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LA CRÓNICA | ELECCIONES 2004 | FALTAN 14 DÍAS
Columna
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La teoría del problema

Soledad Gallego-Díaz

Hasta hace muy poco los españoles tenían en la retina la imagen de un José María Aznar enfadado con todo el mundo, irritado con media humanidad y molesto con la otra media. Una imagen que los expertos califican de demoledora para un político en época electoral y de la que Mariano Rajoy huye como si se tratara de la neumonía asiática.

Nada más empezar la campaña, el candidato popular ha dejado ver su empeño en remediar ese posible efecto contagio.

Rajoy se presenta a sí mismo como alguien razonablemente satisfecho y alegre, poco catastrofista. En sus mítines, y en sus mensajes queda explícito, una y otra vez, ese optimismo y una curiosa idea: yo no soy un problema -¿quizás como algunos decían que llegó a ser su predecesor?- sino la solución. Choca el empeño que pone Rajoy en recordar que la primera obligación de un político es no causar problemas (lo ha dicho en todos los mítines que ha dado hasta ahora), pero es posible que se trate de una idea a la que se siente muy apegado y que, tal vez, resulte, en la práctica, un programa político mucho más interesante de lo que pudiera parecer a primera vista.

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En cualquier caso, Mariano Rajoy no solo se esfuerza en que se olvide el gesto desabrido de Aznar sino que, de paso, intenta "colocárselo" a su oponente. Oyendo a Rajoy puede dar la impresión de que José Luis Rodríguez Zapatero es un señor antipático que se dedica a insultarle todo el día. La operación, dicen algunos expertos del PP, es buena si sale bien. Y algo debe olerse el interesado, porque Zapatero empezó ayer a devolverle todas las pelotas al candidato popular. En Valencia reprodujo la broma de la película de cine negro que le gastó Rajoy el viernes y acentuó todos los aspectos positivos de su propio mensaje electoral. Así que ahora tenemos a la vista dos candidatos decididos a ser optimistas y llenos de confianza en su propio futuro, y en el de todos.

El paso por Alicante de Rajoy y de Zapatero por Valencia puso de relieve otras cosas menos llamativas, pero interesantes. Por ejemplo, que los dirigentes del PP ya no son tan jóvenes y que aquellos treintañeros que empezaron a subir a los escenarios populares en 1993 y que se esforzaban en dar otro aire al PP ahora son bastante más talludos y empiezan a parecerse a aquellos a quienes relevaron. Incluso comienzan a estar rodeados de los mismos jubilados. Y que se ven cada vez más jóvenes en los mítines socialistas, aunque, quizás, sea un público demasiado veinteañero como para tranquilizar ahora a sus dirigentes.

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Éstas son también las elecciones generales en las que más se está apostando, casi en exclusiva, por la imagen de los dos máximos dirigentes. En otras ocasiones, los candidatos presidenciales se fotografiaban en las vallas con el -o la- cabeza de lista local. Esta vez, no. Aquí no hay más que dos personas. No se eligen 350 diputados. Es una pena porque, como nadie se fija, van a repetir en sus escaños algunos de los diputados energúmenos -en todos los bandos- que desprestigiaron con sus insultos al Parlamento en la legislatura anterior. ¿Cómo olvidar aquel famoso "hijo de puta" que le lanzó un señor diputado a Zapatero cuando, subido en la tribuna, se oponía a la guerra de Irak.

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