11-M
La fecha de ayer quedará marcada en negro en la memoria de españoles y europeos: los casi dos centenares de muertos y más de un millar de heridos provocados por los atentados de Madrid suponen la mayor matanza terrorista en España, y la catástrofe de mayor alcance registrada en la capital desde la Guerra Civil. Este país acaba de experimentar un terrorismo de unas dimensiones y de una crueldad hasta ahora desconocidas. La eventualidad de que sea obra de Al Qaeda y de que tenga relación con el papel jugado por el Gobierno de Aznar en la guerra de Irak introduce una novedad que no puede dejar de sembrar una profunda inquietud. La opinión pública española en su conjunto no estaba preparada para el infierno terrorista en que se convirtió ayer Madrid. Nunca hasta ahora se había experimentado una actuación terrorista del tipo que practican los grupos fundamentalistas que vienen ensangrentando Oriente Próximo y otras zonas del mundo. Los atentados de ayer se parecen más a los de agosto pasado en la mezquita de Nayaf, en Irak, con 123 muertos; al de Bali, en octubre de 2002, con 187, o incluso a los terribles atentados del 11-S en Nueva York y Washington que a la peor y más cruel de las actuaciones de ETA, como fue el atentado de Hipercor en 1987, con 21 muertos. Es evidente que los últimos y desgraciados episodios de los contactos de Carod con ETA y la declaración unilateral por parte de la organización terrorista de una tregua circunscrita a Cataluña permitían abrigar el temor de que se produciría una acción violenta antes del 14 de marzo. Pero aunque todo parecía programado por la organización terrorista para poder irrumpir en la campaña electoral, nada permitía sospechar que su actuación adquiriera tal envergadura. A última hora de ayer, el ministro del Interior introdujo una duda sobre la autoría al revelar la aparición de una cinta magnetofónica con versículos del Corán en una furgoneta con detonadores hallada en Alcalá de Henares. Más tarde se conoció una reivindicación del atentado por parte de un grupo islamista. Adquiere, por tanto, verosimilitud la hipótesis de un atentado de fanáticos islamistas, aunque el Gobierno seguía insistiendo ayer en que lo más probable es que sea ETA. Sólo cabe esperar que no se haya producido un ocultamiento o una manipulación de la información por parte del Gobierno, tratándose de unos hechos luctuosos que han venido a cercenar en sangre la campaña electoral a sólo 72 horas de la apertura de las urnas. La hipótesis de que nos halláramos ante una actuación de Al Qaeda, en un intento de extender la guerra de Irak a territorio español, situaría en una posición complicada al Gobierno. Sobre todo después de la polémica sobre la rentabilización electoral del terrorismo que se ha producido durante la campaña electoral. A esta hipótesis debe añadirse como mero automatismo lógico la de que la actuación criminal sea producto de una coalición terrorista islamista y etarra, de forma que los asesinos hubieran terminado fusionando sus dos sangrientas banderas y confirmando de forma siniestra la profecías de Bush y de Aznar que querían confundir todos los terrorismos y convertirlos en uno solo. Si así fuera, será un tipo de profecía que se cumple a sí misma y que arrastra en cuanto a responsabilidades a quienes las profieren. No cabe, por tanto, descartar del todo la pista etarra, aunque sólo sea por la eventualidad de un terrorismo de dos cabezas. Una cierta carga de la prueba corresponde a ETA, una organización que no siempre reconoce sus atentados y que como todo terrorismo vive de la confusión. En el límite, podrían haber preparado la furgoneta con los versículos como falsa pista. Otro efecto pretendido, y el único que suelen alcanzar los terroristas, es el de desmoralizar y dividir a los demócratas. Que, existiendo acuerdo sobre la necesidad de derrotar al terrorismo, aparezcan divisiones sobre la mejor forma de hacerlo; que unos y otros desvíen sus acusaciones hacia las fuerzas de seguridad por no haber impedido la matanza, o que comience a reclamarse la pena de muerte, o la restricción de las libertades, o de las elecciones: todo aquello que esperan los terroristas para encontrar nuevas razones para nuevos crímenes. El portavoz de la ex Batasuna, Arnaldo Otegi, expresó ayer su rechazo a "la masacre", pero sólo tras afirmar que "la izquierda abertzale no contempla, ni como mera hipótesis, que ETA esté detrás de lo ocurrido". Su argumento fue que se trata de "acciones indiscriminadas contra la población civil, trabajadores", lo que no corresponde al modus operandi de ETA. No es verdad. Esa banda lleva muchos años atentando contra civiles desarmados, incluyendo niños, mujeres embarazadas, toda clase de trabajadores. Y el método utilizado es idéntico, aunque con más explosivos, al previsto en la estación madrileña de Chamartín la pasada Nochebuena. Tal vez aleguen que ETA avisa. A veces lo hace y a veces no. También es característica de ETA la aplicación de todos los procedimientos que puedan aumentar el efecto multiplicador del terror, incluyendo las bombas trampa, destinadas a cazar a los sanitarios, bomberos, particulares que estuvieran atendiendo a los heridos tras la primera explosión. Por tanto, si Otegi considera condenable la matanza de ayer debe condenar todos los atentados que ha venido avalando. Los terroristas del signo que sean deben saber que no ganarán. La reacción admirable de los ciudadanos así lo demuestra. La conmoción creada en Madrid ha sido proporcional a la magnitud de la catástrofe. Cientos de miles de personas se vieron afectadas, muchas de ellas con la angustia de desconocer si entre las víctimas, más de un millar contando a los heridos, figuraría algún pariente o persona próxima. Fue también el momento de la solidaridad espontánea de mucha gente. Los madrileños recibieron ayer el apoyo masivo de todas las personas decentes de cualquier lugar de España. Como en el 11-S neoyorquino, el mensaje que ha llegado desde todas partes es que ahora "todos somos madrileños".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.