su partido. "Eso fue un llamamiento a la acción directa, desde el anonimato pero perfectamente organizado y orquestado", asegura un dirigente del PP. Menos encendido, otro cargo del PP mantiene que el cerco que sufrió la sede central, en la calle, desde la seis de la tarde hasta la madrugada de "pacíficos manifestantes que gritaban: 'vosotros fascistas, sois los terroristas', o 'asesinos', o 'hay que ilegalizar al PP', o lindezas por el estilo" impidió que muchos interventores y apoderados populares lograran llegar a la sede a recoger la documentación para la jornada electoral. Y añade: "Algunos votantes nuestros, en su mayoría gente mayor, se asustaron al ver el grado de odio de esos pacíficos manifestantes contra nosotros en televisión y radio esa misma noche, y no se atrevieron a ir el domingo a votar".

La noche electoral, según esta teoría, comenzó para el PP el sábado a las seis de la tarde: "Con una concentración supuestamente espontánea para llamarte asesino". Rajoy acudió esa tarde a la sede y, a las 21.15 horas, salió a leer una declaración de condena de "hechos gravemente antidemocráticos" que consideró un "inaceptable acto de presión contra las elecciones" del 14-M.

Después de Rajoy, el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba compareció para a tildar de "mentiroso" al Gobierno. Y a éste le contestó el portavoz del Gobierno, Eduardo Zaplana, para declarar que el Ejecutivo "nunca ha mentido". Todo eso cuando sólo faltaban minutos para concluir la jornada de reflexión más agitada de la historia de la democracia española.

Y ya en el día de votación, a la una de la madrugada, el ministro del Interior, Ángel Acebes, comparecía ante los medios para anunciar un vídeo de Al Qaeda que reivindicaba el 11-M. El mismo ministro Acebes que había tildado de "miserables", sólo dos días antes, a quienes apuntaban que la banda terrorista que explosionó la campaña electoral con una sangrienta factura de muertos y heridos podía ser alguien distinto a los criminales de ETA.

Con todos esos elementos, se abrieron las urnas. Y la votación de Mariano Rajoy, José María Aznar y Ana Botella estuvo jaleada por gritos de "asesinos, mentirosos, fascistas...". La esposa del presidente del Gobierno, Ana Botella, fue grabada llorando antes y después de depositar su voto. Fue más que una premonición. Según personas que la conocen, "no pudo soportar que llamaran asesino a su marido".

A las 22.30 de la noche, ella y sus hijos acompañaron a Aznar a la sede del PP. Un cuarto de hora después, el presidente del Gobierno y el vicepresidente que se ha apuntado los éxitos económicos de estos ocho años, Rodrigo Rato, flanquearon a Mariano Rajoy para anunciar entre todos la derrota.

A la ventana de la sede a saludar a los militantes, ya a las once de la noche, sólo se asomaron Rajoy y Aznar, y sólo a Aznar le brillaban demasiado los ojos. Sin duda, no era la despedida que él había imaginado cuando diseñó, milimétricamente, el proceso de su propia sucesión dentro del PP.

Rajoy alza la mano de Aznar en la ventana de la sede central del PP en Madrid la noche electoral.
Rajoy alza la mano de Aznar en la ventana de la sede central del PP en Madrid la noche electoral.LUIS MAGÁN

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